El hogar que necesita una mano para seguir cuidando a los mayores

En el barrio Confluencia, el Hogar de las Hermanitas Pobres, le da tanta calidez como calidad a 30 adultos mayores. Esta obra, que cumple medio siglo de vida, espera remodelarse y crecer.

Los tiros se escuchan por la noche y se funden en la oración de la hermana que reza. Entre los muros asoma una construcción con pinta de iglesia. “No es buen momento para la caridad pero necesitamos remodelarlo”, dice la madre superiora con palabras que suenan a España pero las pronuncia en el corazón del barrio Confluencia, donde se alza el Hogar de las Hermanitas de los Pobres.

Esta hermandad proviene de una congregación religiosa católica, fundada en 1839 en Francia, por Juana Jugan, para el servicio de los ancianos. A Neuquén, el hogar llegó de la mano del obispo Jaime de Nevares, y en febrero de este año cumplieron medio siglo.

Las hermanas cuentan que las celebraciones serán del 21 al 25 de abril y que tienen urgencia en reconstruir el lugar.

“Después de 50 años, la casa no reúne la seguridad que exige la subsecretaría de salud. El lugar está bien, pero las puertas son pequeñas, no hay suficientes cuartos de aseo, son detalles. Pero pronto tendremos una casa nueva, ya estamos trabajando en la ampliación. Aquí dignificamos a los ancianos, para que tengan las comodidades que no tuvieron en sus vidas de trabajo. Muchos no tienen familia”, cuenta la madre superiora María Beatriz.

Una obra que depende de la caridad

El Hogar les da techo, atención, comida, afecto y todo de calidad. Según detallaron, se provee de la donación.

Para obras grandes la congregación francesa aporta, porque en Neuquén no se puede mantener solo y las cuentas se ponen cuesta arriba.

Actualmente hay más de 30 ancianos en este edificio ubicado en la calle Tronador al 1358. Hay 6 hermanas –2 colombianas, 2 chilenas y 2 españolas–, 14 empleadas, que cuestan 340.000 pesos y demasiado trabajo.

“Las pensiones y la colecta no alcanzan. Cuatro no tienen pensión y las demás son muy pequeñas. El estado de la economía repercutió en los bienhechores, bajaron mucho las donaciones. Los que vienen a pasar el día aportan lo que pueden”, dice la madre superiora y algo la distrae.

“Pero mira que preciosidad la hermanita Lucía dándole de comer a Santiago”, dice mientras señala a la hermanita de 93 años que sigue trabajando para los demás. Vestida pulcra con su hábito blanco, esta inclinada sobre el hombre que no puede mover sus manos y con una cuchara lo alimenta.

Es la hora del almuerzo y en el comedor la luz entra a raudales por los ventanales grandes. En mesas redondas los abuelos comparten un puchero. Todo reluce. Los pisos están limpios, la mesa bien puesta y se siente calidez de hogar. Las chicas que trabajan allí llevan prisa para atender a todos.

Lidia Delgado, está sentada con algunas de las que considera sus amigas. Cuenta que está sola en la vida y encontró un buen lugar en el Hogar.

“Vine de Paraguay a cuidar a mi hijo enfermo y él falleció. Trabajaba en una distribuidora de matafuegos y las hermanitas iban ahí. Un día vine y acá se vive feliz, el que se queja es de lleno. Nos atienden de noche y de día”, asegura.

La mayoría de los ancianos, en la vida joven trabajaron mucho. Algunos fueron albañiles, otros mineros o amas de casa.

Miguel Ángel Molina y su mujer, viven juntos en este lugar. Ella está ausente, pero él habla animado en su silla de ruedas: “Hace dos años que estoy acá. Tengo una invalidez en una pierna y caí en el hospital. De ahí me mandaron para acá con mi señora”, cuenta, y agradece el buen trato.

La hermana Hilcen Patricia, nació en Colombia pero estuvo en varios países. Si tiene que compararlo con otros hogares, asegura que acá, en el de Neuquén, hay menos ancianos. “Uno se hace en el lugar que está porque el señor da la gracia. En todos hay más abuelitos. Hoy no hay más cupos, todo está lleno, pero no hay sitios. Por eso, se aceptan algunos solo para pasar el día”, dice y jura que trabajar con los abuelos, a ella le deja sabiduría.

“Debemos pedirle al señor que nos enseñe a envejecer. Muchas veces hay dificultades con las familias y nuestra misión es que aprendan a perdonar. Les podemos dar cariño pero el amor de familia no se reemplaza”, asegura. .

El gran desafío de todas es aprender a manejar sus tiempos y sus deseos. “La mayoría son trabajadores, a veces están gruñones y hay que entenderlos porque tal vez son los que menos cariños tuvieron”, asegura Hilcen.

Rumbo a la siesta, por el pasillo que ilumina el sol.

Mientras comen, dos hermanas más llegan al salón. Cuentan que vienen de la calle, que fueron a buscar donaciones, pero está difícil.

Esa mañana, la misión fue ir a Fernández Oro, a una empresa que colabora con el cloro. Cada día recorren todo el Alto Valle. “Hay algunas empresas que aportan, pero sin dudas, son los comercios chicos y las familias de clase media, los que más dan”, dice la madre.

Lorenzo está sentado junto a Miguel y a su hermano. Llegó desde Río Turbio y aunque le cuesta un poco escuchar, quiere opinar. “Hace rato estamos acá, más de 20 años y nos tratan bien. Tengo hijos, están acá en la ciudad, pero no me visitan”, dice antes de escapar para la siesta.

A medida que terminan el postre, todos se paran y enfilan para los cuartos. Algunos caminan solos, otros empujan las sillas de ruedas de los otros, o le prestan un brazo de soporte al compañero. De a poco, el salón queda vacío y el silencio gana el lugar.

Una jornada larga y completa

A las 5 de la mañana las hermanas ya están despiertas, dispuestas a empezar el día. Si alguien se descompensa, las nocheras las llaman. Cuando un abuelito agoniza hacen la vela y rezan en día y noche en tres turnos.

Además trabajan 14 personas contratadas: dos nocheras, una enfermera, ropero, lavadero, las chicas de la cocina y los sábados y domingos quedan dos para todo.


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