En la cara

Por Carlos Torrengo

Redacción

Por Redacción

Y sin poder amortiguar la dialéctica de la deflagración. Sin tiempo ni siquiera para cavar un pozo de zorro y guarecerse.

Así le está estallando al radicalismo la cultura política con la que articula su poder desde hace dos décadas. Porque se peca de peligrosa ingenuidad cuando se estima que los degradantes estilos de ejercer poder que signan al oficialismo comenzaron con el veranismo.

¿Qué sembró, qué cosa beneficiosa abonó desde lo político, y que sea hoy un dato digno, el radicalismo a lo largo de su largo poder de dos décadas?

Nada de nada. Vacío.

Alvarez Guerrero puede quizá lograr un juicio más indulgente de los tres mandatarios que tuvo la provincia desde el retorno a la democracia. Sus equívocos se enjuagaron en un contexto nacional dominado por el entusiasmo en la neonata democracia.

Horacio Massaccesi instaló su «soñar y hacer». Pero dejó el gobierno saliendo por una ventana.

Y Pablo Verani, más rústico en formas y estilos que sus antecesores, nivela hacia abajo la acción del gobierno a una velocidad uniformemente acelerada.

Ya por acción o por carencia de voluntad para mejorar la calidad de sus políticas, los tres trabajaron afanosamente para un único logro, negativo por cierto: crear un sistema de decisión cerrado, acrítico.

Se torna un ejercicio apasionante rastrillar los archivos sobre las reacciones de cualquiera de los tres a la hora de reflexionar sobre las críticas de las que eran blanco. Inexorablemente y con argumentos de variada textura, los tres se defendieron, primero, sin la más mínima intención de debatir las objeciones. Luego, intentaron desjerarquizarlas atribuyéndoles objetivos aviesos de quienes las promovían.

Con los tres, la ausencia de debate se «compensó» siempre con el fervor y verticalismo de los radicales a cada uno de sus sucesivos jefes. El problema eran los otros.

Toda esta cultura del simplismo en la reflexión y la demagogia está carcomiendo al radicalismo.

¿En qué está hoy -por caso- convertido el gobierno rionegrino, hijo dilecto de este otrora poderoso radicalismo?, ¿cuál es su más rigurosa aspiración de cara al futuro?

Pagar los sueldos. Ahí nace y muere su aspiración.

Es una simple agencia de buscar plata y pagar sueldos.

No hay una idea, una mínima idea ambiciosa colocada incluso más allá de la permanencia del radicalismo en el poder. Sólo ausencia total del más mínimo pensamiento estratégico.

Tanta «nada» pone en crisis el discurso radical. Lo torna precario y en vías de colapsar.

El caso del dirigente Luis Salvucci es, desde esa perspectiva, paradigmático.

Hombre leal a Verani, de trato directo, infancia fatigada por carencias, querido entre los sectores más carenciados de Roca, Salvucci no se genera mayores tensiones éticas a la hora de lograr resultados.

Hoy seguramente hay radicales que lo condenan por mil tropelías reales o no. Para esos radicales, la cuestión es poner distancia de Salvucci. Son los mismos radicales que también pusieron pies en polvorosa cuando Jorge Acebedo, ese hombre tímido, de bajo perfil, quedó involucrado en el caso Cedepre. Y se encerró en un departamento para dejarse morir en cuotas, abandonado por aquellos a los que había servido más allá de lo correcto.

No se está aquí excusando a Salvucci y Acebedo.

Lo que se está diciendo es que, como funcionarios, fueron el producto de un sistema de decisión que se manejó con los aspectos más detestables del alma humana. Esos que, en política, hacen de la lucha por el poder un ámbito abierto a la confusión de fines y medios. Tarea para la cual es indispensable contar con determinados tipos de conductas. Y de mano de obra.

Y de eso fue cómplice todo el radicalismo. En sus más y sus menos.

Porque cuando la veranista Roca votó por Verani, también votó por Luis Salvucci.

Igual que en los «30 en la provincia de Buenos Aires: cuando se votó por Manuel Fresco y don Alberto Barceló, se votó por Ruggerito.

En realidad, desde lo político el radicalismo no le ha sido, en 20 años de poder, útil a los intereses más permanentes de la provincia. No le ha entregado nada más que deformaciones de la política: clientelismo, generación de obsecuencia, espíritu acrítico y, fundamentalmente, resistencia a alentar un mejoramiento de la calidad general del funcionamiento del sistema.

Ya no hay posibilidad de imaginarse algo distinto si en las próximas elecciones gana nuevamente el radicalismo. Sus formas y estilos de hacer política son usos y costumbres muy arraigados en el seno de su dirigencia.

Es posible un lavado de cara, nada más.

Está abierta por cierto la posibilidad de que si Miguel Saiz llega a gobernador, se sucedan mutaciones en la conducción del gobierno, más de forma que de fondo. Porque, es cierto, Saiz no está dotado de la estructura psíquica con exigencias épicas que define a Verani.

Pero no más. Porque Saiz mismo estará siempre bajo control de la trama de compromisos alimentados por años desde el poder.

Es esa estructura de poder la que le da el okey para que llegue. Entonces, con el andar, cuando ya sean historia los intentos de Saiz por diferenciarse, emergerá el «más de lo mismo». Casi como algo natural.

Porque en los hechos, hacia abajo del partido, la red de vínculos que generó toda esa performance, seguirá reclamando más de lo mismo.

Y si por esa casualidad, no se responde a esa exigencia, entonces el radicalismo perderá poder.

Y esa casualidad es una aguja en un pajar.

Carlos Torrengo

rnredacción@rionegro.com.ar


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