El seleccionado demostró cómo se deben ganar

Perdía por un gol, pero lo dio vuelta con mucha garra. El equipo también apeló a un enorme amor propio. Gallardo y un autogol de Cris le dieron el triunfo.

BUENOS AIRES (DyN) – A falta de sutileza y encanto, emergió toda la garra y la grandeza para que la Argentina consiguiera un sufrido pero más que merecido triunfo sobre Brasil 2-1 para poner a su hinchada en estado de imponente excitación y al rival en el desconsuelo total.

No había otra manera de alzarse con el superclásico sudamericano así como se dieron las circunstancias: Brasil, con un increíble gol desde los dos minutos del primer tiempo por un tremendo error del arquero Germán Burgos en un saque lateral de Roberto Carlos, supuso que lograría al menos el punto que vino a buscar al colmado estadio «Monumental» y montó un inescrupuloso operativo cerrojo, resignando toda intención de riesgo ofensivo.

Y ante un equipo que cuando no juega bien saca a relucir un amor propio y un temperamento impresionantes, lo pagó con una dolorosa derrota que lo mantuvo en estado crítico en cuanto a su objetivo de clasificarse directamente para el mundial Japón-Corea 2002.

En contrapunto, Argentina se tomó desquite de la única derrota sufrida en estas airosas eliminatorias sudamericanas y por la forma en que se sobrepuso a la adversidad y cómo la transformó en victoria, esta conquista «clásica» tiene doble, triple valor, tal como se lo hizo saber y notar una parcialidad que se había mostrado fría y distante hasta el ingreso de Ariel Ortega, una vez más carta desequilibrante y decisiva en un triunfo.

Ortega urdió la jugada del empate de Marcelo Gallardo a los 31 minutos del segundo tiempo y Diego Simeone la que derivó en el desgraciado autogol de Cris a seis minutos del epílogo.

Fue un flojo primer tiempo el de Argentina, si bien en el balance llegó más y mejor que Brasil y además tuvo el control del balón en un porcentaje superior al del rival.

El mayor problema fue lo mucho que tardó el conjunto nacional en recuperarse de ese verdadero golpe psicológico que significó el tan prematuro y tan increíble gol en contra.

La falta de personalidad del árbitro, o acaso su exceso de localismo, salvó literalmente al local de quedar diezmado en unos pocos minutos, ya que tanto Nelson Vivas, por un patadón sin pelota a los 18 minutos cuanto Diego Simeone, por otro peor todavía a los 23, tendrían que haber sido expulsados de manera lisa, llana y directa, en vez de ver sólo insuficientes y acomodaticias tarjetas amarillas.

Bastante tarde pero resueltamente, Argentina modificó ese errático rumbo que hasta provocaba murmullos de queja entre la multitud y con la aparición de Pablo Aimar como genuino armador, la determinación de Diego Simeone para la intercepción en el medio, los desbordes del irascible Kily González por izquierda y la presencia siempre amenazante de Hernán Crespo -bien contenido por la pegajosa marca de Cris- fue arrinconando a Brasil contra el arquero Marcos, quien a la postre se convirtió en figura, merced a tres notables intervenciones.

En cuanto al clima exterior, la gente se entusiasmó a los 41 minutos, cuando Marcos desvió un cabezazo de Samuel en el mejor momento argentino, pero mucho más sonoramente cuando observó la presencia de Ariel Ortega en el ingreso de los equipos para disputar la segunda etapa. Entró por Diego Placente, en una audaz pero muy necesaria movida del astuto entrenador Marcelo Bielsa.

Y dio rápidos resultados, ya que el delantero de Ríver enloqueció a los dos laterales, desequilibró en cada una de sus intervenciones, le sirvió el gol a Gallardo y terminó siendo una figura de enorme gravitación.

Argentina aplastó a Brasil en el segundo tiempo y la diferencia mínima bien pudo haber sido mayor, de no mediar la arrojada tarea del arquero Marcos y los zagueros Roque Junior y Cris. Rivaldo, que pintaba para grandes cosas, terminó atrapado en la impotencia, aunque al menos exhibiendo algo de bravura, algo que le faltó a casi todo el equipo amarillo.


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