En Bariloche no atienden a los chicos de la calle

La crisis y la pobreza generan cada día más chicos en las calles. Las autoridades parecieran no dar abasto y las soluciones no aparecen. Hay pocos hogares de contención para niños.

SAN CARLOS DE BARILOCHE (AB).- Junto con los changarines, los chicos de la calle son tildados «los indeseables de Bariloche» ya que molestan al turista, al automovilista y a los clientes en las confiterías y puertas de los supermercados y comercios céntricos. Constituyen una realidad cotidiana que se potencia al inicio de cada temporada e indigna a los comerciantes, pero las autoridades no la atienden y los vecinos prefieren ignorarla.

El episodio ocurrido el jueves último en adyacencias de un supermercado del barrio Melipal, donde una empleada de seguridad habría castigado y expulsado a uno de los chicos que se apostan en las puertas para pedir monedas o comida, volvió a desnudar una situación recurrente que parece no tener remedio.

El hecho tomó estado público porque la APDH felicitó a los agentes de la comisaría 27 que previnieron y sancionaron a la empleada por excederse en sus atribuciones, y porque el CO.DE.NA (Consejo de los Derechos del Niño y del Adolescente) condenó la actitud del gerente del comercio y denunció «esta violación de los derechos de nuestros niños». Pero no hay quien controle si el chico está abandonado o en riesgo, y tampoco quienes se interesen por saber dónde dormirá esta noche.

En Bariloche existen varias organizaciones intermedias que asisten a niños desamparados, e incluso a los que voluntariamente abandonan su hogar para salir a mendigar y vivir en la calle, pero debe mediar una orden judicial para que alguna de esas instituciones pueda tener alguna potestad sobre la vida y la conducta del niño. Esos chicos pueden asistir a los distintos comedores comunitarios mayores trámites, pero no pueden quedarse a dormir y nadie controla que curse la escolaridad primaria, un derecho para ellos y una obligación para sus padres.

El brutal contraste entre la opulencia de los comercios céntricos y la multitud de chicos que acosan al peatón o al automovilista pidiendo «monedas para el pan» o «algo para comer» es chocante para todos pero lo advierte en forma especial el turista. Se trata de niños y niñas de entre 6 y 14 años, dueños de una picardía que los lleva desde el lamento conmovedor y las lágrimas hasta el insulto o el arrebato. Todos tienen alguna referencia familiar y algunos duermen en sus casas, pero, en su mayoría, se vanoglorían de su prematura independencia y autosuficiencia. Provienen de hogares con padres alcohólicos o golpeadores, desocupados y analfabetos, de madres adolescentes y familias numerosas. Todos viven en barrios marginales y proceden de hogares donde faltan la autoridad.

Hay quienes conmueven los sentimientos explicando que no pueden regresar a su casa hasta reunir una suma que varía entre 10 y 20 pesos. Otros, aunque se sospeche que también son explotados, prefieren justificarse explicando que ayudan a padres enfermos, a madres con muchos hijos o al familiar que les brinda cobijo y protección.

Las leyes de minoridad y los códigos contravencionales que maneja la policía le permitirían actuar en un sinnúmero de casos, pero no lo hacen porque el resultado a veces es adverso: temen convertir al menor en receloso con la autoridad y que se incline hacia la delincuencia. La Ley Nacional de Menores establece que si un chico está abandonado, falto de asistencia o presenta problemas de conducta, «el juez dispondrá del mismo por auto fundado, previa audiencia de los padres y determina «la obligada custodia del menor por parte del juez, para procurar la formación de aquel mediante su protección integral». Pero, no existen juzgados de Menores ni fiscales que actúen de oficio ante abandono.

El Código Penal sanciona con severidad a quien no preste auxilio a un menor de10 años en estado de desamparo, y con penas de hasta tres años de prisión al que lo coloca en esa situación. Pero no existen juzgados de menores en la provincia ni fiscales que actúen ante el abandono.

El problema entonces no es legislativo, porque las leyes son buenas y de concepción moderna pero los menores abandonados corren el riesgo de ser los futuros delincuentes, porque algunos ya tienen a sus hermanos mayores detenidos o condenados y son los que de alguna manera le marcan el camino.

El riesgo de la prostitución infantil

No existen pruebas concretas sobre la explotación de la prostitución infantil, pero las situaciones de abandono y pobreza pueden favorecer la temprana iniciación sexual de las niñas a cambio de unas monedas.

En la reciente sentencia que le impuso al empresario Luis Fernández 18 años de prisión por corromper a cinco menores de 11 años, los jueces debieron aceptar que no habían mediado amenazas por parte del abusador, y además comprobaron que las víctimas le escribían dibujos y cartas de amor, con su letra infantil, probablemente para ganarse su afecto y los pocos pesos que les daba luego de cada encuentro. No es fácil explicarse cómo esos hechos pudieron ocurrir durante cinco años a espaldas de sus padres. Por eso el juez Alejandro Ramos Mejía lo acusó de aprovecharse de «niñas que concurrían a su domicilio en busca de un refrigerio, ropa o algo de dinero para paliar su inmensa pobreza».

