Entre la tevé, el reglamento y la intolerancia

«Miau, miau, miau, me dicen La Gata», decía la canción bailantera de Telenoche, uno de los informativos más serios de la TV argentina, mientras se burlaba de Marcelo Gallardo por sus arañazos a Roberto Abbondanzieri, casi igual que en los programas partidarios de Boca.

«Todo este clima lo preparó Castrilli», afirmó, sin ponerse colorado, el entrenador Edgardo Bauza, en el programa La Ultima Palabra, de Fox, la cadena que promocionó su trasmisión exclusiva de la revancha del Monumental reiterando las imágenes de las agresiones, como preanunciando una nueva batalla.

«Yo estoy orgulloso de mis jugadores», siguió jactándose Leonardo Astrada, técnico de River, cuando ya «las pulsaciones a mil» (excusa eterna del fútbol) habían cesado y luego de que la TV mostró a Horacio Amelli golpeando los testículos de Antonio Barhijo y los riñones de Fabián Vargas, a quien además invitó a que le realizara una fellatio.

¿Estaba orgulloso también de esas acciones Astrada?

El fútbol argentino se quejó estos días en voz alta sobre la injerencia de los poderes públicos en la organización de los partidos. Pero su incapacidad para realizar una mínima autocrítica quedó otra vez expuesta tras la escandalosa semifinal de ida de la Bombonera.

Se acepta el debate sobre si un árbitro debería utilizar la repetición de la TV para corregir un fallo, como sí hacen otros deportes, por ejemplo el rugby. Pero a esa altura parecía insólito que Ameli y Guillermo Barros Schelotto pudieran jugar en el Monumental luego de que la TV documentó claramente sus agresiones.

En el árbitro del primer superclásico (Claudio Martín) podría aceptarse el argumento del «error humano». ¿Cómo llamarlo en el caso de la Confederación Sudamericana, que sólo sancionó a los jugadores expulsados en la Bombonera y salvó a Ameli y a Barros Schelotto?

¿Cómo interpretar la deliberada postura del fútbol de seguir impidiendo la utilización de las imágenes de TV y dejar librado al «error humano» un negocio de millones de dólares?

En la Eurocopa que se juega estos días en Portugal, la Unión Europea de Fútbol (UEFA) sí aceptó a la TV para estudiar una posible sanción contra el crack italiano Francesco Totti por un escupitajo (y lo sancionó ayer con tres fechas) o para advertir a Inglaterra que podrá ser expulsada del torneo si sus hooligans siguen provocando desmanes.

Pero el fútbol sudamericano, en cambio, sigue juzgando con criterios del siglo pasado. Durante un siglo, es cierto, el árbitro fue el mejor testigo de cuanto ocurría en un campo de juego. Pero hoy, TV mediante, el árbitro parece el hombre más desarmado en medio de un tiroteo, el peor ubicado de todos, el que no ve lo que todos sí vemos en nuestras pantallas. ¿Cómo no comenzar a pensar que llegó la hora de modificar algunos reglamentos? Justamente en Portugal, estalló hace un mes un escándalo de políticos, dirigentes y árbitros corruptos que envió a la cárcel al propio presidente de la Liga de ese país. Y el último fin de semana estalló un escándalo similar en Sudáfrica, sede del Mundial de la FIFA en 2010. ¿Querrá repetir la FIFA de Joseph Blatter los atracos del Mundial 2002, cuando una insólita selección de Corea del Sur terminó en el cuarto lugar, beneficiada por escandalosos fallos arbitrales?

La pasividad del fútbol para atacar sus propios males provocó ya un clásico inédito River-Boca, no sólo sin hinchadas visitantes, sino también con una especie de persecución de brujas, discursos obsesivos por encontrar «infiltrados» que hacen recordar años poco felices en la Argentina de la intolerancia. Una paradoja para el fútbol, «el deporte del pueblo», como lo bautizaron sus inventores ingleses.

 

Por Ezequiel Fernández Moores

  Nota asociada: Boca sacó su libreto de campeón y enmudeció el Monumental  

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