El Tao de la tercera vía

Por Eduardo Basz (Especial para "Río Negro")

Con el gobierno de Chen Shui bian y el Partido Demócrata Progresista, Taiwán ingresa en el campo de la Tercera Vía. Tanto por sus rasgos biográficos como por su lenguaje político, el nuevo gabinete está en la misma frecuencia que los demócratas estadounidenses y la socialdemocracia europea. Primero: es un gobierno de cuarentones que iniciaron su actividad política como activistas de derechos humanos y muchos fueron presos políticos. Segundo: hay una fuerte presencia femenina; además de la vicepresidencia, las mujeres son titulares de áreas tan importantes como las relaciones a través del estrecho, cultura, trabajo, juventud y las relaciones con los medios. Tercero: busca establecer relaciones más estrechas y fluidas con la Unión Europea. Cuarto: el gran desafío asumido por los demócratas progresistas es combatir la «política del negro y negro». Quinto: en diciembre de 1999, Anthony Giddens invitó al entonces candidato independentista a pronunciar una conferencia en la London Economic School.

Aun así, el asunto de Estado número uno se llama «relaciones a través del estrecho». Y esto impregna toda la política. Por ese motivo el cargo de primer ministro cayó en el cuerpo de un viejo general del Kuomintang ( una aclaración: los militares taiwaneses son hostiles a los planteos independentistas). El nuevo primer ministro fue ministro de Defensa del gobierno anterior y jefe del Estado Mayor. Paradójicamente, su nombramiento es presentado como un gesto amistoso hacia Pekín.

Seguramente, en el área de las relaciones a través del estrecho es donde el nuevo gobierno se va a mostrar extremadamente prudente por no decir conservador. Ni siquiera va a insistir mucho en la última propuesta del anterior presidente de que las relaciones Pekín-Taipei deben ser de Estado a Estado. Incluso, dentro de Taiwán el gobierno debe ocuparse de mantener un equilibrio imposible. El poder legislativo está en manos de la oposición nacionalista.

De hecho, el triunfo electoral del DPP (levemente inferior al 40 por ciento) habría sido imposible si el Kuomintag no se hubiera dividido en dos fuerzas enemistadas. Dicho en otros términos: el 60 porciento de los votos fueron a candidatos nacionalistas. Y mientras el grueso de los votos de Chen vienen de los nacidos en Taiwán, a James Soong, principal líder opositor, lo apoyan quienes nacieron en China continental. Y mientras unos tienen una sensibilidad independentista, los otros todavía creen en el mito de la «unión nacional».

Teniendo en cuenta el gusto chino por la ambigüedad, no es de extrañar que los nuevos gobernantes de Taipei brillen en la Tercera Vía, el término más indefinido de los últimos tiempos. Chen tiene el propósito de convertir a Taiwán en una «isla de silicio verde». Y quiere apurar el paso para ingresar a la OMC. Pero el gran tema de la política interna será la capacidad de Chen para combatir la corrupción. Y aquí ni siquiera el pueblo chino va a mirar con simpatía las ambigüedades.


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