El triunfo de los

Desde hace un tiempo los tradicionales malditos de Hollywood empezaron a vencer la tradición. A pesar de sus defectos, superan en protagonismo a las figuras emblemáticas de siempre. “Mala enseñanza”, “Bad Santa”, “Hancock”, entre otros, reflejan esta tendencia que marca un cambio en los gustos del público.

Claudio Andrade

candrade@rionegro.com.ar

En algún momento impreciso de la historia del cine los malos comenzaron a resultar simpáticos. Era de esperar. Uno termina por cansarse de que el superpoder de algún superpoderoso de turno (imbuido de una supermoral copiada de un aviso publicitario) arruine los planes de aquellos malditos que se pasan la noche y el día planificando cómo arruinar la vida de los demás. ¡Oh, no, recórcholis!, otra vez el bueno se lleva la gloria a casa.

Algo de esto empezó a cambiar y no en cuenta gotas. En los últimos años el cine se atrevió a cruzar ciertos límites, cómo decirlo, éticos. Los buenos aún son buenos pero con sus cositas (ni hablar de los “X-Men” o la versión Christopher Nolan de Batman, perturbado señor de la noche. Tampoco de los “buenoides” neuróticos interpretados por Leonardo DiCaprio y que “El origen” sirva de prueba irrefutable, otra de Nolan) y los malos, pues, harían temblar a los malos que los precedieron.

El ejemplo más reciente de esta tendencia, de este giro hacia el lado oscuro es “Malas Enseñanzas”, un filme peligrosamente incorrecto protagonizado por la alguna vez angelical Cameron Díaz.

La rubia de origen latino y sonrisa perfecta interpreta a Elizabeth, una profesora de secundaria que lo último que quiere hacer con su vida es atender las necesidades educativas de un grupo exaltado de púberes. En rigor, no lo hace en lo absoluto. En clase, Elizabeth se limita a ponerles un filme a los pibes para acto seguido echarse a dormir la siesta como un marinero con resaca.

Son muchas las aventuras que protagoniza esta maestra en procura de una meta que ella supone la pondrá a las puertas del altar de la mano de un millonario: un buen par de pechos. Bueno, Elizabeth no los llamaría así. Porque si hay una hecho sorprendente en esta producción son las faltas al decoro establecido por Hollywood.

¿Por ejemplo?

Elizabeth es realmente mal hablada (en una de las primeras escenas entra a la mansión de su novio al grito de: “¡Querido, hoy voy a chuparte la…!”). La chica también es capaz de todo con tal de alcanzar su objetivo: roba información confidencial y dinero, mantiene sexo con el novio de una colega (¡y lo graba con su teléfono celular!), “planta” drogas como evidencias criminales (sin olvidar que ella misma consume) y hay más y más y más.

Al final, como es de suponer, Elizabeth se reivindica y, tal vez y sólo tal vez, se gana el cielo.

Pero a nosotros, sus espectadores, nadie nos quita lo bailado.

Existen al menos dos razones que explican la aparición de un chica torcida como Elizabeth. Una es la “fatiga de material” por la que están transcurriendo los superhéroes de la actualidad. Han ganado a sus rivales durante demasiados años y la mayoría de las veces lo consiguieron haciendo trampa.

La otra es la aparición de nuevos idearios acerca de la valentía y la nobleza en la sociedad contemporánea. Lo que la industria nos tenía acostumbrados a escuchar era lo que suponíamos que estaba bien. Que era lo correcto.

Si Superman no tenía sexo, “cool”, lo aceptábamos. Como aceptábamos la maldad de Batman, aunque era bueno, y la tristeza y la inteligencia de El Guasón, aunque era malo (y qué fantástico Guasón nos legó Heath Ledge). Si los “X-Men” venían con rasgos xenófobos, había que hacer la vista gorda. Hablando de hacer la vista gorda: ¿o no es Blade un bicho bastante desagradable en el medio de un universo donde la mayoría no tiene nada mejor que decir? ¿Y no es acaso Robin un flaco insufrible que no debería esta ahí? ¿Alguien puede identificarse con la versión descafeinada de los cuatro fantásticos?

No es casualidad que los vampiros estén de moda. Los conceptos de bien y mal se han vuelto difusos en el mundo moderno y, por lo tanto, difíciles de tamizar en un guión para la industria del cine.

Hubo un época en que bastaba ponerle un sombrero blanco a uno y negro al otro para saber de qué iba el asunto.

Algunas producciones venían dando cuenta del cambio. En “Mi súper ex novia”, Uma Thurman (junto a Luke Wilson) interpreta a una chica con megapoderes que tiene los mismos procesos mentales que una persona normal aunque canalizados por una voluntad destructiva arrolladora. Imagínense, o recuerden, lo que sucede cuando Jenny se pone celosa.

¿Y qué tal un superhombre borracho, pendenciero y sin ganas de ejercer? “Hancock”, ese patético desgraciado que encarna Will Smith, es la metáfora del exilio, lo que ocurre cuando los ángeles caen al suelo y no recuerdan cómo llegaron allí.

Es probable que la aparición de estos negativos fotográficos del bien sea justamente eso, apenas la otra cara de la imagen. La pieza que completa el cuadro. Superman, en pijamas y con resaca; Batman, listo para los antidepresivos; leyendas heridas que en sus faltas reflejan con mejor propiedad la mano del creador.


Claudio Andrade

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