El «volver a vivir» de una obra

Roberto "Tito" Cossa le escapa a la calificación de "clásicas" que reciben sus obras, a partir del reestreno de "Nuestro fin de semana", una revisión de sus trabajos muestran la conexión que sus textos tuvieron y tienen con la Argentina.

A 40 años de su creación, «Nuestro fin de semana», la primera obra de teatro escrita por Roberto Cossa, volvió a la cartelera porteña en el escenario del Teatro Cervantes, con puesta en escena de Hugo Urquijo.

«Antes de empezar los ensayos sentí una profunda inquietud -reconoció el dramaturgo- porque yo ya no escribo así (en realidad, casi no se escribe así) y además hay dos generaciones que no vieron la obra y ni siquiera acostumbran a ver este tipo de teatro».

En un primer momento, se planteó en Cossa la posibilidad de revisar el texto con idea de actualizarlo, pero pronto desistió de esa idea.

«Me pareció que no había razón para hacerlo y, en todo caso, si lo hacía tenía que reescribirla desde hoy. Eso requeriría cambiarla desde lo estructural y para eso me convenía hacer otra obra. finalmente acepté que es parte de mi prehistoria y fui muy feliz al verla nuevamente en escena».

Este volver a la vida de una pieza tan querida para el autor, conlleva sus claroscuros, que produjeron en él un cúmulo de sensaciones.

«Un autor es siempre un mal espectador -se apresuró a aclarar- porque conserva la mirada de cuando la escribió. Y, en el caso de esta pieza se mezcla el recuerdo de lo que fue mi juventud y uno siente que la vida se le viene encima».

En la opinión general, Cossa es visto casi como un prócer del espectáculo y sus obras como clásicas. Sin embargo él se empeña en eludir el peso de esa clasificación.

«Sé que la pieza está vigente, pero no sé si es clásica -subrayó-. La historia está tan cargada de clásicos que dejaron de serlo y de ignotos que pasaron a ser clásicos que yo prefiero vivir este tiempo».

Sin embargo, más allá de las etiquetas, es evidente que después de 40 años «Nuestro fin de semana» sigue estando viva y «La Nona», 25 años después, todavía se está representando por el mundo. Eso demuestra que no son simple expresiones de un teatro coyuntural.

Cossa perteneció a una generación de autores que surgió a comienzos de los '60, escribiendo para actores que requerían ese tipo de teatro.

Surgía por entonces una camada de intérpretes formados en la escuela stanislavskiana con Hedy Crilla, Carlos Gandolfo o Augusto Fernández, que buscaban la verdad en la actuación para reflejar la vida cotidiana.

«Se produjo un encuentro -resumió Cossa-. Son obras que no sólo tienen valor en sí mismas, sino que estuvieron muy bien hechas porque había actores adecuados para representarlas».

Con la reposición de la obra de Cossa en la sala grande del Cervantes, se puso en evidencia la relación entre la estructura del texto y el espacio escénico.

En los últimos años, autores y directores jóvenes han trabajado para espacios chicos, con poco público y muy cercano a los actores.

En las últimas temporadas el Cervantes estrenó obras nuevas en la sala chica, mientras que en la sala mayor se presentaron reposiciones.

Desfilaron por el escenario máximo «El Puente», «Nadie recuerda a Frederic Chopin», «El día que me quieras», «Israfel» o «Nuestro fin de semana», todas obras escritas hace años cuando los autores pensaban en teatros grandes.

«Creo que los nuevos dramaturgos -opinó- partieron como todos los jóvenes (y yo también) de la postura de no escribir como lo hicieron los antecesores, de 'matar al padre'. En ese camino abjuraron del teatro político y de la vinculación con la realidad».

«En busca de un teatro universal, esotérico, ritual, ajeno a lo coyuntural -acotó finalmente- han inventado una estética que ha dado cosas buenas pero que resulta ajena al espectador. Cuando encuentren el modo de mezclar el oficio que tienen de despliegue imaginativo y culto a la imagen, con una historia más vinculada a nosotros, creo que van a producir algo importante». (Télam).

Testimonio de una época y reflejo de un pueblo

Es imposible referirse a la producción dramática de Roberto Cossa sin hacer hincapié en las profundas transformaciones de lenguaje y la búsqueda incesante de formas estéticas que signó su evolución a lo largo de los años. Ante cada desafío de la realidad social reaccionó con una respuesta original en la estructura de la obra o en el modo de abordar el proceso de creación.

Acontecimientos que sacudían al país, como la prohibición del peronismo en los '70, el exilio en los años de plomo o el atentado a la AMIA encontraron eco inmediato en su pluma. Más allá de los altibajos indisimulables, el eclectisismo de su producción lo llevó desde el realismo-naturalismo de las primeras piezas a transitar por el neogrotesco, el neo-sainete, el absurdo, el realismo poético o el music-hall. Detenerse en el análisis de cada una de sus creaciones excede la intención de estos párrafos, pero bien vale señalar algunos hitos que revelan la personalidad del dramaturgo.

«Nuestro fin de semana» (1962) y la posterior aparición del mismo protagonista en «Los días de Julián Bisbal» (1966) revela la influencia de autores como Arthur Miller o del neo-realismo cinematográfico norteamericano, a la manera del filme «Marty». En dichos textos aparece, no sólo el tema de la desesperanza de una generación castigada, sino también el de la irrealidad de todos los sueños y proyectos nacionales, individuales o colectivos.

En «El avión negro» (1970) -escrita juntamente con Carlos Somigliana, Ricardo Talesnik y Germán Rosenmacher- por primera vez en quince años, las masas peronistas tuvieron un lugar en la escena argentina. A través de una serie de sketches a la manera de la revista porteña, la pieza exploraba las reacciones y comportamientos de partidarios y opositores ante un eventual retorno al país del General Perón. En cierta medida, el arte preanunció la realidad ya que el regreso de Perón el 17 de noviembre de 1972, pareció una continuidad del texto de Cossa.

«La Nona» (1976) es la producción que marcó uno de los virajes más importantes en su desarrollo como autor dramático y le permitió a Cossa instalarse en la corriente universal sin dejar de ser profundamente argentino. A partir de una anécdota simple y lineal (la gula de una anciana desencadena una serie de calamidades sobre la familia) el autor va tensando cada vez más el desarrollo costumbrista. A medida que transcurre la acción, en un crescendo enervante, se exacerba la crueldad y se ennegrece el humor. La obra toma entonces visos que la acercan a los espejos deformantes de Valle Inclán, al grotesco pirandelliano y, sobre todo, al grotesco criollo.

El tema del exilio y sus consecuencias en el nucleo familiar se refleja con particular fuerza en «Gris de ausencia» (1981), ambientada en la Trattoria La Argentina, en el barrio del Tratevere (Roma), donde vive exiliada una familia porteña. El dramaturgo refleja en el texto el desarraigo sufrido por las numerosas familias radicadas en el exterior, su nostalgia de personas, cosas, y lugares, la incomunicación con los hijos criados bajo otro cielo y con un idioma diferente, la confusión de los recuerdos y el deterioro de la propia identidad.

En el caso de «Angelito: un cabaret socialista» (1991) y más tarde con «El saludador» (1999), la mirada se vuelve introspectiva y en vez de dirigirse hacia la sociedad se vuelca a los conflictos que motiva en él el derrumbe de la Unión Soviética. Como respuesta al desafío histórico, Cossa posa una mirada revisionista e indulgente sobre la izquierda argentina. El tema de la culpa ante la indiferencia de lo que le ocurre al prójimo aparece en «Viejos conocidos» (1994). (Télam).


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