En el principio eran los relatos de la nona

Los abuelos de Antonio eran emigrantes de Dalmacia, una región del sur de la ex Yugoslavia desarticulada por tantas guerras aún sangrantes. Llegaron a Chile por 1913, antes de la Primera Gran Guerra. En Antofagasta, entonces pequeña ciudad rodeada por el desierto norteño, armaron su familia y ayudaron a tejer su memoria, con relatos juveniles a orillas del Adriático.

«Intrigado por sus cuentos, comencé a investigar por qué habían venido a Chile. Pero llegados ciertos momentos del relato, callaban. Mi nono era especialista en estar contando algo apasionante y de repente, enmudecer. Cuando lo interrogaba por ese silencio, contestaba: ¡tanta cosa!».

«¡Tanta cosa! era para mí como la llave de un baúl que no sabía dónde estaba y contenía miles de secretos… Notaba que lo que me contaban algunos paisanos de mi abuelo, me lo negaban otros. El héroe de un relato, era villano, en otro. ¿Cómo ligar esto?»

«Mi nona era una mujer muy dulce, especialista en freír pejerreyes untados en harina. Después de sus prácticas de almuerzo, se sentaba en el mismo comedor donde antes habíamos almorzado, encendía la radio y oía el «Radiodrama del Mes». Series truculentas donde pasaban cosas insólitas y siempre el capítulo terminaba en el momento de mayor tensión dramática. Yo me sentaba a su lado a oírlas con gran interés. A mi abuela le gustaba pronosticar lo que sucedería a partir del fin de cada programa. Con los ojos azulitos, los anteojos en medio de la nariz y tejiendo (la imita), era capaz de intrigarme aún más que aquellas novelas. Tenía una imaginación bastante desbordada».

«Tanto mi nona como mi nono y sus amigos dálmatas, usaban un lenguaje fantástico que yo asociaba en mi pobre experiencia infantil, con el que usaban los radiodramas. Me preguntaba por qué utilizaban la fábula y la fantasía, para afirmarse. Al vivir una existencia más rudimentaria que la que abandonaron, precisaban establecer una presencia mítica que les diera una personalidad, un ser, una épica».

«En Antofagasta era casi normal que se cortara la luz repentinamente, cuando ocurría en el horario del radiodrama, mi abuela se ponía feroz y me preguntaba qué estaría pasando mientras tanto. Especulábamos y cada vez que había un corte de electricidad, recomponíamos el capítulo que no nos llegaba. Y un sábado, en que había luz, mi nona apagó la radio y me dijo: ¡Cuéntame…!»

«Ese momento es para mí el inicio de mi carrera profesional como escritor».


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