“El horror tolerado”

“En algunas naciones felices el descubrimiento de un solo cadáver basta para mantener ocupadas por varios días a la prensa y a la policía. El misterio del cadáver se convierte en una obsesión pública. Las especulaciones en torno a la identidad del muerto y cómo llegó adonde lo encontraron llenan las páginas de los semanarios y los editores no se dan por satisfechos hasta que se aclara el misterio. Nada de esto sucede aquí. Si mañana se hallaran diez cadáveres en la Plaza de Mayo, el hecho difícilmente ocuparía la primera plana de los diarios más solemnes; aparecería fugazmente en forma sensacionalista en los diarios populares y se perdería en el olvido para el fin de semana. Nadie se molestaría mucho en conocer la identidad de los cadáveres y éstos serían sacados de la vista del público lo más rápido posible, para hacer lugar al siguiente grupo. Los argentinos han sido cauterizados por la violencia hasta el punto de aceptar cualquier cosa. Un crimen político tiene que alcanzar una gran escala o presentar un rasgo particularmente horrendo para penetrar en la conciencia pública. El mero asesinato de algún infortunado –supuestamente culpable de algo, de lo contrario ¿por qué habría de molestarse alguien en asesinarlo?– se considera menos importante que las necias declaraciones de un necio político extranjero. La capacidad para convivir con el horror día tras día, sin pestañear, puede resultar admirable cuando el horror se impone desde afuera, como resultado de una agresión exterior o de un desastre natural, pero es sumamente peligrosa cuando surge del seno del propio país”. (Reflexión de James Neilson bajo el título “El horror tolerado”, publicado en “The Buenos Aires Herald” el 6 de julio del ’76)


“En algunas naciones felices el descubrimiento de un solo cadáver basta para mantener ocupadas por varios días a la prensa y a la policía. El misterio del cadáver se convierte en una obsesión pública. Las especulaciones en torno a la identidad del muerto y cómo llegó adonde lo encontraron llenan las páginas de los semanarios y los editores no se dan por satisfechos hasta que se aclara el misterio. Nada de esto sucede aquí. Si mañana se hallaran diez cadáveres en la Plaza de Mayo, el hecho difícilmente ocuparía la primera plana de los diarios más solemnes; aparecería fugazmente en forma sensacionalista en los diarios populares y se perdería en el olvido para el fin de semana. Nadie se molestaría mucho en conocer la identidad de los cadáveres y éstos serían sacados de la vista del público lo más rápido posible, para hacer lugar al siguiente grupo. Los argentinos han sido cauterizados por la violencia hasta el punto de aceptar cualquier cosa. Un crimen político tiene que alcanzar una gran escala o presentar un rasgo particularmente horrendo para penetrar en la conciencia pública. El mero asesinato de algún infortunado –supuestamente culpable de algo, de lo contrario ¿por qué habría de molestarse alguien en asesinarlo?– se considera menos importante que las necias declaraciones de un necio político extranjero. La capacidad para convivir con el horror día tras día, sin pestañear, puede resultar admirable cuando el horror se impone desde afuera, como resultado de una agresión exterior o de un desastre natural, pero es sumamente peligrosa cuando surge del seno del propio país”. (Reflexión de James Neilson bajo el título “El horror tolerado”, publicado en “The Buenos Aires Herald” el 6 de julio del ’76)

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