El reino del absurdo y la alegría
Se impone una norma: recuperar la risa y vivir algunos sueños.
Las fiestas de Carnaval anuncian su llegada. Murgas y comparsas invaden las calles de los festejos con los rostros pintados, trajes de colores cargados de lentejuelas y un baile desenfrenado que gira al son de los bombos, redoblantes y repiques. Se impone una norma: recobrar la alegría, subvertir el orden, criticar los ámbitos del poder, vivir los sueños. Un tiempo sin espacio y sin devenir.
El Carnaval representa el imperio del absurdo y el desafío de la razón; se remonta a tiempos ancestrales, atravesando la tradición y las costumbres de todos los pueblos; está vivo en la cultura, a pesar de los intentos por silenciarlo que hubo a lo largo de su historia.
Así nació el Carnaval, cuando en las fiestas paganas egipcias, griegas y romanas de la antigüedad se producía una confusión entre amos y esclavos, y se invertía el orden social. La invocación al dios Momo, rey del Carnaval, aquel dios griego de la sátira y la difamación, marca el sentido de los festejos. También en los tiempos feudales, en que imperaba la servidumbre, nobles y plebeyos invertían sus roles, durante tres días al año, cubriendo los rostros con máscaras y los cuerpos con ropones y sayos.
Como el Sol, como la Luna, como una luz que se apaga y se prende, el Carnaval permaneció vivo a lo largo de los siglos, con características propias de cada tiempo y lugar. Por eso es diferente el festejo en cada país, en cada región.
Hoy está acá, llegando a los distintos pueblos del interior del país y a la Capital Federal. Y en cada lugar, donde la historia carnavalera pesa y pide un espacio, más allá de las injusticias y pesares cotidianos, de las convulsiones y tensiones contemporáneas, el Carnaval irrumpe con su irreverencia para hacer un alto y dar rienda suelta a la alegría y el desenfado, para desestructurar por unas noches el paso rígido y contenido del mundo urbano y actual.
En algunos sitios los festejos tienen lugar desde mediados de enero y en otros desde febrero, hasta la primera semana de marzo, cuando se cumple la tradicional fecha de lunes y martes de Carnaval, 40 días antes de las Pascuas, un feriado que el último gobierno militar suprimió del calendario, por un decreto de 1976.
Los tradicionales festejos del litoral entrerriano, como Gualeguaychú y Gualeguay, con sus espectaculares comparsas; las fiestas del noroeste, con la llegada del «Pujllay»; los carnavales porteños con corsos en distintos barrios, donde las murgas desplegarán su conmovedor ritmo y movimiento, son algunas de las celebraciones carnavaleras que inician este nuevo siglo y se suman a los corsos y festejos que distintas ciudades y pueblos de las provincias preparan para recibir al dios Momo.
El rey Momo era hijo de la noche y nieto del caos
Vivió su infancia entre los dioses de la discordia, del destino, de la muerte y del engaño. Ellos eran sus hermanos. El era «Momo», el de la crítica jocosa y la burla inteligente. Se vistió de arlequín y se alzó como el rey de la sátira, hoy «Dios del Carnaval».
Así lo cuenta la mitología griega, aquel relato de historias y leyendas sobre los dioses y la creación, que alrededor del año 700 antes de Cristo redactara el poeta Hesíodo en la Teogonía y Homero en la Ilíada y la Odisea.
Esos dioses, de apariencia y sentimientos humanos, no imparten revelaciones especiales ni enseñanzas espirituales, no conforman un código escrito ni un libro sagrado.
En ese mundo de las divinidades, «en el comienzo estaba el Caos», dice Hesíodo, es decir el Ser donde no hay nada más que espacio, nada orgánico, nada que se pueda describir.
De ese vacío se esboza la primera de las realidades y surge Gea, la Tierra, «que es la base segura de todo lo que es». Ella engendra a su primogénito, el Cielo.
Se configura el origen de la creación; estos primeros dioses comienzan a engendrar numerosos hijos que le van dando sentido y forma al Universo, y surgen distintas generaciones divinas. Caos tiene dos descendientes: Erebo y Nicte (la Noche).
