El realismo mágico neuquino

jorge gadano jagadano@yahoo.com.ar

QUÉ QUIERE QUE LE DIGA

El Ferrocarril Trasandino del Sur (FTS) tiene, como se ve, un nombre y una sigla. Pero todavía no existe, porque para eso tendría que contar con lo más elemental que necesita un tren para rodar, que son los rieles. Apenas se construyeron unos pocos kilómetros desde Zapala a Las Lajas, que quedaron truncos en medio del desierto, como un mudo testimonio de lo que es capaz un delirio sólidamente estructurado. Por fortuna, el delirio se detuvo allí: no se construyeron estaciones, no se emplazaron señales ni se compraron vagones o locomotoras. Pero, como quiera que haya sido, ahora “vuelve la esperanza”, de modo que no se debe descartar la posibilidad de que si, de la mano de la esperanza, Jorge Sobisch vuelve al gobierno con la fantasía intacta, retome el proyecto que Jorge Sapag enterró. No obstante, por ahora el FTS es un dato para mostrar que la magia descubierta por García Márquez en Macondo también está en Neuquén. En Senillosa tenemos otro dato, con dimensiones mayores que las del Trasandino. Porque, como decimos más arriba, en el proyecto del tren sólo se empezó por los rieles. Lo demás quedó para después. En cambio, el proyecto de la cárcel de Senillosa está totalmente concluido, pero no tiene presos. Y para colmo, en el último año el delito en la provincia, según cifras oficiales, sólo aumentó un 1,65%. Yo pregunto: ¿hay acaso, en América Latina, alguna cárcel que no pueda funcionar porque carece de clientela? No señores, no la hay. Desde hace varios años, los neuquinos tenemos la única cárcel sin presos, un verdadero símbolo de que, primero, aquí sobra la plata (costó, según Sobisch, 70 millones) y, segundo, de que el delito está en retirada (¿habrá que importar presos?). El caso es único, tanto como las consecuencias que trae aparejadas. Una de ellas es que la vigilancia es obviamente necesaria en una cárcel, para evitar que los delincuentes presos se escapen. Pero en ésta, aún vacía, también lo es porque hay que evitar que entren ladrones a llevarse cosas. Siempre se aprende algo nuevo: habitada o vacía, una cárcel siempre necesita vigilancia contra los ladrones, sea para evitar que se vayan los que están adentro o que entren a robar los de afuera. Si esto último sucediera, Neuquén sería noticia en todo el mundo. Uno no puede menos que preguntarse para qué se hizo la cárcel, si la oferta de presos no existía. Sobisch contestó en una entrevista del diario “La Nación” publicada el 8 de agosto de 2007. Dijo que el gobierno nacional no había cumplido con el compromiso de enviarle los presos alojados en la antigua cárcel federal, la U9, emplazada en un extenso predio pegado al centro de la capital neuquina. Le contestaron mal, como siempre lo hacen los gobiernos de la Pampa Húmeda (en estos días no tan húmeda, por la sequía). Dieron a entender que Sobisch quería trasladar a los presos de la vieja prisión federal a la nueva de la provincia “para aprovechar los terrenos del antiguo penal, que quedó en un lugar estratégico en medio de la ciudad, para la realización de un negocio inmobiliario”. ¿Sugerían, acaso, que Sobisch quería hacer un negocio con el predio del penal federal? La verdad, esa gentuza no tiene límites. Para la gente de Senillosa, que el penal no se habilite es una contrariedad, porque se había creado la esperanza de que el gasto de la cárcel dinamizaría la economía del pueblo. No era para menos, porque los presos iban a salir caros. Según publicó este diario, la Policía neuquina informó el año pasado que cada preso costaría 5.000 pesos por mes. El cálculo incluía la comida, los traslados a requerimiento de la Justicia, los sueldos del personal penitenciario y de los docentes de los talleres de capacitación, los consumos de electricidad y calefacción y el mantenimiento general del edificio. Con las 600 plazas ocupadas, el gasto total mensual sería de 300.000 pesos. Está bien que así sea, si lo que se busca es la reinserción del preso en la sociedad. Lo que no conviene es propagandizarlo demasiado, porque la mayoría de los trabajadores neuquinos que viven con sueldos inferiores a esos 5.000 mensuales preferirá la cárcel antes que una miserable vida en libertad. Queda por ver, para completar una mirada sobre nuestro realismo mágico, lo que la trayectoria de un político como Sobisch ofrece. Hasta donde yo sé, él ya fue una personalidad promisoria cuando en 1979 integró un selecto grupo de jóvenes que se reunió con Jorge Rafael Videla (hubo un diálogo respetuoso y por momentos cordial, y no se habló de los desaparecidos). Después, en 1984 ganó la intendencia de la capital y posteriormente fue gobernador durante doce años. Con esos estimulantes antecedentes Sobisch se lanzó a la conquista de la presidencia de la Nación. Le fue muy, pero muy mal. Como él había dicho cuando se proclamó candidato que se iba para arriba o para afuera, todo el mundo creyó que si perdía dejaría la política. Pero no. Después de gastar en cada voto que obtuvo en la elección nacional más plata de lo que costará un preso de Senillosa, Sobisch quiere volver a ser gobernador. Él cree que ganará pero, de no ser así, podrá, en ese regreso ya sin gloria, aspirar otra vez a la intendencia. Siempre le quedará alguna platita, que nunca le ha faltado, para pagar una nueva campaña.


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