El «Goofus Bird»

En las heladas noches de los campamentos de Wisconsin, los hacheros contaban historias para aminorar el frío. Entre ellas, la leyenda del «Goofus bird» (1), un ave que siempre vuela hacia atrás, porque no le importa adónde va sino en dónde estuvo. Algo de esa criatura hay en la neuquina disputa por el revalúo fiscal.

Cuando vecinos de Villa La Angostura y de San Martín de los Andes cayeron en la cuenta de que sus propiedades eran revaluadas hasta en un 4.000 por ciento, se desató un movimiento que adquirió dimensión de pueblada en abril pasado.

El gobernador Jorge Sobisch acudió a una hostil asamblea, en la que finalmente anunció su decisión de congelar el revalúo para someterlo a revisión con todos los municipios, y transferir el cobro del impuesto inmobiliario a las comunas que así lo desearan.

Esa determinación se perfeccionó con una ley de traspaso, a la que adhirieron Villa la Angostura, San Martín de los Andes y Zapala, que de modo coincidente no están administradas por el partido gobernante en la provincia.

En cualquier caso, aquel gesto de Sobisch descomprimió un conflicto serio, pero que quedó larvado a la espera del nuevo revalúo.

Resulta ser que el cálculo que presenta la provincia sobre la actualización de las propiedades aparece ahora morigerado respecto del anterior, pero incluso así supone incrementos del 800 por ciento para San Martín.

Al contrario que el gobierno provincial y los jefes municipales emepenistas, el intendente Jorge Carro sostiene la tesis de que no puede aplicarse un mismo criterio de revalúo fiscal en toda la provincia del Neuquén, cuando la valorización de las propiedades en el marcado ha seguido cursos distintos entre las localidades.

Lleva razón, pero también la tienen quienes deploran tratamientos diferenciados y ven situaciones de injusticia palmaria.

Es probable, como se ha dicho, que propietarios de ingresos medios en un barrio de la ciudad de Neuquén, paguen más hoy por el inmobiliario que los dueños de countries en San Martín o en Villa la Angostura.

Pero por aquí hay una importante cantidad de inmuebles que pertenecen a vecinos de antigua data, con ubicaciones nacidas en un pueblo de álamos y acequias, que ya no es.

En el presente, esas propiedades quedaron en sitios de altísimo valor de mercado, pero sus dueños son asalariados o jubilados.

Los aumentos en ciernes les impulsarían a no pagar el impuesto; a pagar a costa de renunciar a necesidades básicas o a vender la propiedad. Cualquiera de esas alternativas también resultaría injusta.

Se sostiene, con certeza, que el impuesto inmobiliario es progresivo. Ergo, que pagan más quienes tienen propiedades más valiosas.

Parece justo, pero cuando se observa con detenimiento surgen inequidades como las apuntadas.

Ni hablar, por ejemplo, de los propietarios de campos cuya producción no les bastaría para pagar un impuesto ligado al nuevo revalúo o -en contraste- de aquellos que pagarían lo mismo por tierras que compran por pura especulación o con pasaporte extranjero, para ganar un pedazo de paraíso que en el propio país les resultaría 30 veces más caro… en un cálculo prudente.

Si la discusión por el revalúo no incorpora una visión integral sobre estas y otras distorsiones, cualquiera sea su resolución será apenas cosmética: cambiar algunas injusticias por otras, en un camino incierto.

Como el ave que vuela hacia atrás y sabe adónde estuvo pero nunca dónde va…

 

Fernando Bravo

rionegro@smandes.com.ar

(1) Recreado de la recopilación sobre mitos y leyendas de «El libro de los seres imaginarios», Jorge Luis Borges; editorial Emecé.


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