Un invento que perdura: ¿Conviene mantener los incentivos?

El barril criollo nació durante el kirchnerismo. Fue una invención del entonces ministro de Economía, Axel Kicillof junto al ex-CEO de YPF, Miguel Galuccio. La estrategia inicial fue la de generar un colchón para la producción local ante la presunción de que los precios bajos del crudo durarían poco. Ese pronóstico, sin embargo, no se cumplió.

Aunque con algunos recortes para evitar la disparada del combustible, el gobierno de Mauricio Macri sostuvo la política del barril más caro. Argentina pagó así, durante 2016, el barril más caro del mundo, de la mano de un combustible que está por encima de los precios promedio de la región y 40 o 50% más alto que en Estados Unidos.

A dos años de esta política, llegó el momento de preguntarse si fue efectiva y si debe continuar. Por un lado, evitó despidos masivos como los que ocurrieron en Texas. Por el otro, sostuvo las ganancias de las petroleras privadas.

¿Tiene sentido que los argentinos sostengan a través del surtidor las ganancias de las petroleras? ¿Es justo que lo hagan para preservar a los trabajadores de un sector con los salarios privados más altos del país?

Ambas preguntas conducen a la necesidad de revisar esta política. El problema es que no es un juego de suma cero: cualquier intervención en este complejo esquema de regulación dejará heridos.

Los gobernadores, la Casa Rosada, las petroleras y los gremios buscan salir de este escollo con los menores costos posibles. El verdadero impacto, sin embargo, se verá recién el año que viene.


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