El dios Momo fue engendrado por La Noche, quien también dio a luz a Eride (la discordia), Moro (el destino), Tanato (la muerte), Apate (el engaño) y creó, entre otros, al dios del Sueño y a toda la raza de los Ensueños, como asimismo al Dolor y a Némesis, que es la Venganza de los dioses y castiga en los hombres todo acto y sentimiento de desmesura, de subversión del orden.
La mitología griega estaba ligada a todos los aspectos de la vida humana; los dioses establecían un orden; creencias que probablemente se desarrollaron a partir de las primitivas religiones de los habitantes de Creta, una isla del mar Egeo.
Allí surgió, alrededor del año 3000 antes de Cristo, la primera civilización griega. Con el correr del tiempo, vinieron explicaciones e interpretaciones diversas, pero las características esenciales de los dioses griegos y sus leyendas permanecieron inmutables.
«-Veamos, ¿qué puedo esperar de ti?», preguntó a Momo, Zeus, el dios supremo, padre espiritual de los dioses y de los hombres, que habitaba el monte Olimpo.
«El dios Momo, todavía un niño, miraba sorprendido a Zeus sin alcanzar a comprender por qué, quien todo debía saberlo, aparentaba ser tan ignorante, y mientras restregaba sus mocos por las barbas del gran dios, respondió: «-No te pediré propina los domingos»,» relata Abbé Nozal, en un pasaje de los «Dioses Griegos».
Cuenta la mitología que Momo tenía un gran sentido del humor y de la sátira, características que llevaron más tarde a representarlo habitualmente con una cabeza de muñeco y con su rostro oculto tras una máscara.
Burlón y alegre, este dios, «apenas interviene en los relatos mitológicos, porque el sarcasmo no era precisamente una herramienta literaria en tiempos de Hesíodo, Pausanias o Apolodoro…», describe Nozal.
No obstante, aclara que «si de mí dependiera, yo daría a Momo el guión de la próxima mitología, ensalzando su sentido del humor y sus grandes dotes para el diseño, evitándole, en todo caso, la vergüenza de simbolizar a la locura», dice el autor de los «Dioses Griegos», que remarca que la cabeza de muñeco representa precisamente la locura.
En esta línea de creencias, mitos, leyendas y tradiciones, es el dios Momo el que finalmente se instaló en diferentes culturas, como el rey de la alegría, del absurdo y de la crítica del orden existente, los tres ingredientes que le dan vida al Carnaval.
Allí está, es el dios Momo, el rey del Carnaval; allí está, invocado por los cultores de estos festejos y encabezando el paso de murgas, comparsas y otras formaciones humorísticas que recorren pueblos y ciudades del país y de otras regiones del mundo.
En Jujuy, «llegando está el Carnaval»
Cuando el aroma de la albahaca se confunde con los verdes mantos que cubren las serranías y los valles, mientras los pastores, mineros y cosecheros preparan sus cajas, afinan charangos, estrenan quenas, sikuris y anatas, es señal que el carnaval está llegando a Jujuy.
La costumbre de la celebración del Carnaval en los Valles, Quebrada y Puna, fueron transmitidas de generación en generación, donde todo está relacionado con el culto a la «Pachamama» o «Madre Tierra», deidad generosa que todo lo da y todo lo produce, de acuerdo con la generalizada creencia popular.
Sin embargo, y por unos cuantos días, el «Pujllay» o «Diablo del Carnaval», emerge de las entrañas de la tierra, por algunos días en los que todo es fiesta y alegría. El «Pujllay» es quien preside la celebración, y luego es devuelto a las profundidades de la tierra hasta el próximo año.
Para el inicio de la gran fiesta, las agrupaciones tradicionales de Carnaval tienen un mojón que los identifica en algún lugar, ya sea en la altiplanicie, en la zona quebradeña o en los valles, de donde extraen un simbólico diablillo todo vestido de rojo fuego, con cola muy larga.
