«Elecciones, fraudes e historia»

En los últimos días he leído manifestaciones públicas de dirigentes del PJ que propician llevar un candidato propio a la elección de intendente municipal de Bariloche el próximo mes de mayo, con el argumento de que, palabras más, palabras menos, en nuestra ciudad el Frente para la Victoria fue un mal negocio que sólo benefició al Partido Sur.

Comparto plenamente estas afirmaciones, aunque lamento que no hayan sabido advertir el error antes de cometerlo, como bien se lo señalaron muchas personas -entre quienes humildemente me cuento-, lo que le hubiera ahorrado a la ciudad el desquicio institucional que padecemos y que tanto daño nos ha causado.

Lo único que me alerta es que en esas declaraciones nadie dice qué mecanismo se empleará para elegir el candidato.

Es una verdad de Perogrullo que el único mecanismo posible es el voto de los afiliados en un legítimo proceso de democracia interna. Cualquier otro que se pretenda aplicar es una mala palabra de la política, nefasta para la vida en democracia, que encuentra sus antecedentes en la historia argentina: la era del «fraude patriótico» en la denominada Década Infame de los años '30.

Otro mecanismo inaceptable sería la denominada «insaculación», ampliamente aplicada en el deficiente sistema político mexicano y que encuentra sus antecedentes históricos en la elección de Valladolid de 1809, cuando en España se decidió formar una Junta Central Gubernativa con diputados europeos y americanos con atribuciones para gobernar las inmensas posesiones hispánicas en nombre y en ausencia del rey cautivo.

Relata José Herrera Peña, en su trabajo «Elecciones, fraudes e historia», que el 22 de enero de 1809 la Junta de Sevilla expidió el decreto por el que convocaba a «los vastos y preciosos dominios de Indias» a elegir sus diez representantes a la Junta Central, uno por cada virreinato -México, Perú, Nueva Granada y Buenos Aires- y otro por cada una de las seis capitanías generales independientes de Cuba, Puerto Rico, Guatemala, Chile, Venezuela y Filipinas.

El procedimiento electoral que se previno fue que en las capitales de las provincias el ayuntamiento de cada una de ellas eligiese tres individuos, de los que se sortease uno; luego, que el Real Acuerdo -formado por el virrey y la Audiencia- escogiera a tres entre los sorteados por las provincias y, por último, que este mismo órgano colegiado supremo nombrara por suerte al individuo que habría de ser el miembro, vocal o diputado a la Junta Central, es decir que cada jurisdicción tendría un solo representante y la suma de todos los americanos sería de 10 contra 36 representantes españoles (distribución por cierto injusta e inequitativa de participación).

Como lo relata sabrosamente Tenorio Adame, la elección de Valladolid se llevó a cabo en mayo de 1809 y ante una votación dividida entre cuatro postulantes se hizo intervenir a la suerte pero, en lugar de que un niño sacara una de las cédulas del ánfora transparente, la «mano negra» del escribano sacó la que correspondía al que había resultado en cuarto lugar.

Para satisfacción de todos, habrá que agregar que en la siguiente etapa de este proceso electoral también quedaron descartados los otros postulantes. El ayuntamiento de Valladolid, al insacular a su representante por la vía de la «mano negra», favoreció generosamente (ilegítimamente, caprichosamente) a Lardizábal, favorito desde el principio para ocupar el sitial. Todas las provincias eligieron a sus tres candidatos, sortearon a uno de ellos y enviaron el nombre de éste al virrey. Casi cinco meses después, el 4 de octubre de 1809, éste convocó al Real Acuerdo para elegir tres de la lista general. El caso es que resultaron electos, en primer lugar, Lardizábal, con todos los votos; en segundo, su hermano Miguel y, en tercero, José Mariano de Almansa, regidor de Veracruz. Luego, la suerte decidió «casualmente» a favor de Lardizábal, para que éste pudiera cumplir con su destino.

De esta manera, si el fraude de Valladolid había sido de poca monta, el del Real Acuerdo era descomunal.

La Junta Central tuvo corta vida. Reunida en la isla de León, pronto tomó la decisión de disolverse, presionada por los motines populares, sin que Lardizábal alcanzara a tomar posesión de su cargo.

Sin embargo, el 30 de enero de 1810, día de su disolución, creó una Regencia compuesta por cinco vocales, de los cuales uno sería Miguel de Lardizábal y Uribe, hermano menor del antedicho y único americano de ese cuerpo… ¡estaba predeterminado que un Lardizábal sería «ungido» para ocupar un sitial en el gobierno de España!

Dos semanas después, el 14 de febrero de 1810, la Regencia convocó a España y América a elegir diputados a cortes constituyentes, pero ya se estaba escribiendo otra historia en tierras americanas.

Es deseable que nuestros dirigentes hayan aprendido de la historia -pasada y reciente-, ejecuten en el Partido Justicialista un amplio y participativo proceso de democracia interna para la elección del candidato a intendente de Bariloche y no aparezcan con un «ungido» y tengan que reconocer luego que una vez más se equivocaron.

Ni Bariloche ni el Partido Justicialista merecen que los dirigentes los sigan castigando con decisiones erróneas y antojadizas.

ANTONIO SÁNCHEZ (*)

Especial para «Río Negro»

(*) Afiliado al Partido Justicialista. Bariloche 


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