El problema no es solamente político

Por Mario Teijeiro (*)

El problema es esencialmente político», nos dicen los politólogos. Comparten este diagnóstico los sostenedores de la Convertibilidad, que atribuyen el colapso económico a la falta de liderazgo y de credibilidad de De la Rúa y de quienes lo siguieron, para eludir la responsabilidad en los gruesos errores económicos cometidos durante los «90. Si el problema es político, entonces bastaría con una solución política que aglutine poder. «Si el peronismo se reunifica, se purifica y se renueva para recuperar la mayoría… tendremos un presidente de veras. La economía, mansamente, lo seguirá», nos dice Mariano Grondona en un reciente editorial dominical. ¿Será realmente así?

El tema del poder y la gobernabilidad es la preocupación excluyente de los analistas políticos. La atomización política es vista como sinónimo de anarquía. En cambio la sustanciación de un liderazgo fuerte, con apoyo mayoritario, es lo que permitiría dominar los múltiples intereses corporativos que pujan por sacar ventajas. La política es vista idealmente como el árbitro de presiones corporativas y requiere apoyo mayoritario para imponer equilibrios estables. Cuando ese poder político se logra, es el momento de las realizaciones. La puja de los intereses sectoriales se encauza y la economía puede funcionar dentro de un marco estable de reglas de juego. Esta es la teoría.

El problema de la visión «política» es que una masa crítica de poder y liderazgo es una condición necesaria pero no suficiente para que al país le vaya bien. Es posible, y ocurre muchas veces en la historia, que el consenso mayoritario se logre alrededor de propuestas nefastas para el crecimiento y la paz social. Ejemplos claros fueron las políticas del peronismo del «45 y la experiencia socialista de Allende en Chile. Otro ejemplo más reciente es la experiencia de Chávez en Venezuela. Chávez llega al poder con un apoyo masivo, no sólo para ejercer la Presidencia sino para cambiar la Constitución y poner patas para arriba todos los poderes constituidos. Es difícil de imaginar un liderazgo más contundente y un poder más indiscutible que el que logró inicialmente Chávez en Venezuela. El problema es que eso no basta. El poder tiene que ser usado para llevar adelante ideas correctas. Su enorme poder inicial no ha bastado para hacer crecer a Venezuela y las consecuencias de sus políticas populistas han reducido rápidamente su popularidad hasta llegar al borde de la guerra civil.

El ejemplo más cercano es el de la Convertibilidad. La Convertibilidad tuvo un enorme consenso político durante los «90, particularmente luego de sus éxitos iniciales. Ese consenso y los intereses que se crearon alrededor de la paridad 1 a 1 hicieron que se mantuviera mucho tiempo soportando los coletazos de grandes crisis foráneas. Pero la voluntad política no bastó, porque el esquema de endeudarse en dólares para aumentar el gasto público o invertir en sectores domésticos que no generan o ahorran divisas, era absolutamente inconsistente. El «default» y el congelamiento de depósitos fueron la expresión externa de la enfermedad profunda. La economía tiene leyes que, tal como la ley de gravedad, son inviolables, aun por el consenso político más amplio. La política y la economía son mutuamente interdependientes y no pueden divorciarse. Un programa económico no puede implementarse y sostenerse sin consenso político. Pero también es cierto que un consenso político sobre un programa equivocado no hace otra cosa que llevar al desastre.

El enfoque «político» enfatiza exclusivamente el poder como capacidad de hacer, no importa qué. Es una visión «pragmática» de la realidad que evita cualquier consideración valorativa sobre qué es lo que debería hacerse para el progreso social. Aceptan la realidad tal como es, sin ninguna intención de influirla o modificarla. Viven en el reino de lo posible, no de lo necesario o deseable. Un ejemplo típico es su aceptación del corporativismo y sus prácticas corruptas, en la medida que contribuyan a la gobernabilidad. «Roba pero hace» es una síntesis del pragmatismo de los cientistas políticos admiradores de Maquiavelo. Así bendijeron el «capitalismo salvaje» de los «90, que fue la alianza entre el capitalismo prebendario (de las privatizaciones monopólicas, el Mercosur y los regímenes especiales) con la política clientelista (de un gasto público insostenible). Esa alianza sólo pudo construirse sobre la base de la indisciplina fiscal, financiada con el ingreso de las privatizaciones primero y con endeudamiento externo después. La fórmula parecía ideal para aglutinar poder y transformar a la Argentina. No repararon en su inconsistencia económica y en las consecuencias políticas del empobrecimiento de las clases medias que no viven del Estado. Hoy la mayoría de los cientistas políticos rescata la necesidad de reconstruir el poder político. ¿Quién puede dudar de que tenemos un gran problema político? El tema es no olvidar que a esta disgregación política hemos llegado fundamentalmente como consecuencia de los enormes errores económicos cometidos con el gran poder político que tuvieron Menem y Cavallo. Y que de nada servirá un nuevo consenso político que tome otra vez un rumbo equivocado.