El muñeco es enarbolado en el asta de la bandera de la agrupación y es quien preside todos los festejos, donde reina la algarabía, al son de carnavalitos, coplas, taquiraris, cuecas, ritmos de zambas y sayas al estilo boliviano.
Mientras dura el Carnaval, todo es alegría, abundan las comidas y bebidas regionales, cualquier patio es bueno para armar un fortín con músicos de la zona, que son los más mimados por los fiesteros, y es común que a veces prolonguen su actuación hasta las primeras horas del día siguiente.
Cuando se realiza la ceremonia del desentierro del Carnaval, todo es alegría, y el bastonero de cada agrupación levanta hacia el cielo una planta de maíz, el alimento fundamental de esta región desde épocas prehispánicas, en que era venerado por los incas, la civilización que habitó y ejerció una gran influencia sobre todo el área del noroeste argentino.
La fiesta adquiere ribetes muy coloridos y singulares, marcada por la historia y la tradición del lugar; no tiene la exuberancia de las «escolas do samba» de Brasil ni las de Gualeguaychú, porque en este caso la diferencia es muy nítida: en Jujuy, todo el pueblo es el que canta y baila; por una vez al año se siente protagonista y no espectador, como sucede en otras regiones, donde son mayoría los que observan y minoría los que danzan y bailan.
En esta región, el baile típico es el carnavalito y cada agrupación carnavalera tiene su propio emblema; visten llamativos atuendos; bailan en las calles y coplean hasta el cansancio, mientras recobran fuerzas para el día siguiente con abundante comida y bebida.
En Carnaval la alegría no tiene fin
Describir los motivos que llevan a que todo un pueblo deje de lado por un mes los sinsabores de la vida cotidiana, es entrar a explicar aquellos que muchos han dado en llamar «el espíritu del Carnaval». Ese impulso que hace que mucha gente se prepare durante meses para desfilar y ser aplaudido, bailar y ser admirado, escuchar los redobles de los tambores y sentir que no se puede dejar de bailar.
Los protagonistas de este «sentimiento inexplicable» son en Entre Ríos, las comparsas, cuyos integrantes tienen en sus venas aquel espíritu, pero ninguno se anima a describir con certeza qué es lo que los lleva a abandonar sus ciudades para integrarse completamente a una actividad que no les deja réditos económicos, pero sí una enorme «alegría interior», que parece no tener fin.
«En los carnavales revive la ciudad, es un cambio total. Es un ritmo completamente distinto y me enganché con este espíritu. Me gusta cómo la gente prepara sus trajes, la organización, las expectativas de la primera noche y los momentos antes de salir», afirma Sonia Rodríguez, pasista de la comparsa entrerriana Bella-Samba.
Sonia es de Gualeguaychú, pero desde hace un año vive en Gualeguay y recorre todos los sitios necesarios para promocionar el Carnaval y su comparsa.
Tiene 38 años y hace 19 que baila todos los ritmos, pero el Carnaval para ella «es una experiencia imposible de explicar. Más para mí, que llevo el baile en el alma».
En cambio, María Laura Bonggio, de 19 años, a su pasión por el baile la asoció su belleza, que le valió ser elegida reina de su comparsa. Los «gualeyos» se paran por verla pasar, pero a ella sólo parece interesarle aquello que la lleva a mostrarse, el Carnaval.
«El espíritu del Carnaval lo llevo en el alma, es muy difícil describirlo, es algo muy importante, único. Cuando salgo a desfilar y escucho esos gritos y aplausos me dan mas fuerzas para seguir bailando. Es como si el ruido de los tambores me transportara», concluye María Laura, quien gracias a esta fiesta vive «una alegría interior permanente».
Las fiestas de Carnaval anuncian su llegada. Murgas y comparsas invaden las calles de los festejos con los rostros pintados, trajes de colores cargados de lentejuelas y un baile desenfrenado que gira al son de los bombos, redoblantes y repiques. Se impone una norma: recobrar la alegría, subvertir el orden, criticar los ámbitos del poder, vivir los sueños. Un tiempo sin espacio y sin devenir.
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