El libro, una geografía posible entre muchas

Acaba de terminar una nueva edición de la Feria Internacional del Libro. Igual que el año pasado, se realizó en la Rural de Palermo y compartió espacio con exposiciones de cachorros y automóviles. El libro trata de mantener su lugar como continente, pero la producción cultural supera sus posibilidades físicas. La feria fue también un muestrario del avance de Internet, los CD Rom y los nuevos diseños pensados para los consumidores de la actualidad y el futuro. "Río Negro" la recorrió por varios días.

El continente se ha vuelto chico para el contenido. En el Renacimiento un genio como Leonardo Da Vinci era capaz de absorber todo el conocimiento de su tiempo y del mundo conocido. Hoy eso sería imposible.

Los libros, objetos añorables, aromáticos y llevaderos, se enfrentan a la misma disyuntiva. No alcanzan los ejemplares para albergar todo lo que la humanidad produce segundo a segundo. La aparición de la fotografía, la radio, la televisión e Internet es una respuesta a la necesidad urgente por comunicar. ¿Qué? Todo, el universo externo e interno que crece hasta donde la imaginación se vuelve un sueño posible.

Desdicha de la ciencia-ficción, nada es lo suficientemente retorcido como para que algún día no se transforme en una realidad.

El libro como instrumento, mal que nos pese a los más románticos, se ha quedado corto. Su continuidad está siendo puesta en duda no sólo por una cuestión de actitudes o modas, sobre todo por los usos de las culturas modernas y las imposibilidades físicas del instrumento.

Abundan las noticias de los nuevos creativos que son incapaces de pensar linealmente, en un sentido y en un formato preconcebido, el de la letra y la tinta, el de la imagen que se construye a golpes sensuales en lo recóndito del cerebro. Autores que ya tienen sus años de experiencia han probado las diversas posibilidades tecnológicas, capaces de acompañar la letra e introducir cambios severos ¿peligrosos? -aún no lo sabemos- en el lenguaje tal como lo conocemos hoy.

Pensemos en «Hojas de Parra», el último libro del antipoeta Nicanor Parra, hecho de palabras y «artefactos», objetos-poema con existencia física; o en Isabel Allende y su muy vendida «Afrodita», donde introduce, además de un relato literario, recetas de cocina e imágenes. Por su parte, el brillante escritor francés George Perec hizo algo más que escribir en «La vida, instrucciones de uso», al dibujar él mismo piezas de rompecabezas, figuras e introducir signos entre las páginas de su libro. El español José Luis Sampedro, en su monumental novela «La vieja sirena», llegó a incluir detallados mapas dibujados con su propia mano. Y Arturo Pérez Reverte en «El Club Dumas» se tomó el trabajo de agregar imágenes de un Tarot demoníaco. En fin, la letra debe soportar desde hace un tiempo a nuevos compañeros de expresión.

El papel, la tinta, el formato, en este contexto, son apenas un elemento más del juego comunicacional. Es posible imaginar su sustitución. La Feria Internacional del Libro que finalizó este fin de semana constituye un reflejo del cambio que se aproxima. En las dos últimas ediciones perdió su lugar de privilegio en el Predio de Exposiciones de Figueroa Alcorta y Pueyrredón para trasladarse a la Rural.

Allí compitió en espacio con una exposición del «Titanic», otra de cachorros y otra más dedicada al automóvil. No hubiera sido nada raro empezar con los libros y terminar arriba de un deportivo abrazado a un Gran Danés… es un chiste. Lo que sí es cierto, es que cerca de la entrada principal a la feria se escuchaba el ronroneo grabado de los automóviles de carrera que salen de un parlante.

Recuerdo de un fin de semana

Resulta obvio que los libros no alcanzan a cubrir las ansiedades de consumo del público, aunque se trate de un evento en su homenaje. En los mismos sitios en los que gente como Fernando Savater y otros intelectuales de relevancia le auguraron larga vida a su instrumento de lectura preferido, se levantan paredes de vidrio, peceras, en las que los chicos «chatean» y visitan páginas de turismo, juegos y música.

Unos hojean, otros bajan MP3. Se multiplican, entre los stands, las secciones dedicadas los CD ROM, las impresionantes revistas de diseño con imágenes del porte de un televisor. Tampoco son un hecho llamativo, como hace unos 7 años, las computadoras liberadas al uso público para encontrar catálogos de títulos y… direcciones de Internet.