La pregunta fundamental es entonces alrededor de qué ideas y reformas fundamentales (políticas y económicas) es necesario reconstruir el poder político. Si el consenso se construye sobre la idea que hay que abandonar el capitalismo y la globalización, estamos fritos. La noche será mucho más fría y más larga antes que amanezca. Pero también es necesario considerar muy profundamente qué reformas necesita la Argentina dentro de una alternativa «razonable». La mayoría de los analistas políticos y una gran parte del empresariado creen que la fórmula es simple. Desde el punto de vista político, creen que hay que reconstruir el poder alrededor del peronismo pro-empresario bajo el liderazgo de Reutemann o Menem. Para ello presionan a nuevos líderes como Bullrich y López Murphy para que se alineen dentro del peronismo. Desde el punto de vista económico, se trata de volver a respetar la propiedad, los contratos (aspectos indiscutibles, sin duda) y recrear la fórmula corporativa de los «90, esta vez con dolarización y salvataje de los empresarios endeudados en dólares. No hay ni atisbos de autocrítica de los errores cometidos. «La política fiscal tuvo indicadores de déficit y endeudamiento que superaban los criterios de Maastricht», se defiende Menem, como si a nuestro país se lo pudiera juzgar con parámetros europeos.

Para que Argentina pueda salir de esta crisis tan profunda no bastará con cambios cosméticos en la política y la economía. La confianza interna y externa están totalmente quebradas, lo que exige un nuevo orden político y económico para empezar de nuevo. Necesitamos cambiar la imagen de corrupción generalizada en la dirigencia política, para lo cual son necesarias reformas que aseguren que tendremos menos y mejores políticos. Hay que romper con las listas sábana y el monopolio de los partidos para la presentación de candidatos. Hay que reducir drásticamente el número de cámaras y representantes nacionales y provinciales. Hay que establecer nuevas reglas de juego que incentiven un comportamiento responsable de los representantes. Para ello es esencial la eliminación de la coparticipación federal y su reemplazo por un régimen fiscal federal donde cada jurisdicción gaste sólo lo que recaude.

Las reformas económicas no son de menor envergadura. Ante todo hay que redefinir la inserción argentina en la globalización, abriéndonos a competir libremente, pero con un tipo de cambio competitivo como el que tenemos ahora. Hay que redefinir totalmente el rol del sector público, terminar con el clientelismo, bajar el gasto y los impuestos y así permitir la competitividad del sector privado. Hay que terminar con la nefasta injerencia gremial en el manejo de la salud y de la educación. Pero también hay que terminar con un capitalismo prebendario que otorga monopolios artificiales y otras «protecciones» para explotar al consumidor a cambio de financiar la política y los «vueltos» de los políticos. Si vamos a permanecer en el capitalismo, tenemos que jugarnos por un capitalismo competitivo que funcione y le sirva a la gente, no sólo a unos pocos.

¿Puede el peronismo con Reutemann o Menem liderar exitosamente estas reformas? ¿Es lo que los politólogos consideran políticamente posible, conciliable con las reformas necesarias? Porque si la intención es mantener la alianza entre el capitalismo prebendario y la política clientelista con algunas reformas cosméticas como la dolarización y la regionalización, Argentina no saldrá del pozo y el espectro de un Chávez argentino retornará.

(*) Presidente del Centro de Estudios Públicos


El problema es esencialmente político", nos dicen los politólogos. Comparten este diagnóstico los sostenedores de la Convertibilidad, que atribuyen el colapso económico a la falta de liderazgo y de credibilidad de De la Rúa y de quienes lo siguieron, para eludir la responsabilidad en los gruesos errores económicos cometidos durante los "90. Si el problema es político, entonces bastaría con una solución política que aglutine poder. "Si el peronismo se reunifica, se purifica y se renueva para recuperar la mayoría… tendremos un presidente de veras. La economía, mansamente, lo seguirá", nos dice Mariano Grondona en un reciente editorial dominical. ¿Será realmente así?

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