En el país de los incrédulos las cifras no existen

Todos los días debemos tomar decisiones, elegir entre distintas opciones, discutir con base en algún argumento, opinar y reflexionar de «lo que se dice» y acerca de la realidad que construimos a partir de ello.

Vivimos en un mundo regido por los números; cifras que nos hablan de desempleo, de víctimas, de inflación, de caminantes en una marcha y hasta de enfermos por gripe. Esos datos son importantes no sólo en sí mismos, sino que nos ayudan en aquel proceso de toma de decisiones: nos dicen si debemos ahorrar, si nos consideramos pobres, si peleamos un aumento, si estamos en crisis, si conviene comprar e incluso si podemos reunirnos y hasta darnos la mano o un beso. Pero, ¿cuánto creemos hoy en ellos?

Cuando las finanzas provinciales o municipales tiemblan se escucha hasta el hartazgo decir «que se muestren los números», repitiéndose el fenómeno en todos los casos: nadie sabe exactamente cuánto se debe o al menos cuánto se necesita para dejar de deber. Cada cual plantea su verdad, ésta se televisa y el ciudadano observa incrédulo de lejos una realidad que le afecta, pero que aparece del otro lado de la ventana.

Mes a mes los medios de comunicación advierten los movimientos de los variados índices del Indec junto con la opinión de sus autoridades y artífices que procuran traducirlos. Esos números se publican, se comparan y se cuestionan; sirven para proyectar una realidad? una muy distinta de la que se alcanza a percibir en la calle.

Es sabido que la propia definición de la realidad en sociedades polifacéticas como las actuales se recrea en la pugna entre distintas miradas: tales como la del Estado, del mercado, de las empresas periodísticas, de los variados cultos religiosos y de los ámbitos académicos, entre otras. Esas miradas se fortalecen en cuanto logran exponer como reales sus determinadas cosmovisiones, que repercuten en confianza por parte de sus públicos.

Acorde al último estudio de opinión realizado por Latinobarómetro en relación con la confianza ciudadana, quienes habitan de este lado del continente descreen principalmente de los partidos políticos, del Congreso, del Poder Judicial, del gobierno y la policía? instituciones, todas, pilares esenciales de la vida en democracia.

La sociedad demanda certidumbre, exige que los funcionarios públicos -nuestros mandatarios en la gestión gubernamental- rindan cuenta de su desempeño, exhiban ante nuestros ojos sus finanzas, presenten sus proyectos y avances? mas cuando ello ocurre, y se nos imprime en nuestras propias narices aquellos estados de situación, miramos dos veces, dudamos una vez más.

Ahora bien, esta falta de confianza nos paraliza y afecta nuestra participación ciudadana: hace dudar en la incidencia de un voto en el resultado final; hace optar por resolver diferencias a los cachetazos antes que acudir a la Justicia; hace llamar insistentemente a la radio para reclamar por un bache o un foquito en vez de presentar la queja formal ante la mesa de entrada de la administración.

Es imperiosa la necesidad que los organismos estatales reflexionen acerca de mecanismos viables para construir una base de consenso social sobre su actuación: plataforma indispensable para legitimarse.

Quizás un buen paso sea darles mayor apertura a las instituciones democráticamente erigidas, para que las observemos más de cerca, comprendamos su lógica de funcionamiento y simplemente sepamos dónde tocar la puerta para poder consultar.

La transparencia debería concebirse como una herramienta esencial de gobierno, pues posibilita a los ciudadanos conocer las decisiones tomadas por sus representantes y actuar en consecuencia. Permite un mayor control colectivo y un menor margen a la arbitrariedad, fortalece la conciencia cívica y aumenta la legitimidad estatal, nos invita a movilizarnos y participar? propicia, en definitiva, que construyamos una democracia más significativa.

 

 

MARÍA CAROLINA GRANJA (*)

Especial para «Río Negro»

(*) Abogada y licenciada en Comunicación.

Cursa la Maestría en Comunicación Política.

MARÍA CAROLINA GRANJA


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