El tétrico caso de Mr. Crane

"El hombre que nunca estuvo", un nuevo y sobresaliente filme de los hermanos Cohen.

La parsimonia gris con que las cosas transcurren en la vida de Ed Crane es tan tediosa como inquietante. Hace años que Ed corta el pelo en la peluquería de su cuñado. Son años los que Ed lleva casado con una mujer a la que parece querer tanto como a una mascota ajena. Años que el mundo de Ed no se mueve. Ni una brisa cruza su rostro. Hasta que las cosas cambian. Profundos y terribles mecanismos se ponen en funcionamiento en su mente y tarde o temprano quienes lo rodean se darán por enterados.

«El hombre que nunca estuvo» es la última película producida por el siempre brillante dúo de los hermanos Ethan y Joel Cohen. El filme puede ser visto como otro consumado homenaje al policial negro norteamericano. Los Cohen ya habían trabajado el género en su también sobresaliente «De paseo a la muerte», con Gabriel Byrne, película en la que fusionaron las historias que componen dos clásicos de la obra de Dashiell Hammet, «Cosecha roja» y «La llave de cristal».

Aunque «El hombre que nunca estuvo» admite más de una lectura. Una donde la confluencia de estilos narrativos, característica muy propia de los Cohen, llega a su máxima expresión. Si en alguna oportunidad los Cohen jugaron con la interacción de la violencia, el cine de Hollywood y el surrealismo en «Barton Fink», protagonizada por John Turturro, en su más reciente obra los Cohen establecen una relación estética entre el policial negro más propio de Jim Thompson, el santo padre del policial existencial americano, el primer Hammet, y un estilo filmográfico definitivamente moderno. Los personajes de Thompson, como el imperturbable Ed Crane, suelen pasar de la inercia a la acción sin que medie un pestañeo y de ahí al mismísimo apocalipsis. Porque si se clasificaran los acontecimientos de «El hombre que nunca estuvo», uno podría admitir que sí estamos ante una película de cierta acción. Pero se trata de una acción que no atraviesa la mirada de Crane, quien parece un testigo en primerísimo primer plano de su propia vida. Así como la obra de Thompson, el filme de los Cohen tiene mucho de mito griego. Esta imposición argumental (y hasta cierto punto filosófica), que trasciende el alcance estético, permite entender por qué Crane recorre su vida, para un supuesto lector de historias tétricas, en el principio del filme.

Los Cohen han incluido como segundo elemento narrativo básico un planteo estético que busca el impacto por contraposición. Abajo de ese lento devenir de los acontecimientos que pueblan la vida de Crane, hay una imagen moderna y sensual, en el límite con las líneas típicas de la moda (sólo ellos pueden permitirse tal cosa). La película fue presentada en blanco y negro. Se trata, de todas formas, de un «color» que remite a los viejos clásicos policiales de cine -muchos de los cuales no son policiales negros como éste-. No hay que engañarse, debajo del blanco y negro subyace una utilización dinámica de los planos. La velocidad está compuesta por el perfecto uso de cada cuadro. El tratamiento fotográfico es la alquimia que le transfiere intensidad al vacío de Crane. Precisamente porque Ed Crane pasa muchos momentos en completo silencio.

La pequeña nube de humo saliendo del cigarrillo entre sus dedos, constituye el único dato que nos indica que algo sigue vivo allí: un hombre capaz de quitarnos el aliento. (C.A.)


La parsimonia gris con que las cosas transcurren en la vida de Ed Crane es tan tediosa como inquietante. Hace años que Ed corta el pelo en la peluquería de su cuñado. Son años los que Ed lleva casado con una mujer a la que parece querer tanto como a una mascota ajena. Años que el mundo de Ed no se mueve. Ni una brisa cruza su rostro. Hasta que las cosas cambian. Profundos y terribles mecanismos se ponen en funcionamiento en su mente y tarde o temprano quienes lo rodean se darán por enterados.

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