Energías renovables
por ALEARDO F. LARIA
Especial para «Río Negro»
La actual matriz energética, basada en el consumo intensivo de combustibles fósiles, está en crisis. La escalada del precio del crudo, la casi certidumbre de que se ha iniciado el declive de la producción mundial de petróleo, y la creciente emisión de gases de efecto invernadero, ponen en cuestionamiento ese modelo.
Los países más avanzados preparan estrategias y definen proyectos de largo plazo para responder al reto energético. En Argentina, en cambio, no existe una política de Estado que promueva la utilización de energías renovables de un modo intensivo. Un proyecto de ley del senador Pedro Salvatori, sobre incentivos fiscales a estas actividades, presentado en el 2003, recientemente perdió estado parlamentario al no ser tratado en la Comisión de Hacienda y Presupuesto de la Cámara de Diputados.
El futuro más previsible apunta a una combinación de fuentes energéticas, entre las que intervendrán la energía eólica, la solar, el hidrógeno y los biocombustibles. Estos últimos están compuestos por el bioetanol –un alcohol procedente del maíz, el trigo o la caña de azúcar que se mezcla en distintas proporciones con la nafta– y el biodiesel que se obtiene de aceites vegetales como la colza, soja, palma y girasol y se usa en los motores diesel.
En Europa se ha reabierto también el debate acerca de la energía nuclear. El último Libro Verde de la Comisión Europea incluye la fisión nuclear dentro de las tecnologías disponibles. Francia, que produce el 77 % de su electricidad con energía nuclear, se muestra como un modelo alternativo. Sus defensores aducen que se trata de una «energía limpia» que no emite gases de efecto invernadero, pero no toman en cuenta el problema generado por la acumulación de residuos de larga vida.
Para el investigador Marcel Coderch («El espejismo nuclear», Instituto Real Elcano, marzo 2006) la opción nuclear es inviable. Exigiría la construcción de un número inaceptable de centrales nucleares que provocarían una escasez de uranio fisible a lo que debe añadirse la dificultad para almacenar los residuos, los riesgos de seguridad de las centrales y el aumento de la proliferación nuclear.
Por el momento, algunos países como España, apuestan decididamente por los biocombustibles. Actualmente existen distribuidas por ese país más de 200 estaciones de servicio que surten biodiesel al mismo precio que el gasoil, dado que está exento de impuestos. Repsol y Acciona se han puesto de acuerdo para elaborar, en seis fábricas repartidas por toda España, más de un millón de toneladas anuales de este carburante.
Otra de las inversiones que se están haciendo en España es en la huerta solar, un modelo patentado por la empresa Acciona. Consiste en la integración de pequeñas instalaciones fotovoltaicas de propiedad individual en un mismo recinto. Luego las grandes empresas distribuidoras de fluido eléctrico compran la energía que inyectan en la red a precios subvencionados, puesto que se trata de una opción todavía cara.
España está desarrollando también un potencial en la fabricación de generadores eólicos. Iberdrola es el líder mundial en parques eólicos y empresas españolas como Gamesa y Acciona han logrado penetrar en el mercado norteamericano y están construyendo numerosos parques eólicos en Estados Unidos. El Gobierno de George W. Bush ha decidido impulsar las energías alternativas para terminar con la «adicción al petróleo» de su país y aspira a que la energía eólica pueda suministrar el 20 % de la electricidad que consumen los norteamericanos.
De lo expuesto, parece evidente que los países más importantes están buscando afanosamente fuentes no tradicionales de energía para reemplazar al petróleo. Como señala el ingeniero Salvatori, «es inconcebible pensar que en Argentina, un país que es líder en producción de maíz, soja y otras oleaginosas, no se pueda crear una industria de biocombustibles».
Nuestro vecino Brasil es ya el primer productor y consumidor mundial de etanol. El desarrollo de la industria brasileña, a partir del azúcar, ha sido consecuencia de un esfuerzo persistente del Estado iniciado prematuramente en los años setenta. Sólo con proyectos de largo plazo y persistencia en el esfuerzo, se pueden conseguir esos resultados. Pero para poner la atención en lo importante, hay que evitar que la agenda política sea devorada por los temas triviales del corto plazo.
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