El mejor sándwich de Neuquén y Cipolletti
Nicolás Visnevetsky, catador de paladar fino para las delicias mundanas, nos entrega otro menú de lugares que capaz nunca pisaste para una comida al paso. “Un sándwich es todo”, dice el autor.
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Un sándwich es todo. Es un concepto. Una filosofía de vida. Uno llena algo de lo que se le antoja y lo manduca. Así de simple, así de rústico, así de liberador, así de fácil. Una tapa, relleno, y otra tapa y si tenés algún problema, terapia al plato. Un sándwich en su esencia puede llegar a tener miles de combinaciones posibles y uno la puede ir de Picasso o de Frida. Podría decir que es una de las comidas donde la catarsis propia puede llegar a verse reflejada tranquilamente. (Que excelente me resulta poner “catarsis” y “tranquilamente” en la misma oración). Un sándwich es el resumen de muchas cosas. Es uno de los capítulos más utilizados, dentro de la enciclopedia “hágalo usted mismo”. Un sándwich va contra la sensación de no sentirse un infradotado. “no sé ni hacer un huevo frito”, es una frase muy utilizada para la gente que se pone nerviosa dentro de una cocina. Un sándwich no tiene margen de error. Rompe con el paradigma y puede ser la puerta para luego construir culinariamente otras cosas. Portátil, manual, apretado, el sándwich es el opio de la cocina. Con Sardinas y arroz en Tokio, de tortilla y jamón en algún bar de Aranjuez con mi hermana Bárbara y mi cuñada Elena con la boca llena de algún vinito del Duero o simplemente una bondiolita en el Río de La Plata con la mística de Spinetta dando vueltas, el sándwich es universal. Es un vehículo que desconoce estándares sociales y aparece a la hora del almuerzo en la fábrica, bajo un sauce, en El Chocón, apretado con los libros de la facultad, de queso Brie y salmón en la previa del golf, el sándwich es como la tele y el vino, está en casi todas las mesas y en casi todas las casas. Hay toques que hacen un sándwich diferente al otro, el hecho de tostar el pan, o hacer una mayonesa casera, o simplemente usar oliva y semillas de sésamo ya marca una línea. En nuestro territorio queridos lectores existen varias opciones donde buscar este formato, Pasen y vean Si vas por Cipolletti uno de mis sándwiches preferidos se encuentra en un carrito que esta anclado sobre la ruta 22, a metros de la rotonda que te lleva a Neuquén o Cinco Saltos, nada del otro mundo. El sitio es un toque Kitch, sillas y mesas de plástico, cero sombra, el carro tiene los colores de la selección y está anclado en las afueras de una concesionaria de autos, cuando cierra la chapa reza “vamos argentina”. Tomate, lechuga, huevo, buena porción a la vera del camino, si te toca viento es París Texas de Ry Cooder. Hasta hace poco costaba casi 30$, sale en pan Francés y todo se cocina en plancha. Te lo venden como lomo, pero a veces es cuadril o nalga. Hace no mucho tiempo se activo una ordenanza municipal donde solo se permitía despachar choripanes, erradicando una opción más de cocina y punto social en un sitio donde conocí pasajeros de ruta con miles de historias. En esa ciudad me molestan más los caños de escapes libres permitidos que te taladran el cerebro a un sándwich delicioso. A veces no entiendo porque, quienes tienen el joystick gubernamental casi siempre van por el lado equivocado de las cosas. Una de las revelaciones de la comarca es el Sándwich de bondiola con verduras y panceta salteada en pan de campo que sale en “Owe del Alto”. Hago un stop. El punto de tostado del pan es exacto. Casi suave, casi áspero. Placer extremo, morrones, berenjenas, zanahorias y la panceta que es una cumbia de placer en la lengua. Para mí sin aderezos y con una India Pale Ale de la casa. Un gran sándwich a 40 mangos aprox. Las sandwicherias son pequeños templos donde se rezan esas pequeñas configuraciones del más profundo sabor. La capital tiene un fiel representante llamado “Nonino” y una carta infinita de opciones. Glorioso es el ayuyón de peceto morrón y huevo. Calentito, sabroso y generoso en su tamaño. “Nonino” tiene combinaciones muy creativas y por sobre todas las cosas la materia prima, es de primera. Inolvidable. En el mundo Sándwich, sin duda, uno de los lugares donde uno puede frenar el auto, apurar un bocado y seguir es el carrito del alto, cercano a la rotonda de la ruta siete que va a Centenario. Mi preferido es el Carre de Cerdo, antes era el bife de chorizo, pero fue achicándose en tamaño y aumentando en precio cosa que no comprendí. El Carre de cerdo hace agua cualquier boca que toque. El sitio tiene la magia de la plaza, ese lugar donde alguna vez me dijeron la oración más importante de mi vida. Me matan los tachos de basura con el Sticker que dice “hace como Manu Ginobilli, embocala acá”. El carro esta plotteado con una temática muy nyc neuquina. Descolorida a esta altura, a mí me embola, pero voy a comer, no voy a meditar. Siempre me pregunte por que es el único carro en el parque con todo el espacio que hay para que la oferta se amplifique. Muy bien 10 el Carre de cerdo, veinte mangos aprox. El sándwich tiene tanto de ingeniería como de supervivencia, de pequeño mundo comido a mordiscones, como de cable a tierra cuando no tenés ganas de elaborar demasiado. Pan, jamón crudo y manteca. Recuerdo El Barroluco de ternera de Alberdi y Santa fe cuando no te asaltaban, los tostados de Cuore di Panna, el completo de milanga del comedor Alberdi. El sándwich es un concepto, que abre y cierra. Como la vida misma. Nicolás Visnevetsky / nicovisne@gmail.com Productor de radio, bloguero, columnista, periodista de vinos, un simple relator de los placeres cotidianos.
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