El plan económico entra en contradicciones

La política económica parece haber entrado en una serie de contradicciones, que deberían despejarse rápidamente, antes de males mayores. A río revuelto, y ya lejos de aquellos tiempos en los que nadie se le animaba al atril de Néstor Kirchner, han comenzado a escucharse voces sectoriales que tironean lo que los gobernantes deben cuidar de modo primordial: el bien común. Tras el mandoble de la suba de retenciones, el campo llevó la delantera en las quejas mediáticas, pero también se le ha escuchado a la UIA sugerir alguna mejora en el tipo de cambio real y a empresarios, otrora callados por su cercanía con el gobierno o para no enemistarse, pedir adecuación de precios de combustibles o de tarifas eléctricas. Sólo los sindicalistas parecen estar anestesiados con el 19,5% que arregló Hugo Moyano, porcentaje que se repite de modo uniforme para tranquilidad del gobierno, aunque no se sabe hasta cuándo, ya que es su especialidad sacar tajadas adicionales.

Por el lado de la sociedad, hay una grave preocupación por la situación de los precios, pero también estupor por el modo autista en que el gobierno encara la lucha contra la inflación, reduciendo el problema a la confección más o menos rápida de un nuevo Índice de Precios.

Claro está que nada de esto habría pasado si los defectos del plan no se hubieran manifestado casi de golpe, en paralelo con el cambio de estilo entre los integrantes del matrimonio Kirchner, que algunos ya se ocupan de marcar. Más allá de que lo que se conoce como programa económico resulta en su concepción algo primitivo, y que la política le aporta poco y nada de soporte, las inconsistencias que los críticos marcan han comenzado a notarse.

Sin ir más lejos, «los Martines» han sufrido durante la semana un grave encontronazo, que no pasó inadvertido en el exterior. Primero, un comunicado de Martín Redrado, el presidente del Banco Central, explicó de modo florido por qué el record alcanzado en las Reservas Brutas, del orden de los 50.000 millones de dólares, constituye una efectiva «protección» no sólo ante los desequilibrios externos, sino también para evitar ataques especulativos, brindar previsibilidad y potenciar las inversiones productivas. Así lo anunció, orgullosa, Cristina Fernández, el miércoles por la tarde. Pero al día siguiente, el ministro de Economía, Martín Lousteau, compelido a hablar por las radios debido a la reacción del campo, tras el guadañazo impositivo que él pergeñó, se embarcó en la antítesis de los argumentos del Central, cuando aseguró que no descarta la posibilidad de discutir si hay que usar parte de esas reservas para atender mayor gasto social o financiar obras de infraestructura.

Aunque Lousteau relativizó varias veces que eso pudiere ocurrir de modo inmediato, no se animó nunca a desdeñar la idea para no recibir algún reto desde arriba.

Un operador de Wall Street, muy preocupado por sacar los fondos de los Estados Unidos hacia países emergentes ante los bandazos de esa economía, le dijo a DyN: «Tomamos nota, pero ya nada de lo que digan por allá nos importa, porque hace mucho que tenemos a la Argentina fuera de nuestras previsiones». «La protección que brinda a nuestra economía este stock de reservas configura uno de los pilares centrales del modelo económico», había dicho el BCRA en paralelo con la reunión que Redrado mantuvo con la presidenta.

Más allá de la flagrante oposición de pensamientos de dos funcionarios que se supone que deben trabajar codo a codo, el concepto comunicacional no fue el apropiado, ya que se le abrió al gobierno una caja de Pandora. Por hacer autobombo, ahora ha quedado en la necesidad de explicar a propios y extraños por qué no se usa esa estupenda cifra para otros menesteres más progresistas, algo difícil de digerir para una mentalidad tan conservadora como la que expusieron los Kirchner en su vida política. Sin embargo, la trampa es doble, porque ahora no se puede admitir oficialmente que no todo es oro lo que reluce en materia de reservas, ya que algo más de una quinta parte de ellas son ingresos de dólares que se han transformado en deuda del Banco Central (Lebac, Nobac y pases) y, en principio, serían fondos indisponibles, por si se revierte la tendencia de ingreso de divisas, mientras que otros 3/5 cubren la emisión de dinero, se supone que también intocable. Por otro lado, este colchón de divisas, aún con contrapartida monetaria y financiera, sirve efectivamente para poner una barrera de cierta inmunidad a las vulnerabilidades externas, aunque no tanta como pregona el BCRA.

Tampoco se conoce a ciencia cierta en qué moneda y a qué plazo están colocadas las divisas en el exterior y mucho menos a qué tasa de interés (sólo se sabe que están casi por mitades en Basilea y en bancos privados). Por otro lado ha sido promisorio que Martín Lousteau haya ratificado que el Tesoro ha comprado con su propio superávit 4.000 millones de reservas genuinas, para ayudar al BCRA en su tarea de sostén del tipo de cambio, lo que le podría dar al gobierno la potestad de decidir en qué invertir estas otras divisas, modestas, pero mucho más robustas que el tan promocionado colchón. En este aspecto, Lousteau y Redrado han sabido sintonizar pragmáticamente la cuerda que toca el gobierno, totalmente alejada de los libros que ellos mismos han cultivado en universidades extranjeras. Ambos, como otros tantos técnicos con potencial brillante, han sucumbido ante necesidades de la política.

En su primer raid radial desde que asumió, ya que desde la Casa Rosada le vedaban la palabra pública, el titular de Economía no salió bien parado, ya que no generó ninguna autocrítica, negó su amago de renuncia, sus peleas con Guillermo Moreno y hasta un futuro casamiento. También se empeñó en mostrar firmeza para dejar en claro que era él quien mandaba, sobre todo en el caso del campo. Hasta se animó a deslizar una política de largo plazo, algo nada común en el gobierno: «queremos convertir la proteína vegetal (soja) en proteína animal, que es lo que va a demandar el mundo», dijo.

Aunque además faltan los cómo, en este punto tan crucial queda flotando una contradicción más: ¿qué país es el que propicia esta política económica? ¿El país exportador e inclusivo que planteó la presidenta en su mensaje al Congreso o el que baja los brazos porque no tiene suficiente energía para que crezca más su industria, que no puede vender al exterior ni su trigo ni su carne y que se siente avasallado por las mayores retenciones a la venta de soja y girasol? ¿El país que crece abierto al mundo o el que se cierra hasta acostumbrarse a vivir con lo nuestro y a comer, aunque no le guste a nadie, porotos de soja?

 

HUGO E. GRIMALDI

DyN


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