El oro de la discordia

Por Juan Luis Gardes (*)

Con una carga de cansancio, algo de fastidio y mucho de estupor, el ciudadano rionegrino ha recibido el mensaje del gobernador de la provincia referido al rechazo al proyecto de minería en la localidad de Ingeniero Jacobacci.

La comunicación del Dr Saiz, profusamente difundida en todos los medios periodísticos, habla de la decisión política adoptada por la máxima autoridad provincial, donde con poco pudor y bastante demagogia se impugna esta inversión y se pasa por encima de los organismos habilitados institucionalmente para dar opinión fundada sobre el tema. Ya que, en efecto, tanto la Dirección de Minería como el Codama (vinculado con la gestión y contralor ambiental) no tuvieron participación en la decisión gubernamental, dado que la misma fue adoptada con un apuro poco habitual en las decisiones del gobierno provincial.

En medios políticos -tanto oficiales como de oposición- se preguntaban las razones de la posición asumida, así como del apresuramiento adoptado. Sobre el apuro de la decisión -y su onerosa difusión-, los analistas regionales sostienen que no caben demasiadas dudas sobre que es producto de las internas del partido gobernante, sumado a la necesidad de comenzar a decir algo de cara a las próximas elecciones de octubre. Indiscretamente, un importante dirigente del mismo palo del gobernador filosofaba sobre el estilo en la toma de decisiones del Dr. Saiz -más próximo a la exasperante lentitud de los ex presidentes Illia y De la Rúa-, quebrado en esta oportunidad por la súbita actitud adoptada sobre el oro sureño.

 

Ecología y ecologismo:

un poco de historia

 

Quizás para entender y diferenciar la ecología -en tanto ciencia- del ecologismo -movimiento político fundamentalista basado en la ecología-, convenga historiar el desarrollo de la Europa moderna. Es así que, debido a una industrialización tan ineludible como incontrolada, emergió en la Europa de la posguerra -mitad del siglo XX- la necesidad de controlar y moderar los efectos negativos y contaminantes de esta industrialización forzada, entonces surgió con empuje una relativamente nueva ciencia, la ecología, que generó en el Viejo Mundo notables cambios sociales y tecnológicos y, desde luego, culturales y políticos.

En los países del llamado Tercer Mundo, que estaban fuera de la seductora sociedad de bienestar europea financiada por las reconstituidas y pujantes factorías, vieron surgir junto a una corriente ideológica-política industrialista, encarnada en la Argentina fundamentalmente por el peronismo, grupos ecologistas que priorizaron el statu-quo de la naturaleza frente a los beneficios sociales de una industria de por sí difícil de desarrollar. La mayoría de estos grupos, leyendo mal la experiencia europea y trasponiendo alegremente situaciones distintas, generó políticas conservadoras frente al esperado y esperanzado desarrollo industrial de las sociedades latinoamericanas. Lo hicieron -y lo hacen- con más fuerza militante que espíritu científico, con más testarudo voluntarismo que inteligencia social; lo que hace recordar aquello que escribía el filósofo alemán Goethe: «No hay nada más horrendo que la ignorancia activa».

Por ello, más importante que las cambiantes y mezquinas posturas coyunturales asumidas en el gobierno rionegrino, es el haber adoptado una posición política que avala a estos grupos del fundamentalismo ecologista, para los que toda actividad humana es contaminante y por consiguiente rechazable; dónde -in extremis- es más importante un pingüino empetrolado que un niño con hambre.

 

Naturaleza pura vs. industria

contaminante: una falsa opción

 

Lo grupos que adhieren a este ecologismo militante adoptaron en general actitudes de rechazo a todo proyecto industrial, sin detenerse a analizar aquello que primordialmente las sociedades deben estudiar: cómo se controlan, minimizan o se anulan los efectos contaminantes que necesariamente aparecen en todo proyecto productivo. Y es aquí donde aparece el ineludible papel que debe jugar el Estado (en este caso provincial) para dar una opinión fundada sobre los alcances y controles que toda industria debe adoptar para evitar contaminar el medio donde se irá a desarrollar.

Resulta por demás triste que la siempre postergada Línea Sur rionegrina, a quienes algunos parecen resignar a una región habitada por cuidadores de ovejas sin futuro, sea el campo de batalla ideológico y político donde una vez más se posterga alguna posibilidad de progreso de cara a un destino mejor.

Como reflexión final, parece más que apropiada la frase que pronunció en una oportunidad Indira Gandhi, la valiente primera ministro hindú que logró el autoabastecimiento alimentario en uno de los países más atrasados y poblados del mundo: «No hay peor contaminación que la miseria humana».

 

(*) Ingeniero


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