El primer año

Es probable que cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner iniciaba su gestión haya entendido que no le sería dado conservar por mucho tiempo la simpatía de más del 56% de la población que, según las encuestas de opinión, la creía la persona indicada para encabezar el Poder Ejecutivo nacional, pero no pudo haber previsto que, luego de un año en la Casa Rosada, sería mal vista por una mayoría abrumadora. Aunque la pérdida de popularidad así supuesta se debió en parte a circunstancias que la presidenta no estaba en condiciones de modificar, entre ellas el hecho de que se vio obligada a reivindicar lo realizado por el gobierno de su marido durante los cuatro años anteriores a pesar de que la sociedad comenzara a reclamar algunos cambios importantes, también influyó su propia versión del siempre antipático «estilo K». Los muchos que votaron por Cristina lo hicieron no sólo porque a su juicio ningún candidato opositor sería capaz de gobernar de manera satisfactoria, sino también porque durante la campaña electoral la en aquel entonces «primera dama» dio a entender que se concentraría en mejorar el estado de las instituciones nacionales, reinsertar el país en el orden internacional y luchar en serio contra la evasión impositiva y la corrupción, además, claro está, de estar más dispuesta que su marido a dialogar cortésmente con quienes no compartían todos sus puntos de vista.

Por desgracia, duró muy poco la ilusión de que la gestión de Cristina sería menos ríspida y más respetuosa del pluralismo que la de Néstor Kirchner. No bien asumió, estalló el escándalo de la valija llena de dólares que había llegado al país en manos del venezolano Guido Antonini Wilson, lo que provocó un enfrentamiento con Estados Unidos, mientras que algunos meses más tarde la presidenta emprendió una ofensiva furibunda contra los productores rurales, acusándolos de ser golpistas y oligarcas resueltos a hambrear a los pobres. Aquel conflicto puso fin a su luna de miel con la opinión pública, al brindar a los muchos que ya se sentían irritados por «la soberbia» de la presidenta una oportunidad para manifestarlo solidarizándose con el campo. Fue por eso que el voto «no positivo» en el Senado del vicepresidente Julio Cobos resultó suficiente como para transformarlo en el político más popular del país, dueño de un índice de aprobación que duplicaría el de su jefa nominal.

Por ser nuestras instituciones un tanto precarias, la mala imagen de la presidenta -y la de su marido, que es todavía peor- es preocupante. Lo sería aun cuando hubiera motivos para prever que los tres años que le quedan en el poder se caracterizarán por el crecimiento rápido de la economía y la tranquilidad social que suele acompañar los períodos de auge, pero sucede que ya escasean los economistas que creen que las perspectivas siguen siendo buenas. Ya antes de aparecer una tormenta internacional que en un lapso muy breve reduciría a menos de la mitad los precios de los commodities que exportamos, hubo indicios de que se agotaba el «modelo productivo» que los Kirchner heredaron del gobierno de Eduardo Duhalde, de suerte que la etapa de las «tasas chinas» tenía los días contados. Aunque hasta ahora el impacto de la crisis mundial ha sido menor aquí que en los países ricos, la producción y el consumo se han frenado abruptamente, lo que ha forzado al gobierno a reaccionar con una serie de paquetes destinados a restaurar la confianza perdida. ¿Funcionarán? De la respuesta a este interrogante dependerá en buena medida el futuro de una gestión que ha empezado mal a causa de los errores cometidos por la presidenta y de la influencia a todas luces excesiva de su marido que, si bien no desempeña ninguna función ejecutiva formal, ha sido el «hombre fuerte» del gobierno de su esposa. Debido a la aparición inoportuna del «mundo», los desafíos que Cristina tendrá que enfrentar en los años próximos de su gestión amenazan con ser mucho más difíciles que los que le ocasionaron tantos problemas en el primero. Para superarlos tendría que relanzar su gestión, cambiando su equipo para ponerlo a la altura de las circunstancias. Hasta hace muy poco se mostró mucho más interesada en reivindicar lo ya hecho que en innovar, pero aún es posible que al darse cuenta de la gravedad de la crisis ante el país opte por una actitud menos cerrada.


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