Entre el asombro y el espanto

Por Susana Mazza Ramos

Cuando válidamente se piensa haber visto todo cuanto puede asombrar en esta despiadada sociedad, la lectura de ciertas noticias convierte a la capacidad de asombro -que algunos bienaventurados todavía poseen- en simple y absoluto espanto.

El 18 de mayo pasado en Salta, el señor subsecretario de Política Criminal y Asuntos Penitenciarios de la Nación, debió desmentir que se decida albergar presos federales en «contenedores» como había sido informado por autoridades provinciales. Aunque su tibia argumentación en contra de semejante indignidad fue decir simplemente: «No consideramos adecuado al tratamiento de los internos el uso de contenedores como instalaciones carcelarias». («Río Negro», 19/5/01 pág.25).

Pocos días después, llegó a conocimiento de la opinión pública un proyecto de ordenanza titulado «Competitividad socioeconómica regional» elaborado por un intendente rionegrino, por el cual pretende «prohibir el ingreso a la localidad de cualquier persona o grupo familiar que no tenga garantizados vivienda, alimentación, ingresos o trabajo por más de cinco años», además de «regular el ingreso de emprendimientos cuyos titulares o las firmas no sean locales o no tengan más de 5 años de residencia real efectiva, que quieran realizar nuevas inversiones y que compitan en el mismo mercado donde ya exista competencia local, en cuyo caso se exigirá el pago obligatorio del valor actual de 20 años de tasas de seguridad e higiene en el rubro que se quiera habilitar», esgrimiendo como causales de conflictos, el gran crecimiento poblacional y empobrecimiento de los habitantes de su localidad.

Obviamente, esas noticias son solamente dos «perlitas» tomadas entre las miles de actitudes, decisiones gubernamentales, escándalos y violaciones de derechos que cotidianamente hostigan a los sufridos e incomprensiblemente pacientes ciudadanos argentinos.

Pero estos dos ejemplos tomados al azar -que sin dudas logran transformar nuestro asombro en espanto- se multiplican hasta límites insospechados cuando, por ejemplo, observamos que un jovencito cordobés fue condenado a cinco años de prisión efectiva por haber hurtado un peso argentino; que miles de compatriotas en la frontera de la desesperación, subsisten con su familia con dos pesos por día; que ignotos/as políticos de novena, en ejercicio durante el último decenio, han potenciado su humilde patrimonio de tres o cuatro cifras a tres o cuatro millones de dólares; que un juez federal a cargo de importantísimas causas -una de ellas con sangrientos recuerdos para los deudos y de lentísima resolución- denunció a un imputado por comer un sándwich ajeno en su juzgado; que una imputada por lesiones en accidente de tránsito y las víctimas del mismo debieron esperar 21 años para lograr una decisión judicial definitiva; que una escuela de pobrísima provincia recibió varias computadoras aunque carece de luz eléctrica, que… y así podríamos seguir hasta el infinito.

Probablemente, si fueran «locos» los que guiaran a «ciegos» en los ejemplos transcriptos, el asombro reforzaría su intensidad pero seguiría siendo eso, asombro, sin llegar a convertirse en cruel espanto.

Sin embargo en la república sin brújula en que parece haberse convertido la Argentina, no son dementes los que nos guían ni la población está ciega: los capitanes siguen un derrotero «racionalmente» elaborado y la ciudadanía «ve» con claridad, pero solamente una parte de ella responde a la violación de sus derechos, a la injusticia, a la irrespetuosa vanidad de los imbéciles, a la ignominia de condenar a millones de niños nacidos y por nacer al hambre, la enfermedad y la carencia de educación.

Por ello mismo, por no estar «locos» los gobernantes, ni ser «ciegos» los ciudadanos, somos todos responsables -por acción o por omisión- de lo que acontece hoy y ahora y, lo que es más grave aún, de lo que sucederá en el futuro que está a la puerta, mientras observa «espantado» cómo la Nación se desintegra.


Cuando válidamente se piensa haber visto todo cuanto puede asombrar en esta despiadada sociedad, la lectura de ciertas noticias convierte a la capacidad de asombro -que algunos bienaventurados todavía poseen- en simple y absoluto espanto.

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