El fútbol y su crisis: sin luz al final del túnel

mirando al sur

La sentencia todavía no existe, pero va llegando la hora de que la consideremos: quien pretenda desentrañar los secretos de la Argentina deberá entender el funcionamiento de su fútbol. La idea merodeó siempre las hipótesis de sociólogos e historiadores de la pelota, pero hasta ahora guardaba relación con el juego. Se extendía un hilo conductor entre el modo de concebir el fútbol en el país con nuestra forma de ser, de encarar problemas, de sortearlos con esa receta infalible mezcla de improvisación y astucia. Pues bien: la crisis del fútbol, esa que se viene gestando desde hace medio siglo pero que está a punto de estallar, nos define cabalmente a todos. A sus protagonistas centrales, claro, pero también a quienes elaboran diagnósticos y sentencias. Todos tocamos de oído con cierto aire despreocupado y festivo.

Dos o tres ideas madre permitirían entender –con chances de sobrevivir al frenesí de reuniones, amenazas e inconsciencias– lo que pasa con el fútbol argentino. La primera: al menos desde 1979, cuando Julio Grondona desembarcó en la AFA para no irse nunca más, la dirigencia argentina adoptó para conducir sus clubes el mismo eslogan que el ferretero de Sarandí. El “todo pasa” sirvió no sólo para afrontar temporales financieros y deportivos con la convicción de que ya vendrían tiempos mejores, sino que fue el modelo elegido por la mayoría para administrar mal sin rendir cuentas. Si hubo un estilo argentino para jugar a la pelota (bautizado pomposamente como “la nuestra”) en el que la pelota se cuidaba como un tesoro, todo lo contrario ocurrió con los dineros de los clubes, manejados en general con desaprensión llamativa. Los mismos dirigentes que fueron –son– racionales en sus negocios o empresas dilapidaron fortunas ajenas al administrar las instituciones. Total, la AFA saldría al rescate refinanciando deudas y ofreciendo adelantos a cambio de apoyos eternos y silencios cómplices. Con poquísimas excepciones, así nos fue, así nos va y así llegamos a este callejón sin salida.

Este modelo despilfarrador fomentado desde Viamonte hace eclosión ahora con un hecho impactante: durante años el fútbol fue un ámbito tentador para políticos y gobiernos. Una caja de resonancia ideal para colgarse de triunfos ajenos, iniciar carreras políticas y salir del anonimato. Pero resulta –aquí viene el dato central– que la misma administración cuyo jefe saltó a la fama como presidente de Boca decidió sacar los pies del plato. Un poco por temor a naufragar en la ciénaga en la que la AFA se hunde sin remedio, un poco porque las encuestas sugieren corregir discursos y un poco también porque el dinero que demanda sentarse a la mesa del fútbol está haciendo falta en otro lado. Y entonces, lo que hasta hace poco fue sostener la gratuidad (otra entelequia) ahora es el fin del Fútbol Para Todos. En ese marco debe leerse la desesperación por cobrarles a los clubes impuestos y alícuotas antes perdonados, así como la impostación de salir a exigir deudas que el Estado ya había exigido al punto de que varios de los clubes apuntados tienen aprobados planes de refinanciación que vienen cumpliendo.

Con dirigentes mayormente anacrónicos, y con un Estado que ya no percibe al fútbol como tentación sino como dolor de cabeza, queda configurado el escenario para lo peor: el juego de la pelota agranda sus viejos vicios –la violencia, la imposibilidad de ofrecer un espectáculo digno, la crisis del rol de los clubes como espacio de pertenencia y de inclusión social– y genera el campo de cultivo para que se cuelen dos nuevas y malas noticias: la vuelta a la carga del proyecto de las sociedades anónimas y la aparición en escena de caras mesiánicas y presuntamente salvadoras. Ante el primer riesgo debe recordarse que hay unos cuantos caminos intermedios antes de enajenar patrimonios que costó mucho edificar. Profesionalizar la gestión, por ejemplo. En cuanto a los dirigentes que vienen a solucionar todos nuestros males, basta mirarles la trayectoria para advertir que sus ideas y principios tienen de renovador lo que Grondona tenía de altruista.

Es probable que vengan nuevos infortunios. Hay riesgo de lockout patronal de parte de los clubes y de sanciones desde la FIFA si sus sugerencias de reformas de estatutos son desoídas. Los pretendidos mecenas televisivos no aparecen y los problemas de fondo están intactos. Por una vez no se ve demasiada luz al final del túnel y el “todo pasa” dejó ser una expresión tranquilizadora.

Nos queda Messi, pero el tipo sigue empecinado en cumplir años y se nos va sin hacernos campeones del mundo. Una distinción que, está clarísimo, nos merecemos de sobra.

Si hubo un estilo argentino para jugar a la pelota (“la nuestra”), en el que la pelota se cuidaba como un tesoro, todo lo contrario ocurrió con los dineros de los clubes.

Con dirigentes anacrónicos, y con un Estado que ya no percibe al fútbol como tentación sino como dolor de cabeza, queda configurado el escenario para lo peor.

Datos

Si hubo un estilo argentino para jugar a la pelota (“la nuestra”), en el que la pelota se cuidaba como un tesoro, todo lo contrario ocurrió con los dineros de los clubes.
Con dirigentes anacrónicos, y con un Estado que ya no percibe al fútbol como tentación sino como dolor de cabeza, queda configurado el escenario para lo peor.

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