Los chicos de la calle afirman que hay prostitución infantil, pero no pueden sostener la acusación contra nadie en especial. «Hay chicas que suben a un auto y vuelven con plata», comentan, lo que hace recordar el caso del vecino al que la policía detuvo en una zona boscosa de Villa Arelauquen en compañía de una colegial de 12 años, al que la justicia impuso una condena en suspenso.

El caso más grave ocurrido en Bariloche y mencionado en la sentencia de Fernández culminó con una condena de doce años de prisión impuesta a Marcelino Paniagua, por el delito de «facilitación de la prostitución de menores agravada por intimidación». Paniagua fue condenado por ofrecer a terceros los servicios de una menor de 15 años, mediante amenazas y percibiendo él la remuneración acordada, pero también prostituía a otras menores fugadas de su hogar y de un instituto de General Roca. (AB)

Los hogares infantiles

Cuando un juez Civil o Penal interviene en causas donde hay menores en riesgo puede optar por encargarle su guarda al «Refugio de Jesús», al «Grupo encuentro», o al hogar «Convivir», una institución oficial que atiende los casos de delincuencia juvenil.

En «El Refugio» aseguran que atienden con mayor consideración la problemática «del hambre y la falta de cariño», que están comprometidos a brindarles «amor y contención además de un plato de comida», y también brindan apoyo escolar a niños de 6 a 16 años que «por vivir una realidad de maltrato y necesidades reflejan en la escuela sus carencias».

El «Grupo Encuentro» es el que atiende desde hace quince años la situación de los chicos de la calle, a través de un centro de prevención que detecta a los que están en riesgo. Trabaja en los barrios y en las calles para tratar de motivarlos y capacitarlos, y coordina actividades en viveros, un taller de carpintería y una panadería que explotan los chicos, al igual que una playa de estacionamiento cercana al edificio de Tribunales. Sus orientadores explican que tratan de «cambiar la historia, brindarle otro proyecto de vida, romper el círculo en su desarrollo, y modificar lo que parece ser su destino».

Pero al único lugar que los chicos llegan solos es al hogar «Convivir», que pese al esfuerzo de sus responsables en muchos casos termina siendo una lamentable antesala de la alcaidía (AB)

Hay muy pocos hogares y los que funcionan no dan abasto

Los pocos lugares en los cuales los niños de la calle encuentran ayuda están completos y escasos de recursos. El pastor Carlos Ceballos dirige un Hogar para niños y niñas de 6 meses a 18 años, y otro para adolescentes varones, todos en riesgo, que albergan a más de 60 chicos que llegan sólos o fueron derivados por decisión judicial y por otros organismos públicos.

«El Refugio de Jesús» es un Hogar que podría definirse como orfanato u orfelinato, pero allí no albergan a ningún huérfano. En su mayoría son chicos faltos de contención; que han sufrido maltrato, abusos o violaciones en el ámbito doméstico; otros abandonados por sus padres, y en algunos casos chicos institucionalizados que deambularon por distintos Hogares desde que eran bebés.

Ese espacio que ocupó hasta hace algunos años el ex Hogar Gutiérrez, desde que comenzaron a conocerse los resultados obtenidos en «El Refugio» motivaron a la justicia a derivarle los casos atendidos por las asesorías de Menores y hoy es la entidad más confiable para intervenir ante situaciones de riesgo infantil.

De su relación con los chicos Ceballos aprendió que «las dos principales problemáticas son el hambre y la falta de cariño, y por eso nos sentimos comprometidos a brindarles amor y contención además de un plato de comida».

«El Refugio» tiene un comedor comunitario donde se alimentan cerca de 160 niños, madres, abuelos y changarines, y es atendido por once jóvenes de entre 15 y 26 años que se levantan muy temprano para hacer pan casero y venderlo. Esos ingresos permiten que siempre estén dispuestos a servir una bebida caliente a cualquiera que se acerque o lo necesite. También brindan apoyo escolar a niños de 6 a 16 años que por vivir una realidad de maltrato y necesidades reflejan en la escuela sus carencias.

La capacidad edilicia del Hogar y del comedor están colmadas. Algunos adolescentes deben dormir en el salón donde se desarrollan actividades durante el día, y no todos los que asisten al comedor tienen espacio para sentarse a la mesa.

Sin embargo, Ceballos no descansa y ya estudia la posibilidad de crear una sala de primeros auxilios y enfermería, y un Hogar de día «para que otros niños reciban contención, amor y apoyo». (AB)


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