El pingüino feo
La semana que pasó le trajo alivio al gobierno que, casi en tiempo de descuento, depositó 3.100 millones de dólares al FMI, evitando entrar otra vez en default, y estableció con la severa mandamás transitoria del organismo, la norteamericana Anne Krueger, un esquema de negociación (en pocos días más, incluirá a los acreedores privados, pero sin privilegiar al Comité Global de Bonistas de Nicola Stock) que seguirá siendo igual de peliagudo.
En el tire y afloje, el ministro Roberto Lavagna, apareció como el más flexible, pero lo cierto es que aun mostrando los dientes para defender los intereses nacionales (se acabó eso de «hablar con el corazón», que preconizaba el extinto radical Juan Carlos Pugliese), el presidente Néstor Kirchner llegó a confesarle a su núcleo duro de acompañantes (Alberto Fernández, Cristina Fernández, Carlos Zanini y Julio de Vido): «La situación interna argentina no da para patear al Fondo».
En vísperas del 9 de marzo, el patagónico recibió en la Rosada al embajador de EE.UU. Lino Gutiérrez, quien llegó con un mensaje con membrete: «el que avisa, no traiciona». El diplomático de la administración republicana de George Bush, le advirtió que si la Argentina seguía eludiendo a sus acreedores privados y las demás naciones del Grupo de los 7 se decidían a dar un corte, Estados Unidos dejaría de acompañar a Kirchner. Este no se amilanó e incluso se permitió una broma oscura: «¿Qué, nos van a invadir como a Irak?».
Como se venía anticipando desde esta columna, la resistencia a las «contrapropuestas» (palabra literalmente eliminada) no contemplaba la ruptura. Kirchner se salió con la suya tras preguntar por lo menos tres veces a Krueger si el 23 de este mes le devolvían el dinero desembolsado. La dama de hierro concedió y le manifestó interés por conocerlo personalmente, lo que podría ocurrir en junio, durante un seminario que se realizará en Buenos Aires.
Sin triunfalismo, Kirchner aseguró que mantendrá la oferta original de abonar sólo 25 centavos de cada dólar debido. Alguna fórmula podría elevar un poco esa oferta. El factótum del armado legal de las privatizaciones en la hoy denostada época de Carlos Menem, el ex ministro Roberto Dromi, fuera de los primeros planos periodísticos, hizo una evaluación y presagio: «K no solo le torció el brazo al Fondo -dijo- sino que terminará pagando el 30 por ciento a los bonistas y estos irán corriendo a ponerse en fila ante la ventanilla».
La postura del pingüino (salvando las distancias, imita el cuento del pato feo transformado en cisne) que pretende construir con sectores transversales, renegando del peronismo tradicional «que se encierra en el local con la Coca y el fernet» (este sector, sobre todo el bonaerense, se muestra bastante intolerante), no termina de encontrar comprensión, pese a que no anda diciendo una cosa y haciendo otra, como es costumbre en los dirigentes.
Arturo Valenzuela, ex subsecretario para asuntos latinoamericanos durante el mandato del demócrata Bill Clinton, declaró que en los círculos de poder norteamericanos se piensa que Kirchner está confundido porque «trata de agradar a la gente en lugar de convocarla». Ello, agregó, espanta a los inversores, que ven cómo en la Argentina se pone el acento «en la responsabilidad de los otros» más que «en el sacrificio de los propios».
Sin embargo, el politólogo Rosendo Fraga (consultor permanente de las embajadas de los países del primer mundo), le otorga a K un handicap incuestionable: tiene más del 71 por ciento de imagen positiva, ha logrado un crecimiento del 8 por ciento en el 2003 y no tiene ninguna oposición partidaria.
El economista Javier Gónzalez Fraga, como otros del establishment que antes endiosaban las políticas liberales de Menem, destacó el pulso del santacruceño a la hora de lidiar dignamente con el FMI: «En una negociación hay que dejar de lado la elegancia y fijarse en los resultados. Los acreedores y los organismos internacionales se van dando cuenta de que el gobierno insulta, pero termina pagando».
En el encuentro de la militancia, para recordar el ascenso de Héctor Cámpora, en el convulsionado 11 de marzo de 1973, Kirchner se mostró contemporizador, poniendo a resguardo «la identidad de la Patria, con justicia y memoria». Y si bien se inflamó al compás del fervor de más de cinco mil cuadros, reclamó acabar con la teoría del «jefe» y de los «influyentes» que transitan por la «clandestinidad de la política».
Fue la senadora Cristina Fernández -quien afirmó que los que destacan en su currículum el hecho de ser «la mujer» de Kirchner, son misóginos y machistas-, la que puso una cuota de sensatez a la recordación de hace 31 años, en las que tenían activa participación las organizaciones guerrilleras.
Kirchner apagó con su voz «la marcha» y Cristina sentenció: «Solo el peronismo no alcanza hoy para explicar la realidad del país». La puesta a punto de un movimiento de masas, reconoció la senadora, demandará acabar con el maniqueísmo (de un lado los buenos, del otro los malos) y el infantilismo, que tanto denostó el general Perón en los últimos días de vida.
«Antes queríamos cambiar todo, ahora queremos cambiar», manifestó Cristina, quien también señaló que en la historia no se avanza siempre, sino que a veces se da medio paso atrás, para adelantar luego dos.
El matrimonio no cerró los ojos a la globalización. Abogó por romper viejos tabúes o clichés que exigían ajustes sin fin. Cristina precisó que esta administración cumplirá con la palabra empeñada, combinando legalidad con legitimidad. Puso los pies sobre la tierra al admitir que hay que enfilar a un país «más serio, posible y mejor», que en general dista del ideal.
Procuró contagiar «este baño de realismo racional». Pero, se sabe, los duhaldistas de Buenos Aires son alérgicos a los transversales «no peronistas» y se muestran poco dispuestos a ser relegados. Amenazan con retacear apoyo legislativo para las iniciativas que se vienen, en especial sobre la distribución de dinero por la coparticipación federal.
Buenos Aires exigirá la restitución del fondo de reparación histórica para el conurbano (más de 600 millones de pesos). Santiago del Estero hará lo imposible para evitar la caída del caudillo Carlos Juárez, recientemente designado como ministro de Economía provincial por su esposa, la gobernadora «Nina»Aragonés. Y en San Luis, Adolfo Rodríguez Saá, el Presidente del default, irá en auxilio de su hermano, el mandatario Alberto, porque la Iglesia y la clase media puntana están a punto de darle jaque mate.
Arnaldo Paganetti arnaldopaganetti@rionegro.com.ar
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