¡En guerra!
MARÍA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com
¿Qué guerra? Esta: con tropas organizadas, objetivos claros, y mucha, mucha ganancia de por medio. Por medio de niñas y jovencitas. Frente a organizaciones perfectamente aceitadas, con ramificaciones internacionales, de difícil detección, está el poder de la democracia, sus instituciones civiles y militares, sus leyes. Entonces, ¿por qué parece que el botín, cientos y cientos de pibas a veces niñas, la mayoría de ellas jóvenes, están indefensas? ¿Cuántas marchas más necesitaremos, cuántos titulares “joven desaparecida”, cuántos análisis acerca de lo que hay que hacer harán falta? Quiero contarle la experiencia que vivió recientemente una jovencita de mi familia. Cinco y media de la tarde, calle céntrica. Ella camina sola, y se dan esos momentos de reflujo de tránsito y personas que a veces duran segundos. Suficientes segundos. Siente un motor a toda máquina, una combi blanca, vidrios polarizados, que frena haciendo ángulo entre la calle y la vereda, un tipo que se baja del lado del acompañante, que avanza hacia ella. En sus propias palabras: “lo tenía enfrente, y lo gambeteé, le hice así y así (se hamaca hacia los costados), lo pasé y corrí, corrí… entonces apareció un señor en bici, y yo seguí corriendo y miraba atrás, el tipo hizo que tocaba la puerta de una casa, seguí corriendo… la vi en la calle paralela (a la combi) seguir unas cuadras…”. La reacción merece algunas consideraciones. Nuestra joven juega al fútbol desde chica, lo que significa que tiene incorporada la experiencia de la competencia con el varón, la gambeta, el pasar un obstáculo; tan incorporada que su reacción fue instantánea, y creo que la salvó. Y aquí me quiero detener. Mi querida amiga, mi estimado amigo, ésta es una guerra. Con enemigos, con armas, ubicua y certera, plagada de silencios y complicidades. Y no hay guerra que se gane sin la colaboración de la población. Por eso, y no por primera vez, digo y repito: nuestros hogares y escuelas tienen que tomar partido, y tomarlo en forma práctica. Nuestras chicas tienen que saber convertir la mano que acaricia en un puño, las piernas que bailan en una patada certera. No superniñas. Mujeres reales que puedan neutralizar a un secuestrador, y huir rápido. Nuestra jovencita reaccionó con su experiencia de fútbol. Pero son pocas las chicas que hacen alguna práctica que les haga perder el miedo, la parálisis frente al ataque, y en cambio, acrecentar su seguridad, convirtiendo su cuerpo en un arma. El celular no sirve. El grito sin distancia entre agresor y víctima tampoco. Me gustaría que en los gimnasios, en donde esculpen sus cuerpos para el placer y la salud, se incorporaran, como una colaboración solidaria en esta guerra, instructores e instructoras de tres o cuatro respuestas físicas rápidas, contundentes: deportes de contacto físico y lucha, mixtos, y que hogares y los colegios los exigieran. Que la clase de gimnasia deje de ser una aburrida repetición de ejercicios. Que se sumen los clubes, las organizaciones no gubernamentales. Hay que llegar a todas, a las pibas de los lugares más humildes, las más proclives al rapto y cuya realidad tiene menos armas, mediáticas, legales, organizativas, para denunciar y exigir. En la destacada telenovela “Vidas robadas”, que aborda el tráfico de mujeres, el jefe, actuado por Jorge Marrale, reprocha a sus subordinados: “estúpidos, cómo se les ocurre buscar una piba de clase media? ¿No saben que sus familias tienen cómo presionar?”. Sí, todas nuestras pibas tienen derecho a saber defenderse. Que el Estado haga lo suyo. Nosotras, nosotros, hagamos lo nuestro, que no es poco. ¿Le parece exagerado? Vuelvo al principio: estamos en guerra. Y estamos metidos en ella, queramos o no.
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MARÍA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com
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