En las garras del desencanto

Por Susana Mazza Ramos

En una radiografía sociológica sumamente lúcida, José Pablo Feinmann describe una característica inquietante del hombre posmoderno: vivir atrapado en el desencanto, ese «desencanto que conduce al quietismo, a la inacción, por lo que el hombre ve pasar la historia, la ve a través de los massmedia, ve imágenes -una tras otra- y en esa sucesión vertiginosa cree ver la realidad, aunque sabe o suele llegar a saber que es una realidad construida, de un universo caleidoscópico instaurado por el montaje nervioso de los tiempos». (1)

Alerta asimismo que peligrosamente el desencanto se ha convertido en una postura existencial elegante y prestigiosa, ya que el desencantado advierte que no creerá en nada y entonces nada logrará engañarlo, ni convocarlo. Así, el desencanto lo lleva tanto a la comodidad (puede entregarse sin culpa al egoísmo) como a la lucidez (él es más inteligente que el hombre encantado), el cual según su visión es un ser acrítico que se deja engañar por artilugios, por vidrios de colores, en fin, un ingenuo que aún se atreve a la «inelegancia» de creer en algo. (2)

Los angustiosos días por los que atravesamos «sobreviviendo» (decir «viviendo» se asemeja mucho a una falacia) denotan a simple vista, como la óptica del análisis de Feinmann se torna transparente.

El reinado del desencanto ciudadano se entroniza sin obstáculos, azuzado minuto a minuto por decisiones equivocadas, opciones falsas, visiones apocalípticas y la permanencia incólume en sus puestos de la dirigencia irresponsable y/o criminal que condujo a la República a este estado de impiadosa demolición.

Aunque es factible revertir la sensación de angustia que la opinión de Feinmann produce, es casi imposible no otorgarle crédito cuando en la vorágine patética que nos envuelve se observan conductas oficiales virtualmente provocativas -amén de trasnochadas- tales como advertir que al haber disminuido la recaudación fiscal no se pagarán en término y en forma completa los salarios de los empleados estatales, trabajadores que serán castigados por partida doble, ya que junto con los jubilados -aunque los ruidosos prisioneros del corralito durante sus reclamos no enfatizan lo suficiente este atropello- sufrieron una inconstitucional quita del 13% de sus haberes, mientras paralelamente se licuan deudas privadas de fuertes empresas.

Es muy posible que del «desencanto» -preciso sinónimo de «desengaño» y «desilusión»- no se vuelva fácilmente, por lo que para solucionar esa dolorosa sensación se necesite mucho más que voluntarismo, que poética profesión de fe en el esfuerzo, de confianza en quienes nos gobiernan o de la oportuna autocrítica que nos debemos como sociedad.

Pero ¿cómo se levantan las defensas adecuadas para no ser alcanzados nuevamente por el «desencanto»? ¿Cómo podemos volver a sentirnos ganados por el deseo de creer, de participar, de seguir en este suelo a pesar de todos los atropellos, las estafas, la destrucción de los sueños, la violación constante a nuestros derechos y la burla perenne de quienes son autores responsables de tamaña desvergüenza y deambulan libremente como si nada hubiera sucedido?

No existen recetas mágicas que puedan usarse para eliminar el hastío y la falta de credibilidad -no ya en «alguien» sino en «algo»-, pero en beneficio de nuestra salud mental y espiritual tal vez resulte conveniente pensar en que es posible salir de esta perversa situación con el auxilio de la Justicia, una institución que debiendo ser próxima, accesible y digna de confianza, en muchas ocasiones pareciera que se encuentra a años luz de distancia de aquellos a quienes debe proteger.

Sin justicia, no solamente sobreviviremos en el «desencanto», sino que profundizaremos el hartazgo y -lo que es particularmente peligroso- corremos el riesgo de sucumbir como república democrática, a expensas de cualquier osado vendaval.

Recordando la frase de Octavio Paz, podría decirse que en nuestro sufrido pueblo, hoy más que nunca, siguen planteadas las preguntas.

(1) (2) – Feinmann, José Pablo – «La sangre derramada», Ariel, Bs. As., 1999.


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