El escenario en el que se desarrolla la feria también ha vivido un cambio feroz. Los libros compiten por un lugar, que hasta no hace mucho les era exclusivo, con restaurantes de comida, máquinas expendedoras de gaseosa, mesas «al aire libre» en el cielo cubierto, escalones para descansar las piernas y adolescentes con walkman. «Loco, salgamos de acá, es para música nomás», dice el chico, unos 15 años, pantalones de payaso, remera naranja, a la salida del local de Ricordi.

Las calles de Buenos Aires, su fauna, su jungla asfáltica, se han trasladado al recinto. También su actividad y sus estilos comunicacionales. Los chicos hacen fila por subirse al estudio de vidrio y botoncitos rojos de FM 100. Aquí están, éstos son los más pedidos de la semana. En otra pecera una entidad no gubernamental explica sus actividades, son oficinas que están plenas de… computadoras.

En el stand de la Secretaría de Turismo de la Nación, un grupo hace tangos, como si fuera necesario recordarle a la gente en qué ciudad vive. Más comidilla para el plato sazonado.

Los chicos corren por los pasillos, se regodean ante el varieté. La curiosidad que los caracteriza, digna de los gatos, se deshace por su extrema fragilidad. Las nuevas generaciones no se sienten demasiado atraídas por nada en particular. La concentración no será una de sus virtudes, sino el afán de explorar.

Los libros tratan de maneras diversas de paliar este síntoma, por eso vienen cada vez más atractivos y con diseños extravagantes. También sus historias apelan a todos los colores de la historia y la imaginación. «Harry Potter» es un buen ejemplo de la tendencia.

La Feria Internacional del Libro es casi un pretexto para difundir los otros continentes del saber. Este año se multiplicaron, entre sus paredes y el aire acondicionado, las declaraciones amorosas en favor del libro. Aun en la plena conciencia de los enamorados -por lo general escritores y pensadores- de que todo cambia, para todos. Ningún objeto permanece igual a sí mismo a través del tiempo. El libro es hoy una alternativa entre decenas, cada una de las cuales se alimenta de esta gigantesca máquina de datos que es la vida contemporánea.

«Esta colección, no sabés, tiene editado todo de Bukowski, mirá, mirá», le dice entusiasmado un joven a su novia en el local de Anagrama. Retozan allí algunos de los títulos de la editorial española que también agrupa obras de Jack Kerouac, George Perec, Hunter Thompson, Tom Wolfe y otros. Entre títulos como «Peleando a la contra» del escritor norteamericano, se vende también un extraño libro del francés Michael Huellebequec, un conjunto extraño integrado por textos y fotografías de un paisaje, por lo menos en apariencia, extraterrestre. Otro signo de los tiempos.

Este año la Feria tiene también una dirección en Internet. Desde allí se promocionan las actividades diarias, pero básicamente lo que sucede y se dice queda en exclusividad para quienes leen los diarios o asisten a los encuentros.

«La lectura solía ser moldeadora de la subjetividad, pero hoy es ajena al fenómeno de saturación. Aunque su papel sigue siendo importante en la construcción de identidades», le comentó hace unos días en una entrevista a este diario el antropólogo francés Marc Augé.

Acaso las formas de lectura también estén cambiando. La construcción del lenguaje está imbricada de imágenes que recorren la vida cotidiana sin palabras, existen en conjuntos de colores, texturas, geometrías, poses y movimientos.

Este año Augé fue una de las figuras destacadas entre muchas que pidieron disculpas por no estar. Fue el caso del inagotable vendedor Pablo Coelho, Ray Bradbury, enfermo, y Angeles Mastreta. Si estuvieron el británico Brian Aldiss, Fernando Savater, el economista Mahammad Yunus y el escritor argentino, radicado en París, Juan José Saer.

Mientras se escribe esta nota las estadísticas de la última edición de la Feria andan rondando los noticieros. Se vendieron más libros que en ferias anteriores. Falta ver qué libros fueron ésos, qué deseos motivaron su compra y, por último, a qué lugar de la estantería irán a parar.

Los simples números no alcanzan para descifrar los enigmas.

Claudio Andrade


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