El neopopulismo

La adhesión de países como la Argentina o Ecuador a las políticas «neosocialistas», impulsadas por Hugo Chávez en Venezuela, tiene un correlato con la empatía discursiva frente a una sociedad desorientada que, ante la crisis de representación de las agrupaciones, organizaciones e instituciones políticas, no puede vislumbrar un proceso de cambio y se ve seducida por liderazgos que se muestran impetuosos, audaces y hasta extravagantes, frente a la chatura de una realidad que desearían modificar.

La caída del comunismo en la Europa del Este y la instauración del Estado de bienestar, como categoría propia de los Estados liberales, llevó a que se desvaneciera el debate ideológico que existía en la sociedad en los años setenta.

Actualmente, pese a que la clase política de la mayoría de los Estados modernos, en un inevitable ejercicio de búsqueda de identidad, trata de situarse en algún lugar cardinal del horizonte político, lo cierto de todo es que aquellos que son realistas e interpretan a la sociedad soslayan el excelso debate ideológico para centrarse en cuestiones más prosaicas, como mejorar la calidad de vida de los habitantes de su país, en cuanto a la estabilidad económica, educación, seguridad, salud, etc.

Así como el neoliberalismo representa una versión mal definida y exacerbada de las ideas liberales clásicas, el neopopulismo utiliza el discurso marxista, ya no como un elemento fundacional de construcción social, sino como una excusa para justificar medidas que dentro del esquema donde fueron aplicadas no contienen un respaldo teórico que las legitime.

En Venezuela el primer capitalista es el Estado y ésa es la fundamental contradicción que no puede superar la revolución «bolivariana» de Hugo Chávez. El Estado socialista que plantea el gobierno de Venezuela es muy parecido al esquema planteado durante los noventa por el neoliberalismo, a diferencia de que es el Estado la empresa que quiere triunfar sobre las demás privadas, con la sugestiva esperanza de que la copa de este «Estado empresario» se derrame sobre el resto de la sociedad. Sobre este punto tampoco se aleja demasiado del esquema del propio imperialismo que tanto denosta en su lapidario y permanente discurso, ya que, sin lugar a dudas, aspira a que Venezuela tenga un rol hegemónico en el cono sur, y para ello necesita liderar este proceso.

La selección de empresas eficientes y superavitarias para llevar adelante su plan de estatización no es casual y responde a la propia lógica del neoliberalismo, que se caracterizó en los noventa por un proceso de fusión y absorción de empresas que terminaban conformando grupos económicos, cuyas decisiones gravitaban en forma decisiva sobre las políticas de Estado. Este mismo esquema es el que planea llevar adelante Hugo Chávez para tener injerencia en el rumbo político de toda Latinoamérica.

La lógica del neopopulismo de Chávez es el asociativismo discursivo. Este discurso que se reproduce sistemáticamente para legitimar medidas supuestamente «populares» no está sostenido por una base ideológica que plantee la lucha de clases y el control de los medios de producción, como meta sublime de la clase trabajadora sobre la burguesía, sino por la sublimación de metas hegemónicas asociadas específicamente a objetivos nada novedosos, rayanos en el éxito, el poder y el control económico.

El problema que no podrá superar Chávez es su propia incapacidad de llevar adelante su proceso de reforma política, dentro del propio esquema democrático que dice representar; es decir, sin avanzar sobre derechos y garantías individuales. Evidentemente, el Estado empresario o benefactor que pretende encarnar su modelo no es ese Estado redentor que apuntala los sectores caídos de la industria o que interviene la economía nacional para garantizar la equidad, la libre competencia, el suministro de recursos y servicios en todos los rincones de la sociedad.

El esquema del neopopulismo chavista es apropiarse de empresas privadas eficientes, solventes y competitivas, asumiendo que esta circunstancia trasladará al Estado estas cualidades y que estas empresas seguirán funcionando con igual o mayor eficiencia bajo su órbita, generando empleo e ingresos para el Estado, que equilibrarán las cuentas públicas. Evidentemente, esta utopía no puede ser sostenida mucho tiempo mediante discursos y propaganda, pues se consume a sí misma rápidamente. Las economías privadas no se desarrollarán para que luego el Estado tome el control de ellas cuando se vuelvan competitivas. Chávez es consciente de esta circunstancia y por ello necesitará adoctrinar y disciplinar a la población, como segunda etapa de su plan, lo que conllevará un avance progresivo no sólo hacia la propiedad privada, sino sobre garantías individuales y control de los medios de comunicación.

El neopopulismo de Chávez es una amenaza actual en Latinoamérica y el nivel de complicidad del gobierno argentino sobre su progresivo avance es una rémora del propio discurso que comparten.

 

LUIS VIRGILIO SÁNCHEZ (*)

Especial para «Río Negro»

(*) Abogado

LUIS VIRGILIO SÁNCHEZ


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