El siglo de las mujeres
Exageraba la senadora Cristina de Kirchner cuando anunció que estamos en «el siglo de las mujeres». Es una noción conmovedoramente eurocéntrica. Aunque en los países occidentales las congéneres de la primera dama o ciudadana están ocupando posiciones antes monopolizadas por los hombres, descuellan en las universidades y parecen destinadas a dominar una amplia gama de profesiones, en otras partes del planeta corren peligro de verse reducidas a una condición que una feminista como las de antes no vacilaría en calificar de esclavitud.
En opinión de los musulmanes piadosos, el gran pecado del Occidente fue permitirles a las mujeres competir con los hombres en todos los terrenos, disfrutar de los esplendores y miserias de la libertad sexual y elegir por sí mismas su propio estilo de vida, de esta forma, dicen, violando la ley de Dios. Se trata de una aberración que ellos no tienen la más mínima intención de tolerar. No sólo en países rigurosamente musulmanes como el Afganistán de los talibanes, el Irán de los ayatollahs y la Arabia Saudita de los puritanos guardianes de la moral sexual, sino también en otros presuntamente «moderados», además de los enclaves de sus correligionarios en Europa, las mujeres son ciudadanas de segunda que son obligadas a respetar reglas de decoro que hasta el victoriano más severo hubiera creído disparatadas.
En tales lugares, la esposa o hija que se viste como una occidental y, lo que es peor, que se anima a intercambiar palabras corteses con un hombre que no ha sido aprobado por su padre, puede verse sentenciada a muerte, una condena que sus parientes varones ejecutarán con saña en nombre del «honor». En Arabia Saudita, las autoridades son tan puntillosas que les parece normal impedir que chicas se salven de un incendio si la alternativa consiste en dejarlas salir a la calle sin la cara oculta detrás de un velo que las protegería de las miradas lascivas de los hombres.
Así las cosas, sería de esperar que las feministas occidentales, tan combativas ellas cuando es cuestión de luchar contra el Vaticano, contra los obstáculos que muchas mujeres tienen que superar para tener una carrera profesional exitosa y contra lo que toman por prejuicios infames hace un año, una banda de militantes estadounidenses logró echar al rector de la Universidad de Harvard por haber aludido a la posibilidad teórica de que existieran motivos para suponer que los hombres están más dotados para la matemática que las mujeres estarían liderando una campaña furibunda contra el machismo alocado que es ubicua en muchas partes del mundo subdesarrollado. ¿Lo están? En absoluto. Ante el dilema de elegir entre la liberación de la mujer por un lado y, por el otro, el respeto, para no decir veneración, de las culturas ajenas, con escasas excepciones las guerreras sexuales han decidido abandonar a sus «hermanas» a una suerte que es mucho peor que la de sus tatarabuelas. Si un día Cristina de Kirchner llega a ser presidente de la República, tendrá una oportunidad para arengar a la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre el trato atroz que reciben las mujeres en buena parte del Tercer Mundo, pero por tratarse de una progresista ortodoxa, sorprendería mucho que la aprovechara.
Las sociedades musulmanas no son las únicas en las que «el siglo de las mujeres» aún queda en el futuro remoto. En China y la India, la preferencia tradicional por los hijos varones, y la costumbre de que una vez casada una mujer debe romper con su propia familia y hacer un aporte económico sustancial a la nueva, ha tenido consecuencias trágicas. En la India abundan los maridos decepcionados por las dimensiones de la dote que resuelven el asunto quemando viva a su esposa. Y en ambos países se ha llevado a cabo en los años últimos una matanza silenciosa de niñas, con el resultado de que hay un superávit al parecer creciente de varones jóvenes: se informó que en China en el 2004 nacieron 117 varones por cada 100 mujeres, mientras que en la India la proporción no es muy distinta, lo que conforme a los especialistas en el tema significará que en el 2020 habrá 35 millones de varones superfluos en China y 25 millones en la India. Si bien es factible que merced a la ley de la oferta y la demanda muchas mujeres resulten beneficiadas por formar parte de una minoría codiciada, no cabe duda de que el desequilibrio así supuesto tendrá profundos efectos sociales, económicos e incluso estratégicos en la evolución de los dos gigantes que esperan erigirse en superpotencias en el transcurso de las décadas próximas.
