En las escuelas de Neuquén hay venta y consumo de drogas
Los casos se dan en el centro, en los barrios y en el interior.
NEUQUEN (AN).- Un pibe de nueve años años tritura una tiza sobre su pupitre. Luego toma la lapicera entre sus manos, quita el cartucho de tinta y simula aspirar por una de sus fosas nasales el polvo blanco que se encuentra esparcido frente a su nariz. Está jugando, pero la maestra, asombrada, le pregunta qué hace. El alumno responde: imitando a mi hermano. El hermano de este chico es apenas un adolescente que hace tiempo dejó de simular y mucho menos con una tiza.
Esta historia es verídica y fue narrada a periodistas de «Río Negro» por una de las diez fuentes que fueron consultadas durante el transcurso de una investigación que duró 15 días, y en la que se pudo llegar a una contundente conclusión: en las escuelas de Neuquén el problema del consumo de drogas es grave, pero de eso no se habla. Y si se aborda, siempre es en la más absoluta reserva.
La sociedad neuquina parece vivir al borde de la hipocresía. Se sabe que en el mundo de los chicos escolarizados hay drogas. Pero al mismo tiempo existe temor a hablar en público un tema tan áspero, por la sencilla razón de que hacerlo sería como mirarse frente a un espejo.
La titular del Consejo Provincial de Educación, Graciela Carrión de Chrestía, reconoció que el de las adicciones a las drogas en las escuelas «es un problema grave» y dijo que en la comunidad educativa «hay mucha preocupación».
La droga está instalada. Hace tiempo que la Argentina dejó de ser un sitio de tránsito para transformarse en uno de consumo. Las escuelas son una caja de resonancia en la que se escuchan todos los sonidos, incluso los más estridentes y lastimosos.
Los problemas con las drogas comienzan más temprano de lo que muchos piensan. A los nueve o diez años, incluso antes en algunos casos, ya se encuentra abierto el camino hacia las adicciones. En el nivel primario, el primer síntoma que se detecta es el consumo de alcohol y la inhalación de pegamentos. Lo que se conoce como «bolseo».
Por lo general, la marihuana no está presente entre los niños, aunque puede ocurrir. Pero este tipo de droga ya es un problema a tener en cuenta en el nivel medio, a partir de los 14 años.
«Alcohol y pegamentos se ven en el nivel primario. No son casos que ocurran dentro de la escuela. Los alumnos que tienen este tipo de problemas lo traen de afuera y el conflicto explota en el aula porque tarde o temprano se muestra», dijo un docente.
La droga no tiene domicilio. No ingresa más a las escuelas del centro que a las ubicadas en los barrios más humildes. «El contexto social y familiar puede incidir, pero en esta materia no existe un modelo para armar», indicó un especialista en tratamiento de adicciones.
Ni siquiera se puede hablar de mayor consumo en la capital que en el interior. Porque hasta cuesta imaginar, como lo han revelado algunas fuentes, la presencia de drogas en colegios ubicados en pequeñas localidades del interior neuquino. «Hasta en lugares de 3.000 habitantes o incluso menos población se han detectado adicciones en las escuelas», dijo un especialista en rehabilitación.
La tendencia es expansiva y el riesgo está latente en todos lados. Este mensaje es válido incluso para los colegios que no han enfrentado conflictos de drogadicción entre su población estudiantil.
La droga llega a la escuela de la mano de un alumno. La puede traer de afuera y en poco tiempo iniciar una cadena, que puede ser grande o chica, pero cadena comercial al fin.
No es sencillo ubicar una fecha aproximada de cuándo este problema comenzó a tomar dimensiones importantes en la provincia. Pero una conclusión a la que se puede llegar, a partir del rompecabezas de información que fue recogido por los periodistas de este diario, es que la luz roja se encendió en la década del 90.
«Río Negro» habló con policías, jueces, profesionales en rehabilitación, funcionarios del área educativa y hasta con padres de jóvenes que tienen problemas de adicción. Una característica común hallada en las entrevistas es que todos pidieron mantener en reserva la identidad. El temor a la marginación que padecen los adictos, y a la estigmatización que podría sufrir la escuela de la que se trate, fue uno de los argumentos.
Bajo estas condiciones, las personas que fueron consultadas decidieron hablar y sus testimonios coincidieron en el diagnóstico: el consumo de drogas entre la población estudiantil es un tema serio y un problema que se agranda a medida que transcurre el tiempo.
La única fuente que autorizó a publicar su nombre es Graciela Carrión de Chrestía. La información proporcionada por la funcionaria transcurre en el mismo sentido que la recogida en otros ámbitos.
Finalizado el trabajo de entrevistas, este diario también llegó a otra categórica conclusión: conseguir información precisa sobre este tema resulta ser más complicado de lo que le cuesta a un alumno comprar un «porro» dentro o fuera de la escuela.
La ausencia de datos no sólo revela el temor a abordar el tema, sino también una falta de información dentro del propio Estado.
Las áreas comprometidas con esta problemática no tienen la dimensión exacta del problema, porque no existe un trabajo de campo con estadísticas que indiquen niveles de consumo, tipo de drogas y otros datos que podrían echar luz al drama que viven muchos chicos escolarizados. El drama tiene raíces profundas y complejas, y la solución no es sencilla.
Las historias de drogas que fueron escuchadas son penosas y hablan de la fragilidad de la familia, de una sociedad con muchas cuentas pendientes y de un Estado que se queda sin respuestas para atender conflictos con este grado de complejidad.
Gerardo Bilardo
Guillermo Berto
NEUQUEN (AN).- Un pibe de nueve años años tritura una tiza sobre su pupitre. Luego toma la lapicera entre sus manos, quita el cartucho de tinta y simula aspirar por una de sus fosas nasales el polvo blanco que se encuentra esparcido frente a su nariz. Está jugando, pero la maestra, asombrada, le pregunta qué hace. El alumno responde: imitando a mi hermano. El hermano de este chico es apenas un adolescente que hace tiempo dejó de simular y mucho menos con una tiza.
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