El último round

Rocky Balboa vuelve de su húmedo ostracismo por los mismos motivos que John Rambo: revindicar la figura del hombre que lo creó y que hoy pasa por el momento más bajo de su carrera desde que comenzó hace ya un montón de años como actor de películas pornográficas.

Sly Stallone no es un mal actor. No importa lo que digan y evidencien sus filmes, con un poco más de suerte y algo menos de ego podría haber quedado en la historia como un honorable segundón, como un tipo de carácter, como un proyecto alternativo dentro del universo Hollywood.

Pero su suerte tenía preparada para el rudo descendiente de italianos un plan muy distinto. Por otro lado, a Sly el ego es una cosa que jamás le ha faltado.

Su testarudez fue el verdadero germen de Rocky Balboa. Incluso antes de convertirse en actor de películas clase Z, Stallone se dedicaba a limpiar las jaulas del zoológico de Nueva York. Esta encarnación del sueño americano sirvió de base para diseñar una historia digna de la pantalla grande. He ahí el motivo -social, filosófico, sociológico- de por qué este filme obtuvo el Oscar a la Mejor Película de su año venciendo a «Taxi Driver». Ningún americano puede sentirse ajeno a la leyenda del hombre que se construye a sí mismo.

Esta misma voluntad capaz de atravesar fronteras es la que observamos en John Rambo. La primera escena de «Rambo» muestra a un ex combatiente de Vietnam cuyo único pecado, al menos hasta el momento en que la cámara lo enfoca, es andar a pie por la ruta con el cuerpo mal oliente. Un policía lo acosa y después se desata el infierno.

Tanto Rocky como Rambo representan dos íconos de la América profunda, una que no aparece muy seguido en las cadenas de noticias interna

cionales. Ambos poseen rasgos que tipifican a toda una sociedad, al tiempo que se revelan contra sus emblemas más evidentemente reaccionarios, que los conducen al conflicto primero y al choque después.

Si bien estos dos muchachotes tienen consigo las de perder, intentan mantenerse en pie en el centro del cuadrilátero. Su valentía es una definición posible de la de dignidad, según los Estados Unidos.

Igual que en un juego de espejos, siempre existe la alternativa de que un nuevo reflejo, en una nueva época, en una nueva situación, permita que Rocky o Rambo, renazcan desde entre sus cenizas.

Era de suponer que después del último Rocky, filme que concluye con una pelea callejera ganada por el semental italiano, su cuota de dolor ya estaba cubierta.

Sin embargo, Stallone estaba dispuesto a agregar una nota al margen. Es muy probable que aun si el actor hubiera estado involucrado en algún proyecto interesante (cosa que no ocurre desde su soberbia interpretación en «Tierra de policías»), se habría tomado el trabajo de escribir un nuevo guión para su personaje. También podríamos haber pensado que el último capítulo de Rambo iba a ser aquel en el que se lo observa partir rumbo a la selva con destino incierto. El también volvió, y en el 2008, volverá in situ.

«Tengo algo acá», dice Balboa a su cuñado, en un momento de su filme ¿definitivo? indicando que hay un fuego en su interior que no se apaga. Es una línea de diálogo que bien podría pronunciar el propio Sly.

Han pasado ya muchos años desde que él y otros tantos increíbles dinosaurios de la acción como Steven Seagal, Chuck Norris y Jean-Claude Van Damme, dejaron de aparecer en los rankings de taquilla. Pero conservan algo «allí». Una sensación inexplicable que los conduce a intentarlo sin mayor suerte actoral una y otra vez. Su obsesión por quedarse con el último golpe en la cara de su oponente es una prueba de que están vivos. Y que aún pueden salvar el pellejo.

CLAUDIO ANDRADE


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