El poeta imaginario de Jorge Edwards

El escritor chileno habla de su próxima novela. Se trata de una historia urbana y literaria.

SANTIAGO, Chile (DPA).- Como un soldado de Tlön, el escritor chileno Jorge Edwards reveló a DPA que la escritura de su futura novela, «La Casa de Dostoievsky», es un viaje por la lectura y peripecias de un vate imaginario, confrontado a los cambios del mundo en las últimas décadas.

«Es un poeta que pasa por muchas experiencias en Chile, París y Cuba», detalla el ganador del Premio Cervantes 2000, desde un salón de su amplio y céntrico departamento, con vistas a los verdes parques del cerro Santa Lucía, a media cuadra.

La historia reconoce junto a una taza de té y la solitaria ventana de la habitación es un saldo consigo mismo. Sus inicios quinceañeros en las letras fueron en la segunda postguerra europea como poeta. Pero admite que jamás encontró su voz. «Si leía a Pablo Neruda, escribía como él. Si eran César Vallejos o Federico García Lorca, lo mismo», asume resignado a sus 76 años. Su vida fueron la prosa, el ensayo y el periodismo.

Riendo, confiesa que no sólo lo seduce la historia que prepara y que supone un viaje literario y social. «A mí me gusta meterme en la piel de otro escritor», revela el autor de «Persona non grata», la obra sobre su expulsión de Cuba en 1971.

«En mi novela anterior, 'El inútil de la familia', lo hice con mi tío Joaquín Edwards, de quien se conocía muy poco, debido a que rompió con su familia, vinculada directamente con el intelectual venezolano Andrés Bello. Revisé sus archivos, hablé con gente que lo conoció. Me gustó mucho actuar como un novelista del siglo XIX», recalca.

Ahora en cambio el desafío tiene un matiz borgeano, debido a que el vate y protagonista de su trabajo es ficticio. «Pero igual tengo que revisar lo que leían los poetas de mi tiempo, para poder entenderlos», sostiene.

«La idea prosigue es entrar en la atmósfera de ese tiempo». Aunque, en verdad, es un viaje a las amistades

de los poetas y obsesiones que lo acompañaron en sus primeros años, cuando aún no creía que la literatura fuere el parque que lo acogiera. Recuerda que eran los años en que los escritores aplaudían «Residencia en la Tierra» de Pablo Neruda y la creacionista «Altazor» de Vicente Huidobro. Ambas obras de una iconografía urbana a la que Edwards suscribe.

«La casa de Dostoievsky», aunque también habitada por escritores reales, es por tanto un viaje literario, construido desde la lectura, el primer paso de los escritores, como apunta Edwards.

«De hecho, el lugar existió y quedaba en el centro de Santiago, cerca de la Alameda (la calle principal del país)», recuerda, desde su departamento a pocas cuadras de distancia del epicentro de su creación.

Era una casona donde en 1950 vivían artistas y siempre había «niñas y fiestas», dice sonriente.

Narra que su interés por este tipo de historias urbanas y literarias lo sedujo siempre y que a diferencia de muchos escritores jamás se sintió atraído por el realismo mágico, con sus mujeres selváticas y levitantes. Con sus siglos diluviales.

Para él, las buenas historias están siempre en las ciudades, escondidas tras las apariencias, que gobiernan el mundo desde el Renacimiento y la Conquista de América. Desde el fin del ser que atormentaba a Otelo. Sobre lo mismo, advierte que su paso desde su frustrada carrera como poeta a la novela comenzó con esa pasión por las historias urbanas que rodearon su vida desde la niñez.

«Las historias que contaban mis familiares, la gente que trabajaba, los que llegaban a vender hasta pavos a la casa en carretones por las calles del centro de la ciudad. Era fascinante», rememora, asumiendo que la literatura impregna la vida, aunque los hombres lo desconozcan.

Y atesora como un privilegio su amistad con diversos poetas chilenos, como Enrique Linh, Neruda y Jorge Teillier. También que su prosa naciera de su amor por la poesía.

«En esos años, los escritores de mi generación intentamos que nuestros textos tuvieran un lenguaje poético», uniendo forma y fondo, en un rescate de la belleza, como plantea Susan Sontag.

Por ello, «La casa de Dostoviesky» es una obra literaria impregnada de la vida, donde el protagonista es el cruce indivisible entre la ficción y la realidad. Las peligrosas bifurcaciones de Tlön.


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