El nuevo Zico

Joven y talentoso, Kakà es el nuevo crack de Brasil. El sábado anotó dos golazos ante Venezuela.

Era octubre de 2000. Ricardo había decidido pasar unos días en casa de su abuelo. Allí vivió su renacimiento, cuando golpeó su cabeza contra el fondo de una pileta de natación rompiéndose la sexta vértebra. Tras ese incidente, Ricardo mira al cielo y agradece, como hizo el sábado luego de los dos goles que le marcó a Venezuela, cada vez que convierte. Porque Ricardo Izecson Santos Leite es Kakà, el nuevo Zico. Volante creativo, de figura esbelta y refinada, sumamente dúctil con la pelota, Kakà es la nueva esperanza blanca del fútbol brasileño. Nacido en el seno de una familia de clase media alta, en Brasilia, el 22 de abril de 1982, disfrutó del bienestar que le brindaron un padre ingeniero civil y una madre docente. Lejos del origen común a la mayoría de los cracks que nacen de las favelas del Brasil más marginado y empobrecido. No se inició en las playas de Río de Janeiro ni en ninguna calle polvorienta de Belo Horizonte o San Pablo. Kakà se crió en esa extraña ciudad que es Brasilia, la capital del país. Una ciudad que se construyó e inauguró en la década del ‘50, sobre la estepa del centroeste del país. Una ciudad que se pensó para instalar allí el poder político brasileño y desarmar la histórica dicotomía entre la burocracia de Río de Janeiro y el poder industrial de San Pablo. Allí se crió Kakà, en la ciudad donde todo es política. Lejos de la historia conocida del fútbol brasileño. Pero no tardará en desembarcar en algún gigante futbolístico. Kaká lo hizo en el San Pablo, donde se instaló en la residencia para los jóvenes llegados desde todo el país, ubicada en algún lugar bajo las tribunas, de ese monstruo que es el estadio Morumbí. Allí, el chico de Brasilia pudo aprender de cerca el modo de jugar de Raí, su ídolo de siempre. No es extraño. Ambos se parecen demasiado: son altos, espigados y juegan con la elegancia de quienes juegan erguidos y con la cabeza siempre alta. En San Pablo hizo las divisiones inferiores hasta que le llegó el tiempo del debut en Primera: fue el 12 de enero de 2001, 2 a 0 ante Botafogo. Y un año después, el 30 de enero de 2001, lo hizo en la selección mayor, 6 a 0 a Bolivia. Luego vendría su consagración en el Mundial de Japón y Corea con Brasil campeón del mundo. El aportó apenas 24 minutos de fútbol en los siete partidos del torneo. Dos años y medio, 55 partidos y 22 goles después de aquel enero de 2001, Kakà fue vendido en 8 millones y medio de euros al Milan de Italia. Era junio de 2003 y Europa sabía poco de él. Hoy sabe tiene en sus canchas al futuro del fútbol de Brasil. En su primera temporada fue campeón de la liga y la Supercopa italianas. Esta vez fue protagonista del éxito de su equipo: jugó 30 partidos y convirtió 10 goles. El año que lleva en el fútbol italiano fue de aprendizaje para Kakà: “Tuve que modificar varios aspectos de mi fútbol para poder jugar en el Milan. Por ejemplo tener más trabajo defensivo cuando no poseemos la pelota y soltarla lo antes posible para no demorar el juego y no recibir golpes”. Kakà es hoy uno de los jugadores clave en la estructura futbolística de la selección brasileña, junto a Ronaldinho y Ronaldo. Derecho, juega por la banda derecha hasta llegar al gol, como el sábado cuando marcó dos de los cinco que Brasil le convirtió a Venezuela por la eliminatorias. Atleta de Cristo, aires de joven universitario, este crack es el nuevo Zico del fútbol brasileño.


Era octubre de 2000. Ricardo había decidido pasar unos días en casa de su abuelo. Allí vivió su renacimiento, cuando golpeó su cabeza contra el fondo de una pileta de natación rompiéndose la sexta vértebra. Tras ese incidente, Ricardo mira al cielo y agradece, como hizo el sábado luego de los dos goles que le marcó a Venezuela, cada vez que convierte. Porque Ricardo Izecson Santos Leite es Kakà, el nuevo Zico. Volante creativo, de figura esbelta y refinada, sumamente dúctil con la pelota, Kakà es la nueva esperanza blanca del fútbol brasileño. Nacido en el seno de una familia de clase media alta, en Brasilia, el 22 de abril de 1982, disfrutó del bienestar que le brindaron un padre ingeniero civil y una madre docente. Lejos del origen común a la mayoría de los cracks que nacen de las favelas del Brasil más marginado y empobrecido. No se inició en las playas de Río de Janeiro ni en ninguna calle polvorienta de Belo Horizonte o San Pablo. Kakà se crió en esa extraña ciudad que es Brasilia, la capital del país. Una ciudad que se construyó e inauguró en la década del ‘50, sobre la estepa del centroeste del país. Una ciudad que se pensó para instalar allí el poder político brasileño y desarmar la histórica dicotomía entre la burocracia de Río de Janeiro y el poder industrial de San Pablo. Allí se crió Kakà, en la ciudad donde todo es política. Lejos de la historia conocida del fútbol brasileño. Pero no tardará en desembarcar en algún gigante futbolístico. Kaká lo hizo en el San Pablo, donde se instaló en la residencia para los jóvenes llegados desde todo el país, ubicada en algún lugar bajo las tribunas, de ese monstruo que es el estadio Morumbí. Allí, el chico de Brasilia pudo aprender de cerca el modo de jugar de Raí, su ídolo de siempre. No es extraño. Ambos se parecen demasiado: son altos, espigados y juegan con la elegancia de quienes juegan erguidos y con la cabeza siempre alta. En San Pablo hizo las divisiones inferiores hasta que le llegó el tiempo del debut en Primera: fue el 12 de enero de 2001, 2 a 0 ante Botafogo. Y un año después, el 30 de enero de 2001, lo hizo en la selección mayor, 6 a 0 a Bolivia. Luego vendría su consagración en el Mundial de Japón y Corea con Brasil campeón del mundo. El aportó apenas 24 minutos de fútbol en los siete partidos del torneo. Dos años y medio, 55 partidos y 22 goles después de aquel enero de 2001, Kakà fue vendido en 8 millones y medio de euros al Milan de Italia. Era junio de 2003 y Europa sabía poco de él. Hoy sabe tiene en sus canchas al futuro del fútbol de Brasil. En su primera temporada fue campeón de la liga y la Supercopa italianas. Esta vez fue protagonista del éxito de su equipo: jugó 30 partidos y convirtió 10 goles. El año que lleva en el fútbol italiano fue de aprendizaje para Kakà: “Tuve que modificar varios aspectos de mi fútbol para poder jugar en el Milan. Por ejemplo tener más trabajo defensivo cuando no poseemos la pelota y soltarla lo antes posible para no demorar el juego y no recibir golpes”. Kakà es hoy uno de los jugadores clave en la estructura futbolística de la selección brasileña, junto a Ronaldinho y Ronaldo. Derecho, juega por la banda derecha hasta llegar al gol, como el sábado cuando marcó dos de los cinco que Brasil le convirtió a Venezuela por la eliminatorias. Atleta de Cristo, aires de joven universitario, este crack es el nuevo Zico del fútbol brasileño.

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