El país del conde Drácula

El ministro de Economía, Amado Boudou, intenta convencer -hasta ahora sin éxito- al ex presidente Néstor Kirchner de las bondades de arribar a un acercamiento con el Fondo Monetario Internacional, a través de la revisión del artículo IV.

Entre otros argumentos, sostiene que ello le abriría las puertas para que la Argentina vuelva a tener acceso a los mercados internacionales de crédito, hasta ahora vedados por el default con los hold-out y el Club de París.

Sin embargo, las buenas intenciones del ministro chocan contra un ambiente externo difícil de modelar y con un ambiente doméstico dominado por la voracidad del conde Drácula.

El recrudecimiento de la crisis con problemas en el sector financiero de los Estados Unidos empuja al ministro a abrir nuevos mecanismos de financiamiento para una economía que tiene todos sus indicadores en zona de alerta.

Pero entre la imaginación oficial y la realidad financiera internacional hay un abismo. Es cierto que los problemas de la Argentina se arreglan con muy poco dinero, habida cuenta de la escasa dimensión que tiene la economía nacional.

Un comercio exterior cada vez más pequeño, un consumo doméstico por el piso, la inversión en terreno negativo, niveles de pobreza crecientes y un endeudamiento de su población muy agudo, son algunos de los síntomas de la economía.

El boom del consumo de años atrás, impulsado por el fenomenal crecimiento del sector rural, constituye sólo un grato recuerdo.

La atención se canaliza por saber hasta qué punto la crisis internacional no está superada o bien el mundo está a las puertas de un nuevo remezón del terremoto financiero.

El ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, lanzó un llamado de atención al señalar que las posibilidades de una nueva crisis son crecientes, toda vez que no se conocen los daños que tienen los bancos fuera de sus balances.

Greenspan no parece estar predicando en el desierto. Otros economistas prestigiosos abonan sus dichos y la sensación es que una nueva crisis abordará a los mercados. Greenspan habla contra el encendido optimismo que parece sobrevolar sobre la próxima cumbre de jefes de Estado del Grupo de los 20 (G-20) que se desarrollará dentro de unos diez días en Pittsburg, Estados Unidos.

En esta misma línea se inscriben las palabras del secretario del Tesoro de los EE. UU., Timothy Geithner, quien anunció que la administración Obama «retirará parte de la ayuda fiscal y financiera a los mercados», al tiempo que anticipó que «habrá una mayor volatilidad en ellos y el rebote en el crecimiento no será rápido».

Para muchos gobiernos, lo peor de la crisis ya fue superado y comienza una fase de recuperación de las economías en el mundo. Para este sector, el gráfico de la economía se expresaría mediante el dibujo de una «V». Para los más cautos, se estaría frente a un gráfico que mostraría a la economía con el dibujo de una «L».

En ambos casos, coinciden en que se tocó el punto más bajo. La diferencia es que para los primeros, se entraría en una fase de recuperación rápida a juzgar por la reacción de algunas economías -China, Japón y Alemania-, en el último trimestre. En cambio para los últimos, si bien se ha tocado un umbral mínimo, se entraría en una fase de estabilidad, seguida de un largo período de neutralidad, con gravísimos problemas de empleo.

En cualquiera de los dos casos, el escenario para la Argentina se complica por varios motivos. Los precios de los commodities entraron en un ciclo de depresión, debido a las mejores cosechas de varios países y al retiro de los «hedge funds». Los inversores escapan de los países de alto riesgo y apuntan hacia los activos de alta calidad. De allí que el oro se negocia en torno de los 1.000 dólares la onza. El ranking de competitividad elaborado por el World Economic Forum (WEF) deja muy mal posicionada a la Argentina, en especial, en el capítulo institucional, clave para definir inversiones o hundir capital en un país. En esa calificación, la Argentina ocupa los últimos lugares a la hora de analizar el respeto por las instituciones, la injerencia del Estado en la economía, el respeto a los derechos de propiedad y el reconocimiento a las libertades de ejercer libremente una actividad económica.

En las últimas semanas, este clima antiinversión, excesivamente intervencionista del Estado en la economía y el paroxismo de los excesos estuvo enmarcado por la discusión del proyecto de ley de medios de comunicación audiovisual y por el caso Kraft Foods.

El primero de los casos apunta a la creación de una «gestapo» para la prensa libre y el dominio del espacio radioeléctrico por parte del Estado, del partido gobernante y sus adláteres.

En el segundo de los casos, el virtual retiro del Estado en un conflicto laboral, es una clara señal antiinversora, al dejar a la empresa a la merced de un grupo de violentos que llegaron incluso a la toma de una planta, provocando destrozos en la propiedad privada. Pero hay un elemento más. Los últimos episodios de corrupción vinculados con el manejo de fondos públicos son la frutilla del postre para el banquete de la administración Kirchner.

Todos estos factores convergen para crear un escenario para nada propicio a las inversiones. El interregno parlamentario entre el 28 de junio y el 10 de diciembre convirtió a la Argentina en un territorio signado por la ilegitimidad y la continuidad de un estado de emergencia económica, enmarcado por un ambiente hediondo a corrupción y crimen, sólo comparable al castillo de Transylvania.

 

MIGUEL ÁNGEL ROUCO (*)

DyN

(*) Analista económico.

MIGUEL ÁNGEL ROUCO


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