El tren de la historia
Por Gerardo Bilardo
En el Movimiento Popular Neuquino nadie desobedece al jefe, especialmente los que prometen fidelidad incondicional mientras recogen del suelo las migas que caen de la mesa del poder.
Jorge Sobisch es el director de una orquesta que, con cargos distribuidos por aquí y por allá, consiguió que los instrumentos no suenen desafinados. Al menos por un buen tiempo.
Con algo de paciencia y un poco más de dinero, el gobernador ha logrado planchar el debate interno. Su partido observa desde el atalaya el modo en que radicales y peronistas, dos de las principales fuerzas de la oposición, se pelean como perros rabiosos y enjaulados.
A los peronistas les cuesta ponerse de acuerdo hasta en la fecha en que deben convocar a internas, tienen el bloque dividido en la Legislatura y sus principales referentes están tan enfrentados como Duhalde y Menem.
Los radicales no la están pasando mejor. Los diputados del partido miran con preocupación la sospechosa proximidad al oficialismo provincial del presidente del partido Carlos Vidal, mientras el intendente de Neuquén, Horacio Quiroga, ya planteó que está dispuesto a pelear por su reelección con un partido vecinal.
Con una oposición raquítica y un contexto nacional donde todo está en discusión, el gobernador piensa que el tren de la historia está pasando a su lado para recogerlo por una provincia a la que intenta mostrar armoniosa, respetable y con cierta prosperidad en medio de tanta miseria.
No se trata de aquel tren que hace cien años arribó a la ciudad de Neuquén arrastrado por una locomotora a vapor, un hito en las comunicaciones que los vecinos recordaron recientemente con sorprendente fervor en la nostálgica estación de ferrocarril. Ese tren, que tuvo un merecido tributo, es el que liquidó, al comienzo de la década del «90, el aliado estratégico en la política del gobernador neuquino, el ahora precandidato a presidente Carlos Menem.
«Nos vemos en la Rosada en el 2007», se despidió Sobisch días atrás en Caviahue de un grupo de periodistas de medios nacionales, a los que invitó para participar del lanzamiento de la temporada invernal. Con esta frase el gobernador volvió a confesar que tiene aspiraciones de continuidad en la política, un proyecto que incluye, en lo inmediato, la postulación a la reelección como gobernador en el 2003, tarea en la que ya está embarcado desde hace varios meses, incluso anteriormente a que el presidente Eduardo Duhalde fijara un calendario electoral. Es posible que Sobisch piense que el 2003 está reservado para Menem, al que todavía respeta y hasta imita en alguna de sus prácticas, como la de controlar todo lo que se pueda, especialmente el Poder Judicial.
El «plan Sobisch», por denominarlo de algún modo, es para el 2003, pero también comprende al 2007. Incluye flexibilidad suficiente como para cambiar de caballo si la imprevisible Argentina así lo requiere.
El gobernador ya puso en oferta su modelo de gestión, definido como exitoso en los actos oficiales y políticos del partido provincial, una candidatura a presidente, la reelección en el cargo que hoy ocupa, el liderazgo de un movimiento federal de centro derecha y hasta la conducción de una región que aún no compró siquiera los pañales.
Cuando comenzó su segundo gobierno, Sobisch comparó su incidencia en la política con la que tienen los equipos de fútbol que juegan en primera división, pero sin chances de obtener un campeonato. En aquel momento mencionó dos, Lanús y Ferro. Sin embargo, ahora que acaba de reunirse con Mauricio Macri, el hombre parece decidido a colocarse la camiseta de su querido Boca Júniors.
Para lograr alguno de los objetivos mencionados, los sobischistas se empeñan en despejar el sendero que han marcado. Conducen una maquinaria lo suficientemente poderosa como para pensar que el éxito es posible.
Parte del plan elaborado se está cumpliendo: las fuerzas de la oposición se encuentran aturdidas y desorientadas. Pero además se aferran el marketing político que prioriza la propaganda por sobre la publicidad de los actos de gobierno, una estrategia que claramente muestra más difusión que información y las denominadas «publinotas», que en la jerga del periodismo significan crónicas que sólo sirven para alimentar el ego de los funcionarios a cambio de algún beneficio, pero que en nada contribuyen al debate de las ideas y al derecho que le asiste a la gente a conocer qué hacen sus representantes y en qué gastan un dinero que no les pertenece.
Alrededor del gobernador se moviliza un equipo que se dedica a planificar cómo materializar en «productos de mercado» las ideas políticas que se impulsan desde el oficialismo. Así se instalan «noticias buenas» y la imagen de un Sobisch en crecimiento. El instrumento utilizado se corresponde con lo que el semiólogo italiano Humberto Eco denominó «puesta en escena», es decir hechos producidos para su difusión, los que serían muy distintos si no hubiera una cámara enfrente.
Gerardo Bilardo
gbilardo@rionegro.com.ar
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