Entre el dolor y el nirvana

De remerita naranja y collar «artesa», el hombre, joven, pintón, barba de tres días, mirada de felino al acecho, se sube al ring. Suena la campana. Bailotea cual mariposa, sueña que pronto picará igual que una abeja llamada Alí, hasta que la chica le parte el mentón de un golpe.

Como en las películas, como en la vida real a veces, Alejandro Sanz rueda por el piso con la mirada perdida y el orgullo masculino entre los glúteos.

Quien vive la pasión para escribirla luego en una canción sabe de qué habla. El último video del cantante español, que pelea los primeros puestos de la ahora muy adolescente cadena de música MTV, es un retrato intenso de las relaciones amorosas. O en lo que se transforman cada tanto.

Volcado de lleno a darle una lección a alguna de esas muchachitas fibrosas, reincide en el pecado de enamorarse y enamorarlas para luego quedar herido. No huye, recibe.

El amor es un golpe al corazón. Cuando hace contacto, todo lo demás se vuelve accesorio.

Esto dice la minipelícula del creador de «Corazón partío». Entre round y round, asistimos a la exquisita traslación de esas «piñas» desproporcionadas a un escenario distinto donde la lucha se prolonga en términos sensuales pero no deja de representar una lucha en un sentido profundo. El y una de sus «sparring», perdidos entre las sábanas. Caricias que van, besos que vienen.

El aporreo deja lugar al contradictorio descanso de la caricia. Nada tan vitalizante y agotador como estar enamorado.

Aún en la peor de las épocas, mientras el mundo se consume por las llamas. Es la base que también sostiene al arte: «Romeo y Julieta», «Adiós a las armas», «Sintonía de amor», «La la la», aquel disco increíble de Spinetta-Páez, construido desde la poesía, y a la historia entre Iván, un chico de 14 años, y su novia que viven aquí en la Patagonia.

Que la pasión, y el amor, por supuesto, sean el péndulo oscilante entre la calma y la tempestad le otorga sentido a la lucha.

No se pelea por dinero en un ring sino para ver qué tan fuerte es el espíritu. Tampoco se ama con la calculadora en la mano, esos encuentros tienen bastante de asociación y de SRL, pero poco de la energía invisible que nos salva de la muerte.

Sanz no calza ni un solo gancho de izquierda, debe conformarse con exhibir la boca torcida a lo Humphrey Bogart. Su estampa de duro conoce bien el piso. Pierde cada vez que ama. Pierde porque gana. Nadie sabe quién lleva la sartén por el mango cuando dos se entregan. Quién porta el cinto o la falda. El arito o el cinturón de cuero. Si levantás los brazos en el ring, tal vez dejes el alma en la cama.

Nadie sabe tampoco cómo sigue esta historia. «A veces soy tuyo, a veces del viento», canta Sanz. Uno abre su pecho y espera. No hay más salidas. El que quiere guerra debe subirse al escenario de los sentimientos con las manos limpias, como Sanz, aun sabiendo que terminará de cara al techo, abrumado de dolor y nirvana.

Claudio Andrade


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