El reto diario de sanar vidas, pese a la crisis

Enfermeros y médicos que nunca dejan de atender. En "Neo" de Roca, una valiosa experiencia.

Están lejos de todo. Del otro lado «de la vitrina». Y ni se enteran, por suerte, de lo que pasa más allá de las puertas de la sala donde están en buenas manos. Y sus mamás tampoco. Por suerte.

¿Quiénes son? Los «chiquitísimos» bebés que duermen, plácidos, en las incubadoras de Neonatología, en el hospital de Roca.

Porque pese a la crisis de los hospitales públicos, los reclamos, y las protestas, hay sitios que parecen «un mundo aparte». Porque allí nadie hace paro, nadie se queda sin atender y porque allí, literalmente, se les da la bienvenida al mundo.

Y de qué otro modo podría ser, si son criaturas que necesitan sí o sí del cuidado y la dedicación de los médicos y enfermeros que los ayudan a venir al mundo. Es la otra cara de la crisis de la Salud.

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Sólo verlos desde el otro lado del vidrio, desde el otro lado de esa pequeña «cuna-panza» que los cobija, a algunos, durante varios meses hasta que están preparados para vivir su vida, por su propia cuenta, causa una rara sensación de ternura y preocupación.

Es que son sólo bebés. Pero chiquitísimos, que nacen antes, que pesan poco, muy poco y que luchan para salir adelante, con el apoyo de sus papás y del personal que los cuida hasta encariñarse tanto que el despegue duele.

Esto pasa acá, allá, en muchas partes… y también en el hospital de Roca. Un hospital donde, como en el resto de Río Negro, la crisis que lo rodea llega al punto de ser agobiante. Falta de profesionales, de sueldos mejores, de un buen lugar de trabajo, falta de esto y de lo otro?

Pero en el medio de tanta escasez, también sobran otras cosas. Voluntad, buena predisposición, trabajo y profesionalismo. En distintas áreas. Entre ellas, en Neonatología. Un sector altamente capacitado y tecnologizado para atender a todos aquellos bebés -hasta que cumplen sus primeros 30 días- que llegan al mundo antes de tiempo, con problemas de peso, enfermedades, un sinnúmero de problemas que ponen en riesgo su vida, y también aquellos que están en buen estado.

Todos los médicos de allí, la mayoría con largos años de labor, día a día se preparan para el desafío diario: sanar y salvar vidas. Aunque a muchos de ellos les cueste admitirlo.

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Zaira, es una de las «jovencísimas» pacientes. Tiene apenas 14 días y conocer «sus gramos de más» constituye la noticia más importante del día. Es chiquitita, y se pierde entre el gorrito de lana y los escarpines que las enfermeras y su mamá le ponen para abrigarla. Ella «está bien», reconforta Julia Manabella, la enfermera de terapia intensiva de Neonatología. La «casa» de Zaira, de apenas 780 gramos de peso, desde que nació.

A su lado duermen, plácidamente, otros bebitos. Casi ninguno de ellos llega, hasta ahora, al kilo de peso. Por eso los cuidan y vigilan, durante cada minuto, en la terapia, el «corazón» de Neo, como la llama Miguel Ángel Rolón, uno de los médicos más antiguos y reconocidos del servicio. Y ellos ni se enteran, al igual que los médicos y enfermeros que integran el sector, de los ruidos de tambores, carteles de protesta y asambleas que inundan el exterior del hospital.

«No quiere decir que no estemos de acuerdo», advierte Julia, «acompañamos como podemos a nuestros compañeros porque es justo, pero acá todo lo que hay que hacer, hay que hacerlo. No se puede dejar nada para después». Rolón asiente y coincide: precisamente, si bien el servicio está bien equipado y cuenta con los recursos necesarios a mano, la falta de profesionales es evidente.

«Faltan más neonatólogos y enfermeras, hay poco interés, pocos profesionales en formación, en general en el país, y los bajos sueldos no ayudan en nada», advierte el profesional, que fue jefe del servicio, ahora a cargo de la doctora Alicia Pedrón.

«Somos 5 médicos, quizá va a haber uno menos y tendríamos que ser entre 7 u 8. Lo mismo pasa en enfermería. Falta gente».

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El médico explica el trabajo diario, la ardua labor para «alimentar», cuidar y ayudar a subsistir a pequeños que nacen prematuros. «Tuvimos bebés de hasta 600 gramos, hay que nutrirlos y vigilarlos segundo a segundo porque son bebés que están muy graves», dice.

También cuenta sobre los modernos equipos que tienen, los espacios que se lograron en los últimos años: sala de madres, para que puedan vivir más cerca de sus chiquitos, de cuidados intermedios, la terapia intensiva -con seis incubadoras con monitoreo central-, la sala de aislamiento, y el servicio de lactario.

También hay lugar, en la charla, para el «fenómeno de las madres adolescentes», y también «padres ausentes», advierte.

Rolón habla, y a lo lejos, se escucha el traqueteo de niños, médicos, enfermeras y ese llanto fuerte de los recién nacidos.

En terapia, Zaira sigue durmiendo plácida. Julia la mira de reojo y cuenta que «Brisa» es la otra «vedette» de la sala. Ya logró -en más de un mes de estadía- pasar el kilo de peso. «Es una alegría enorme su recuperación», dice, sin pensar en nada más.

Y es cierto, afuera el panorama es otro. Trabajadores que reclaman por mejores sueldos y por mejores condiciones de trabajo, para poder dar un servicio mejor, de mayor calidad a la gente. Y todo cobra sentido.

Pero por suerte, ellos, algunos de los que más necesitan de la Salud pública, ni se enteran.


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