En el Occidente, la «liberación de la mujer» no sólo ha permitido que centenares de millones de personas gocen de posibilidades que fueron negadas a casi todas sus antecesoras. También ha contribuido de manera decisiva al progreso económico, puesto que en muchos países el aporte femenino a la mano de obra en todos los niveles es fundamental. Pero no todo ha sido positivo. Al independizarse, muchas mujeres se han rebelado contra la idea de que su papel en la vida debería ser el de esposa y madre como en los viejos tiempos, con el resultado de que en todos los países desarrollados la tasa de natalidad se ha precipitado. Se prevé que algunos, entre ellos España, Italia y Alemania, no tendrán más opción que la de reemplazar a los hijos que no llegarán por inmigrantes tercermundistas, los que luego de algunas décadas superarán en número a los nativos. En vista de que no hay motivos para suponer que la mayoría en potencia acepte asimilarse a la probable minoría, se trata de una receta para conflictos étnicos y sectarios tan feroces como los que estallan con frecuencia en distintas partes de Africa.
Para los preocupados por el futuro próximo, lo difícil que resulta hacer compatible el respeto por los derechos de la mujer con los intereses a mediano y largo plazo de la sociedad en su conjunto es un problema mayúsculo, si bien uno que los más preferirían pasar por alto. Puesto que en las circunstancias actuales la mayoría se niega a procrear los «2,1» hijos necesarios para que la población por lo menos se estabilice, políticos europeos y japoneses quieren premiar a las familias con hijos con beneficios impositivos importantes: aunque parecería que en Escandinavia medidas en dicho sentido han ayudado un poco, por ser tan caro criar bien a un niño en las sociedades más avanzadas y tan seductoras las oportunidades económicas, hasta ahora no han brindado los resultados esperados en ningún país. Por lo demás, se ha creado un clima cultural que es tan individualista, que decir que acaso convendría pensar a veces en el destino de la comunidad propia sólo provoca risas, cuando no reacciones airadas.
El Primer Mundo es la liebre y las partes más tradicionalistas del Tercero una tortuga que es muy pero muy lenta. Según casi todos los indicios, poseen todo cuanto se necesita para triunfar en la lucha darwiniana por sobrevivir los países en que la igualdad de la mujer es considerada un ideal digno de respeto y se festeja cuando parece estar por convertirse en realidad. Son más ricos y más dinámicos, sus habitantes con mejor instruidos, viven más y su estado de salud es muy superior. Y para colmo, sus fuerzas militares son mucho más mortíferas. Sin embargo, a menos que reaprendan cómo reproducirse en cantidades suficientes como para perpetuarse, la liebre moderna se verá superada por la tortuga medieval. Es posible que la resistencia de este reptil torpe a apartarse de sus modalidades antiguas se haya debido a la ignorancia y al egoísmo de hombres inseguros que ven en la mujer una amenaza a su hegemonía ancestral, pero es innegable que le brinda una ventaja que andando el tiempo podría resultar decisiva. En el caso de que lo sea, el «siglo de las mujeres» proclamado por Cristina de Kirchner será el último para los occidentales, mientras que para los demás resultará una advertencia lo bastante contundente como para garantizar que los que sigan se vean signados por la supremacía indiscutida de los hombres.
JAMES NEILSON
Exageraba la senadora Cristina de Kirchner cuando anunció que estamos en "el siglo de las mujeres". Es una noción conmovedoramente eurocéntrica. Aunque en los países occidentales las congéneres de la primera dama o ciudadana están ocupando posiciones antes monopolizadas por los hombres, descuellan en las universidades y parecen destinadas a dominar una amplia gama de profesiones, en otras partes del planeta corren peligro de verse reducidas a una condición que una feminista como las de antes no vacilaría en calificar de esclavitud.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios