El regreso del dólar

Una consecuencia imprevista del larguísimo paro agropecuario y del malestar que está provocando ha consistido en un giro notable en la política cambiaria del gobierno. Luego de defender durante años una tasa de cambio «competitiva», es decir, de mantener subvaluado el peso, ha optado por dejarlo apreciar con la finalidad presunta de escarmentar a quienes reaccionaron ante la incertidumbre creciente comprando dólares u otras divisas extranjeras y de castigar al campo cuyas ganancias, medidas en pesos, se verán afectadas. Por supuesto que la decisión de permitir que se fortalezca el peso no ha sido del agrado de los industriales que debido a la inflación ya han perdido la mayor parte de las ventajas que les suponían la política del dólar alto. Algunos ya están protestando, afirmando que para sobrevivir necesitarían contar con un tipo de cambio de 4 pesos por dólar o más, pero por ahora cuando menos no parece demasiado probable que el gobierno, obsesionado como está por el conflicto con el campo y por el riesgo de que se produzcan más corridas bancarias, les preste tanta atención como antes. Huelga decir que no se les ocurriría señalar que por la devaluación constante del dólar mismo la tasa de cambio multilateral que incluye, desde luego, al euro, sigue siéndoles muy favorable.

A esta altura, nadie sabe a ciencia cierta cuál sería la cotización del peso frente al dólar si flotara libremente. De no ser por la inflación y el temor a que el país esté por precipitarse en una nueva crisis financiera equiparable con tantas otras que ha experimentado a través de los años, podría ubicarse en torno del 2,5, de suerte que los devaluacionistas todavía disfrutan de un margen considerable, si bien uno que mes a mes propende a reducirse, aun cuando no se tome en cuenta la caída de la divisa norteamericana en los mercados internacionales. De todos modos, parecería que está acercándose a su fin la etapa, que se inició a comienzos del 2002, en la que el gobierno ha hecho del «dólar alto» una de las bases principales de su estrategia económica con la esperanza de que como resultado los industriales locales se hicieran auténticamente competitivos. Puede que algunos sí hayan sabido aprovechar la oportunidad así brindada, pero muchos, acaso la mayoría, se han limitado a sacar beneficios de una situación que sentían como pasajera.

Aunque buena parte de la clase política está comprometida con la idea de que el dólar alto o, si se prefiere, el peso barato sea forzosamente positivo para el país, la política resultante no carece de desventajas. Además de ser inflacionaria, perjudica a los sectores de menores ingresos al hacer que los productos importados se vuelvan más caros, razón por la que antes de la irrupción de movimientos populistas, la izquierda solía estar a favor de un peso fuerte. Y si bien puede argüirse que el peso barato sirve para que haya más empleo porque abundan las empresas que no estarían en condiciones de sobrevivir si la paridad fuera la dictada por el mercado habitualmente caprichoso, también asegura que según las pautas internacionales los salarios resulten sumamente bajos.

Si la competitividad relativa de los diversos países dependiera del tipo de cambio, la industria argentina estaría entre las más poderosas del planeta ya que, no obstante algunos intervalos en que era legítimo considerar sobrevalorado el peso, durante muchos años se ha visto favorecida por gobiernos convencidos de que un «dólar alto» era la clave del desarrollo. ¿Por qué, pues, sigue siendo tan precaria? Porque los períodos a veces prolongados en los que el gobierno de turno se las ha arreglado para satisfacer las exigencias del lobby industrial se han visto caracterizados por la inestabilidad, tasas de interés excesivamente elevadas y medidas proteccionistas que le ahorra la necesidad de mejorar constantemente como tienen que hacer los empresarios tanto de los países ya ricos como de los asiáticos, encabezados por China, que aspiran a emularlos. Parecería que Brasil ha aprendido la lección, razón por la que a pesar de que el real haya apreciado mucho frente al dólar la economía está creciendo a un ritmo muy respetable, pero que nuestros industriales aún se resisten a reconocer que se necesita mucho más que una moneda barata para ser competitivos.


Una consecuencia imprevista del larguísimo paro agropecuario y del malestar que está provocando ha consistido en un giro notable en la política cambiaria del gobierno. Luego de defender durante años una tasa de cambio "competitiva", es decir, de mantener subvaluado el peso, ha optado por dejarlo apreciar con la finalidad presunta de escarmentar a quienes reaccionaron ante la incertidumbre creciente comprando dólares u otras divisas extranjeras y de castigar al campo cuyas ganancias, medidas en pesos, se verán afectadas. Por supuesto que la decisión de permitir que se fortalezca el peso no ha sido del agrado de los industriales que debido a la inflación ya han perdido la mayor parte de las ventajas que les suponían la política del dólar alto. Algunos ya están protestando, afirmando que para sobrevivir necesitarían contar con un tipo de cambio de 4 pesos por dólar o más, pero por ahora cuando menos no parece demasiado probable que el gobierno, obsesionado como está por el conflicto con el campo y por el riesgo de que se produzcan más corridas bancarias, les preste tanta atención como antes. Huelga decir que no se les ocurriría señalar que por la devaluación constante del dólar mismo la tasa de cambio multilateral que incluye, desde luego, al euro, sigue siéndoles muy favorable.

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