“El pueblo siempre paga la fiesta”

En el transcurso de la vida de un individuo diversas circunstancia hacen que se acuda a solicitar un préstamo a una institución financiera, sea para comprar la primera casa o para ampliarla o mejorarla, adquirir ese automóvil que tanto necesitamos, pagar esa costosa intervención quirúrgica que salva la vida del ser querido, etcétera. Son créditos que tomamos con fines de desarrollarnos, crecer, y ahí están la casa, su remodelación, el automóvil y el ser querido curado de la dolorosa enfermedad. Ese contrato de préstamo obviamente no es una donación y la pagamos rigurosamente hasta el final; el endeudamiento ha sido provechoso y hoy tenemos nuestro hogar, nos movilizamos seguros y cómodos y disfrutamos del abrazo del ser querido al que la cirugía le salvó la vida. Lo expuesto en el párrafo precedente intenta explicar de manera simple que contratar créditos es ventajoso en tanto se traduzca en bienes y servicios que hagan a nuestro bienestar y sea honrado puntualmente hasta extinguir la obligación. También podemos obtener prestamos dinerarios y rifar lo obtenido en el juego, en el azar, dilapidándolo hasta su agotamiento y así, al extinguirse nuestra capacidad de pago, no honramos la deuda, llegamos a la quiebra y quedamos sin bienes y en la miseria más absoluta. Los Estados, lo mismo que los individuos, los contraen para desarrollarse y crecer, para construir caminos, ferrocarriles, viviendas, escuelas, hospitales y emprendimientos productivos, para que sus recursos se transformen en riqueza, en minería, turismo, producción agrícola y ganadera, progreso científico y seguridad… así el país se hace grande y la deuda administrada honestamente es honrada en tiempo y forma. También gobiernos de canallas endeudan al Estado y el dinero obtenido es apropiado o dilapidado por los representantes del pueblo, que no pagan las deudas contraídas. De este modo el país pierde credibilidad y llega al default y el pueblo maltratado y sufriente se hará cargo por generaciones de solventar la fiesta de sus mandatarios. La Argentina tiene una triste experiencia en este punto; salvo el caso del Dr. Arturo Umberto Illia, hemos pasado de las manos de malos a peores y hoy una vez más la impericia y el abuso nos enfrentan al drama de la falta de trabajo, de la pobreza irremediable del hombre de a pie y sus secuelas que, como siempre, no serán soportadas y obladas por los funcionarios que ostentan impúdicas riquezas sino por los desafortunados ciudadanos, víctimas inocentes de las tropelías de sus gobernantes. Héctor Luis Manchini, DNI 7.779.947 Zapala

Héctor Luis Manchini, DNI 7.779.947 Zapala


En el transcurso de la vida de un individuo diversas circunstancia hacen que se acuda a solicitar un préstamo a una institución financiera, sea para comprar la primera casa o para ampliarla o mejorarla, adquirir ese automóvil que tanto necesitamos, pagar esa costosa intervención quirúrgica que salva la vida del ser querido, etcétera. Son créditos que tomamos con fines de desarrollarnos, crecer, y ahí están la casa, su remodelación, el automóvil y el ser querido curado de la dolorosa enfermedad. Ese contrato de préstamo obviamente no es una donación y la pagamos rigurosamente hasta el final; el endeudamiento ha sido provechoso y hoy tenemos nuestro hogar, nos movilizamos seguros y cómodos y disfrutamos del abrazo del ser querido al que la cirugía le salvó la vida. Lo expuesto en el párrafo precedente intenta explicar de manera simple que contratar créditos es ventajoso en tanto se traduzca en bienes y servicios que hagan a nuestro bienestar y sea honrado puntualmente hasta extinguir la obligación. También podemos obtener prestamos dinerarios y rifar lo obtenido en el juego, en el azar, dilapidándolo hasta su agotamiento y así, al extinguirse nuestra capacidad de pago, no honramos la deuda, llegamos a la quiebra y quedamos sin bienes y en la miseria más absoluta. Los Estados, lo mismo que los individuos, los contraen para desarrollarse y crecer, para construir caminos, ferrocarriles, viviendas, escuelas, hospitales y emprendimientos productivos, para que sus recursos se transformen en riqueza, en minería, turismo, producción agrícola y ganadera, progreso científico y seguridad... así el país se hace grande y la deuda administrada honestamente es honrada en tiempo y forma. También gobiernos de canallas endeudan al Estado y el dinero obtenido es apropiado o dilapidado por los representantes del pueblo, que no pagan las deudas contraídas. De este modo el país pierde credibilidad y llega al default y el pueblo maltratado y sufriente se hará cargo por generaciones de solventar la fiesta de sus mandatarios. La Argentina tiene una triste experiencia en este punto; salvo el caso del Dr. Arturo Umberto Illia, hemos pasado de las manos de malos a peores y hoy una vez más la impericia y el abuso nos enfrentan al drama de la falta de trabajo, de la pobreza irremediable del hombre de a pie y sus secuelas que, como siempre, no serán soportadas y obladas por los funcionarios que ostentan impúdicas riquezas sino por los desafortunados ciudadanos, víctimas inocentes de las tropelías de sus gobernantes. Héctor Luis Manchini, DNI 7.779.947 Zapala

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