Hay que cortarla con el exitismo

Los triunfos y fracasos deportivos representan una buena oportunidad para reflexionar sobre el exitismo, razona Daniel Colombo, coach y experto en CEO, alta gerencia y profesionales. Cómo dejar esa vieja conducta y actitud y enfocarnos en lo virtuoso.

Los triunfos y fracasos deportivos representan una buena oportunidad para reflexionar sobre el exitismo; una conducta extendida y generalizada entre millones de personas.

El exitismo parte de creer una cosa que no es. Y en ese creer, está el nudo de la cuestión, que tiene que ver con no querer ver ni aceptar una realidad diferente a la que es mi deseo.

El espejo distorsionado

Cuando alguien tiene éxito parece subirse a una cresta de una ola imparable, que, inevitablemente, más tarde o más temprano tenderá a romper en la costa. En su ascenso es denostado y criticado, y es blanco de todo tipo de juicios crueles sin tener empatía, la cualidad de ponerse en los zapatos del otro.

Cuando alguien fracasa o no logra los objetivos que se esperan, este hecho es igualmente tomado por un gran imaginario social como blanco de sus propias frustraciones y de la inhabilidad de esas personas para moverse de dónde están, para conquistar y generar lo nuevo, aunque fracasen.

Más cómodo es criticar

Lo que vale es el intento y el hacerlo de la mejor forma posible.

La crítica, al igual que la queja, no construye. La pregunta que surge es: ¿desde qué lugar de pretendida superioridad alguien (personas, periodistas, medios, gobernantes) critican al que hace? ¿Por qué no salen a jugarla y a entregarse de lleno, en vez de esperar que otro lo haga por ti?

La comodidad es la constante en el exitismo y la contradicción también. Son rasgos de mediocridad humana.

Por ejemplo, cuando un equipo de fútbol fracasa y luego da vuelta un resultado, aquellos detractores automáticamente se desdicen y hasta quieren convencerte de que no dijeron lo que dijeron. Las redes sociales son un juez impiadoso en estos casos, ya que, por lo general, aunque borres tus mensajes y posteos, queda tu huella de incoherencia por los siglos de los siglos. Y contra eso no hay con qué darle

Muchos seres humanos basan su vida en símbolos: dinero, estatus, éxito, sexo por deporte. Esto está más cerca del goce. Otros, se atreven a bucear su vida en base a experiencias: aventuras, conocimiento, aprendizajes, transformar el dolor en algo positivo, asumir las derrotas, levantar la frente y seguir caminando, y darle sentido a la vida.

Lo que nos frustra, entristece, decepciona y nos violenta ¿sirve para crecer y avanzar? ¿Qué pasaría si esa experiencia que se manifiesta con tanta vehemencia no es otra cosa que lo que nos toca transitar justo en este momento histórico en que estamos viviendo como individuos y como sociedad, para crecer?

Quedarnos con el insulto, rebajar al que ganó (y al que perdió), no poder tener ni la más mínima compasión (con-pasión) con el que no salió favorecido, ni con aquel que conquistó una hazaña, lleva a muchas personas a sacar el monstruo que todos llevamos dentro. Es como si tuviésemos la imperiosa necesidad de catalizar de inmediato muchos años de enojos contenidos. Y no de celebración precisamente, sino de destrucción.

En el fútbol, como en la vida, a veces se gana y otras se pierde. Cuando perdemos en la vida, podemos asumir dos posturas: quedarnos como víctimas, paralizados ante la contundencia de los hechos; o tirar unos lagrimones, llenar el pecho de aire, mirar hacia adelante y arriba y seguir adelante. No hay términos medios. Tampoco los hay para el que gana porque cuando somos demasiado exitistas, aunque sea por el impulso de los hechos solemos entrar en una pirámide de “invencibilidad” igualmente peligrosa que en el sentido opuesto.

Dejando en claro que está merecidamente bien la celebración, el festejo, y todas las emociones positivas que esto trae aparejado, quizás esté bueno reflexionar qué nos dejan estos episodios de éxito y de la realidad del fracaso: dos caras del mismo asunto.

¿Por dónde empezar? Por observarnos en nuestras pequeñas conductas cotidianas. En el lenguaje que utilizamos. En las voces de los relatores. En los tuits que muchos hacen circular insultando y rebajando a otros. En cómo los medios titulan en uno y otro país y en otro más. En cómo quieren catalizar la rabia los desfavorecidos, destruyendo como un vendaval casi todo lo que queda a su paso. En cómo se capitalizan desde el poder de turno los éxitos. Y como tratan de esconder las derrotas los de enfrente. En cómo se toman las cosas unos y otros.

Dar cabida a las emociones negativas del momento, dejar que se expresen y salgan, es quedarse sólo a medio camino: la otra parte de la ruta es qué hago con eso que siento; cómo lo transformo en algo positivo, para todos, para el mundo. Cómo me constituyo a partir de ese hecho en mejor persona. Y recién allí se empieza a producir lo más importante: la toma de conciencia.

Si miramos en perspectiva el universo respecto a este pedacito del Planeta Tierra, somos mucho más minúsculos que la cabeza de un alfiler.

Entonces convengamos en que no vale mucho la pena creérsela demasiado con los símbolos. Enfoquémonos en las experiencias: ésas sí que son nutritivas, duraderas e inolvidables, y las que llevaremos por siempre grabadas en relieve hacia afuera hasta que dejemos este plano físico.

“Celebremos los éxitos. Bendigamos las derrotas. Sin exitismo y asumiendo la realidad tal cual es. Así se evoluciona”.

Daniel Colombo, mentor de ejecutivos y empresarios en Argentina.

Lo que nos frustra, entristece, decepciona y nos violenta ¿sirve para crecer y avanzar? Muchas veces no hace más que despertar al monstruo interno.

Es más que necesario observarnos en nuestras pequeñas conductas cotidianas. Ellas son reveladoras de cómo somos en un momento dado. ¡Ojo!

Datos

“Celebremos los éxitos. Bendigamos las derrotas. Sin exitismo y asumiendo la realidad tal cual es. Así se evoluciona”.
Lo que nos frustra, entristece, decepciona y nos violenta ¿sirve para crecer y avanzar? Muchas veces no hace más que despertar al monstruo interno.
Es más que necesario observarnos en nuestras pequeñas conductas cotidianas. Ellas son reveladoras de cómo somos en un momento dado. ¡Ojo!

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