El trabajo de un luthier de violines en La Habana

En un taller lleno de piezas de instrumentos y cuerdas rotas, tres hombres se afanaban por darle forma a unas maderas importadas y silenciosamente reconstruían violines, violas y chelos fuera de servicio por años de uso intensivo.

MUSICA&LUTHIER

En el corazón de La Habana Vieja, el casco histórico de la ciudad, Andrés Martinez y sus dos aprendices libran una batalla diaria contra un problema poco conocido en Cuba, un país famoso por su música pero que tiene dificultades para darle mantenimiento a los instrumentos.

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«Es un oficios que requiere de mucha dedicación’’, dijo a la AP Martínez, de 41 años. «Lutería no es carpintería’’, protestó, aludiendo a quienes pretenden reparar instrumentos a punta de martillo y clavos.

La cantera de artistas es enorme: anualmente en todo el país miles de jóvenes ingresan a la educación especial en música, completamente gratuita y que contempla la entrega, por parte del Estado, de un instrumento, muchas veces deteriorado.

«Aquí hacemos desde reparaciones menores hasta arreglos capitales’’, relató Martínez, mientras mostraba a la AP el taller que dirige dedicado a la restauración y construcción de violines, violas, chelos y contrabajos, único en su tipo pues no cobra nada a quienes vienen con sus instrumentos rotos y que además comenzó un programa para formar a jóvenes lutieres.

Antes del triunfo de la revolución en 1959 muchos de los violines en la isla eran importados, primero de Europa y luego de la desaparecida Unión Soviética. Ahora una buena cantidad de los que se entregan a los jóvenes son chinos o de modesta factura y que se despegan con facilidad.

El taller comenzó a funcionar en 2010 y en 2011 despegó por completo gracias al apoyo de la organización no gubernamental «Luthier sin Fronteras’’ –con sede en Bélgica y cuya misión es apoyar el oficio en zonas en desarrollo como Haití y Palestina– y otros fondos de la Unión Europea.

Instalado en un largo salón rectangular de un primer piso de alto puntal y mosaicos coloridos, el taller estaba lleno de herramientas, pedazos de madera y partes de instrumentos. En cada mesa provista de lámparas debajo de las que trabajan Martínez y dos aprendices se veían medio destripados instrumentos, cuerdas, colas, clavijas.

Como está adscripto a la Oficina del Historiador, una dependencia estatal encargada de velar por el patrimonio nacional, el taller no cobra por sus servicios y presta –no están autorizados a vender– los ejemplares que fabrica a los músicos ya formados que lo necesiten, sea para un gran concierto o la presentación de un concurso en el extranjero.

Desde 2011 a la fecha se arreglaron allí más de 400 violines, violas, chelos y contrabajos, se volvieron a la vida unos 200 arcos y se fabricaron una docena de violines de buena calidad, comentó Martínez.

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Aunque en la isla siempre hubo personas que se dedicaban a la fabricación de instrumentos de cuerdas pulsadas como guitarras o tres –de uso más popular– nunca se desarrolló una gran tradición de lutería para violines, mucho más exigentes con las maderas que deben ser europeas y los barnices especiales, explicó a la AP la musicóloga Miriam Escudero, directora del Gabinete de Patrimonio Musical «Esteban Salas’’.

La salida del país de viejos lutieres y la muerte de otros, más la escasez de materiales importados, hicieron que el oficio quedase prácticamente olvidado, reconoció por su parte el artesano Martínez.

«El taller viene a suplir una gran necesidad’’, comentó la musicóloga Escudero.

En los años 70, las autoridades también impulsaron en la provincia de Camagüey una fábrica de violines que intentó sustituir las maderas como palisandro y arce –típicas de países fríos– por cedro, pero el resultado, aunque sirve para dotar de instrumentos a estudiantes iniciales o a amateurs, está lejos de alcanzar los resultados de perfección de un taller artesanal, coincidieron Martínez y la musicóloga Escudero.

El principal reto técnico para el taller ahora es conseguir los insumos –la mayoría de ellos importados de Europa–, sobre todo madera y barnices, este último rubro vital para la conservación en un país donde la humedad es elevada, el calor constante y los instrumentistas sudan a mares.

violin1violin1Martínez explicó que hasta ahora usaron una mezcla de resinas que él trajo de Carmona, Italia, donde pasó algunos meses y pudo «cocinar’’ barniz de ámbar, pero en lo adelante, reconoció que tendrán el reto de buscar uno propio del taller.

Mientras tanto, el taller en general y Martínez en lo particular se preparan para el siguiente paso: lograr que su trabajo sea conocido por los músicos profesionales y buscar mecanismos económicos de sustentabilidad.

«En los cambios que está viviendo el país, una de las opciones que hay para los talleres como este es convertirse en una la cooperativa’’, explicó Martínez ilusionado.

Unos metros más allá de la mesa de Martínez se encontraba, uno de sus discípulos, Juan Carlos Prado, de 25 años, quien desde niño se aficionó a tocar melodías celtas. No se define como un gran músico pero algún día espera ser reconocido por su labor como lutier.

«Es como las personas, si te sientes mal necesitas que te atienda un médico, al instrumento le pasa lo mismo si no funciona bien, la música no sale bien’’, indicó Prado.

Andrea Rodríguez


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