El hombre Maravilla

Sergio Maravilla Martínez se transformó en mucho más que un boxeador. Un intelectual de los arrabales, una figura mediática con corte de galán, un deportista de verba afinada, el seductor que se escapa de las fiestas, llora cuando baja del ring y, por sobre todas las cosas, el hombre que sacó al boxeo nacional del ostracismo en el que estaba sumergido. Es cierto, Omar Narváez es un campeón de aquellos, el único mortal que mantuvo la actividad a la vista de los argentinos. Fue el tipo que reabrió el Luna Park hace una década y el que hiló 25 peleas mundialistas y 262 rounds titulares y que a los 37 años se mantiene con un hambre de glorias pocas veces visto. (aparte) Pero lo de Maravilla, también un veterano, superó lo estrictamente deportivo porque el boxeador de Claypole (nació en Quilmes y vivió allí hasta los cinco años) provocó un big bang en este deporte, el hecho extraordinario que necesitaba para regresar al lugar que supo tener décadas atrás. Volvió a estar en boca de la gente común, en los titulares de los diarios, en la tevé durante horas y horas, en la consideración de todos. Martínez hasta hace poco no entraba en los cálculos de nadie. En España y en Las Vegas no podía salir a la calle sin seguridad, pero en la Argentina recién se hizo cara conocida en mayo pasado, cuando concretó un raid mediático que lo hizo estrella, antes de la pelea con Julio César Chávez jr. El principio de su historia es la del ‘común’: creció en una casilla de cuatro por cuatro, durmió encimados con dos hermanos y sus padres, dejó la escuela a los 14 para techar casas, jugó al fútbol y descubrió el boxeo de grande. Cuando la crisis de 2001 embraveció, compró un pasaje en oferta a Roma, luego pasó por Madrid y desembarcó en el pueblo Azuqueca de Henares. La chance le llegó en junio de 2003 y desde ahí no paró hasta ser el mejor. Así explica su secreto: “Hago lo que tengo que hacer para ser el número uno. Soy un obsesivo (…) Me levanto a las 4:15 lunes, miércoles y viernes, y a las 4:25 martes, jueves y sábado. Eso las nueve semanas de preparación para la pelea. El resto del año entreno cinco horas por día y me cuido, como sano”. Su estilo arriba del cuadrilátero enamoró. Liviano, rápido de manos y con los brazos abajo, en péndulo, es difícil adivinar hacia dónde saldrán sus golpes. Afuera del ring sedujo su forma de ver y explicar la vida. El martes pasado el Círculo de Periodistas Deportivos lo premió con el Olimpia de Oro, una distinción que para él seguramente fue más que especial porque entre los candidatos estaban nada menos que Lionel Messi y Crismanich, el campeón olímpico. Maravilla lee a García Márquez y sabe invertir el dinero, escapa de las fiestas, no se obnubila por las mujeres y el poder, llora bajo la ducha luego de una victoria, se prende en el Bailando pero le escapa a la farándula. Un boxeador que sabe jugar al personaje sin arruinar su carrera. Un campeón con mayúscula.

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