Entre la espada y el corazón

Yimou sorprende en "La casa de las dagas voladoras" con una conjunción perfecta entre grandes batallas y un intenso drama.

«Todo cineasta chino tiene al menos una película de artes marciales en su interior», afirmó Ang Lee a propósito del estreno de «El tigre y el dragón» («Crouching tigger, hidden dragon», 2001). Su frase sentenciaba la respuesta al interrogante devenido en sorpresa de la prensa especializada, sobre un filme que nada tenía que ver con sus producciones anteriores.

El director chino Zhang Yimou tomó «prestadas» las palabras de Lee y las hizo propias cada vez que le preguntaban exactamente lo mismo. En este caso, todos se referían a «Héroe» (2002) la película de Yimou que significó un quiebre (aparentemente sólo pasajero) en su filmografía. El realizador de 54 años formó parte de la publicitada «Quinta generación» de directores de su país que instalaron una nueva mirada en el cine chino a partir de los '90. Una visión que no sólo recogería adeptos en su tierra sino también en el resto del mundo transformándolos en íconos de una forma de lenguaje cinematográfico diferente. Mayoritariamente apoyado en historias sencillas sobre conflictos humanos, el mismo se cristalizaba con una intensidad y belleza estéticas poco comunes. De alguna forma, Yimou (y compañía), intentaron alejarse del clásico «wun-xia» que reflejaba al cine oriental de antaño. El wun-xia es un término que se utiliza para denominar a las películas que combinan el cine de espadachines con las artes marciales y que cosechó gran popularidad en los '60 y '70, inclusive siendo bastardeado y copiado hasta el hartazgo.

Con el lanzamiento de «El tigre y el dragón», el género cobraba otro sentido. Una simbiosis entre clásicas luchas y batallas, más elementos fantásticos, una histori dramática sólida y el juego con los ancestros orientales hicieron del filme un suceso. Para ese entonces, Yimou se encontraba buscando financiación para «Héroe», trabajo más que arduo, teniendo en cuenta que todos tenían temor de que fuera una copia del filme de Lee.

Cuando por fin logró realizarla, la película fue también un éxito y el director decidió emprender un nuevo viaje por estos terrenos con «La casa de las dagas voladoras». Una historia más compleja pero aún más atractiva que «Héroe», gracias a la combinación exacta de batallas y drama y apoyada en un triángulo amoroso conformado por Mei (Zhang Ziyi), Leo (Andy Lau) y Jin (Takeshi Kaneshiro). Estos dos úl

timos son soldados del régimen imperial que tienen que desenmascarar el accionar del grupo más poderoso (el que da título al filme) de aquellas organizaciones que luchan desde las sombras en contra del emperador. Cuando creen descubrir a una de sus integrantes, una mujer ciega (Ziyi), en un burdel, deciden urdir un plan que desembocará en tragedia incitando a sus protagonistas a elegir entre el deber y el amor.

La historia está ambientada hacia el año 859 d.C. pero la descripción de un ejército imperial que persigue a un ente terrorista que opera desde las sombras, posee asimismo cierta alusión contemporánea bastante obvia. A pesar de esto, el director insiste en que «el objetivo del arte no es político».

Yimou utiliza todos los recursos posibles para contar la historia, apoyado en efectos especiales sorprendentes, una fotografía subyugante, excelentes actuaciones y un guión sólido (y propio) que no da respiro. Increíblemente, la película no fue bien recibida en su presentación en Cannes del año pasado, a pesar de ser más completa que su predecesora.

Con un toque distintivo el director transforma una simple anécdota en un festival de danzas en la que cada movimiento está perfectamente sincronizado con el otro. El banquete de Yimou está servido y degustarlo es un placer poco común para los espectadores.

Sólo resta conocer cuáles serán los caminos que tomará, de ahora más, en su cine. Al igual que los protagonistas de «La casa de las dagas voladoras» deberá elegir entre estas producciones o el regreso a sus orígenes. O quizás no. Su capacidad le permitirá deambular entre la espada y el corazón. Un equilibrio que no es fácil pero sí atractivo.


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