EN CLAVE DE Y: Colegio de señoritas

Hace poco le comentaba la expresión «No es un paseo por el parque», tan utilizada para graficar las dificultades de cualquier gobernante, y traté de compartir con usted que el parque no es un paseo. Hay otra, predilecta de sindicalistas, políticos en internas y cuanto espécimen explique el conflicto por el que pasa: «Esto no es un colegio de señoritas», nos ilustran con una sonrisita algo torcida, expresión que puede ser sustituida por «liceo de señoritas».

¿De qué están hablando? La expresión data de los tiempos en que las familias pudientes y la realeza moderna enviaban a sus hijas a estas instituciones en las cuales aprendían buenos modales, cultura general, un par de idiomas, algunos deportes aceptados socialmente para mujeres, tales como el tenis y la natación, y arte en sus diversas expresiones, en fin: la esposa perfecta.

Supongo que estos colegios o liceos siguen existiendo, de la misma forma que los de varones; de los cuales sí sabemos algo más, como puede apreciarse en «Perfume de mujer», la excelente película protagonizada por Al Pacino.

¿Y por qué sabemos tan poco de estos sitios femeninos? Quizá porque el imaginario machista presupone que ahí no pasa nada, es decir, nada más que lo que tiene que pasar. Algo similar a la mirada puesta en los seminarios pero no en los conventos, salvo honrosas excepciones.

Podríamos extender el concepto a los colegios privados femeninos; me refiero específicamente a aquellos cuya cuota, nivel de vida y todos los componentes materiales de la riqueza marcan claramente un estatus social.

Mi experiencia al efecto es corta y contiene algunos elementos que quisiera destacar y que he corroborado charlando con otras mujeres que vivieron situaciones similares. Mi primer año del secundario transcurrió en un colegio de monjas, en calidad de pupila -es decir, yo vivía allí-, y en honor a la verdad debo aclararle que no fue de los más retrógrados, lo cual ilustraré con un solo ejemplo: sabíamos que las pupilas de otro, también religioso, se bañaban con camisón. Dejo a su inteligencia la deducción de los motivos -y las dificultades de estas chicas para el aseo-, si bien mataban dos pájaros de un tiro: el agua y el jabón incluían persona y prenda.

Había un grupo, tanto del primario como del secundario, que realizaba las tareas de limpieza, cocina y servicio de comedor para nosotras y que compartía las clases. Pero no los juegos ni los deportes. Eran amadrinadas por el colegio a cambio de sus servicios laborales. Confieso que viví con naturalidad esta situación y, por esas cosas de la vida, años después tuve de amiga a una de estas «protegidas». La diferencia social cimentó un resentimiento que aún vibraba en la voz de mi amiga, y quiero que por un momento se ponga en el lugar de una piba de once o doce años que además de servir a las privilegiadas, debía estudiar y aprobar como cualquiera.

Si de impartir normas de conducta correctas se trata, puedo contarle de la congregación «El buen pastor», monjas carceleras con las que tuve el horror de tratar cuando me encelaron en 1971. Entiendo que fue clausurada y sus integrantes, me refiero a las monjas, seguirán en otros lares con sus criterios autoritarios de poner en vereda a las ovejas descarriadas que tuvieran la desgracia de caer en sus manos, que tales éramos para ellas: las ovejas que el buen pastor busca pero no con cariño precisamente. Aún forma parte de mis pesadillas el sonido nocturno, en medio del silencio de los calabozos, de esos enormes rosarios y esas múltiples llaves, tintineando como canción de cuna digna de una novela de Stephen King.

Así que, mi querida amiga, mi estimado amigo: seguiremos padeciendo esta expresión. Aunque más de una de estas instituciones para mujeres podrían darles a los «gordos» de la CGT y otros componentes de nuestra dirigencia -hace horas se la escuché a un conductor de la Federación Agraria- algunas lecciones útiles sobre violencia física, verbal, psicológica y exclusión social que ni imaginarían. No deja de ser una amarga ironía que la empleen quienes se dicen defensores de los derechos de mujeres de toda edad que, precisamente, los vieron vulnerados en forma permanente.

Pensándolo bien, mejor que no.

 

MARÍA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com


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