ENTREVISTA A EZEQUIEL RAIMONDO, EXPERTO EN CIENCIAS POLÍTICAS: «La gente dejó la política, no la democracia»
Hace 22 años, Raimondo y Fabián Echegaray, en aquel momento ambos politólogos, publicaron el que sigue siendo el único libro escrito en Argentina -"Desencanto político, transición y democracia"- destinado a advertir sobre un fenómeno que por ese entonces parecía distante pero hoy es una realidad: el desencanto con la política.
– El libro que escribió con Echegaray cumplió 22 y, de hecho, es el único que en pleno auge de la transición, planteó que quizá la política no cumpliera con las ilusiones que generaba. ¿Cómo fue su génesis?
– El libro comenzó a plasmarse casi en términos de un juego en el ´85. Argentina iba para los dos años de transición y nosotros, incluso yo como militante de la UCR, detectábamos algo así como un exceso de euforia sobre las posibilidades de la flamante democracia, un estado emocional que nos parecía incluso no ajeno a cierta sobreactuación? un enganche afectivo muy particular. En ese marco estaba la política, en pleno ascenso en cuanto a militancia y adhesión por parte de la sociedad. Y así comenzamos a reflexionar lo que iba de ese proceso desde algo que a los fines instrumentales, en aquel momento, llamamos sicología sobre la política o algo parecido. No reflexionamos ese enganche desde la ciencia política, no comenzamos a plasmar el libro desde el estudio rígido de la experiencia de regímenes democráticos? la teoría dura, por decir así. Pusimos nuestra mira en la racionalidad de las pasiones. Trabajamos con más de 140 fuentes, entiéndase libros, ensayos. Y nos fuimos conformando la idea de que en algún momento se instalaría el desencanto con la política.
– ¿Hay alguna confusión, contradicción, que en el marco de esa euforia detectan en la sociedad como particularmente preocupante?
– No sé si en términos de confusión, pero nos llamaba la,atención que no se estableciera la diferencia entre régimen democrático, sistema democrático y gobierno democrático.
– Bueno, ¿pero era un déficit quizá explicable desde la falta de estabilidad política que marcó al país durante décadas?
– ¡Por supuesto! Nuestra mirada sobre la sociedad siempre tuvo presente un concepto que va y viene en nuestro libro: el de privatización de la gente. Los argentinos habían llegado a la democracia luego de años de estar autoritariamente privatizados por la dictadura en relación el interés por lo público. La dictadura lo había callado, censurado o en todo caso prohibido de expresarlo. La sociedad venía del no poder a asumir posición ante esto o aquello que hace a la esfera de lo público. Pero la dictadura se desploma y se rompe la barrera que vedaba el manifestar interés por lo público. Y lo público se convierte en un imán, que saca a la gente de esa privatización y la coloca como protagonista de lo público. Comienza entonces el tiempo -muy bien estudiado por Albert Hirschmann-, del tránsito desde las pasiones muy fuertes en relación a la política y a las posibilidades de la democracia, a las desilusiones. Él habla de un movimiento pendular entre uno y otro polo. En el inicio de la transición, la euforia estaba puesta en lo público, en participar. Con el libro, nosotros avanzamos por un espacio reflexivo a contramano de ese estado de ánimo. Nos preguntábamos qué iba a pasar cuando la gente se dé cuenta de que no necesariamente la política, en el ejercicio pleno que posibilita la democracia, garantizara comer, educar, curar… dicho así, ligeramente.
– ¿Por dónde fue la especulación intelectual de ustedes en relación a ese interrogante?
– Nos preguntábamos si la sociedad, de cara a esa pérdida de ilusiones, aceptaría que la democracia es una construcción permanente, construcción trabajosa?
– ?de realismos inesperados y de fractura de magias, escribió Mitterrand?
– Claro, incluso de rutinizaciones. El interrogante nuestro se extendía incluso a cómo ese desencanto con la política podía, eventualmente, afectar la estabilidad de la democracia. Teníamos puesto el interés de qué resultado arrojaría, en cada platillo de una eventual balanza, el movimiento del péndulo entre el encanto y el desencanto con la política. Y no descartábamos que a la larga el platillo del desencanto pesara más.
– ¿Computaban que desencanto con la política no necesariamente implicaba desencanto con la democracia?
– En todo caso ese fue un aprendizaje que fuimos haciendo, que se fue enriqueciendo con el transcurrir de la transición. De hecho hoy tenemos que, tras los sacudones que ha tenido nuestra democracia y que siendo aún deficitaria, la sociedad la tiene asumida aunque esté desencantada con la política. La gente se va, o ya se fue en todo caso, de la política como la interpretó en los comienzos de la transición, pero no se fue de la democracia.
– Desde su individualidad, desde su experiencia personal, ¿qué es el desencantado con la política?
– Y? un derrotado. Apostó fuertemente a la propuesta que le plantó la política en clave de democracia, pero propuesta que él potenció desde su imaginario y la colocó como la solución a todos los problemas. Pero lo concreto es que la política tal cual se desplegó, lo sacó de juego. En el libro lo definimos como un derrotado público.
– Pero siguiendo a Hirschman, el desencanto no es neutro.
– Nosotros no lo reflexionamos como una expresión mansa, voluntaria de una ciudadanía que decide ir a lo que en la transición española se llamó el «pasotismo»? los «pasotas», el pasar y pasar por el costado de la política, no computarla. Siempre apreciamos al desencanto con la política como un retiro agresivo para con la política. Y no es una conducta neutra en tanto -y eso lo decimos en el libro- el desencanto es una forma de expresión política más, que se manifiesta por canales no «tradicionales», ya que se percibe a través de la «renuncia» que se traduce en desparticipación y el consiguiente proceso de despolitización, que en los hechos no existe.
– Que es participación por otros canales? ¿La acción directa?, ¿la calle?
– El 2001, como ejemplo. La política siempre está y está en cada momento de nuestra cotidianeidad. Hoy está en? no sé? ¡la tarifa del gas, por ejemplo! La política nunca se va.
– ¿Cómo leer el desencanto que ustedes marcaban en el libro hace 22 años, en relación a este presente, o sea con la carga de todo lo sucedido con la política en ese lapso?
– Bueno? ¡es tanta el agua pasada bajo el puente! Aquí la política se profesionalizó para terminar en un círculo cerrado manejado por una élite. Se frustró el sueño amplio y generoso de estar en un sistema político que me tenga en cuenta, que me deje entrar, participar con mis ideas? Hace poco, Guillermo O´Donell definió claramente lo que pasó con nuestra política: terminó generando una «democracia delegativa».
“Esos loquitos”
Cuando un día del ’86 el célebre editor que fue Boris Spivacov recibió de manos de Ezequiel Raimondo y Fabián Echegaray el original de “Desencanto político, transición y democracia”, lo colocó debajo de otras 200 propuestas a editar que tenía en una de sus mesas de trabajo.
“Bueno pibes (tenían no más de 23 promedio), lo voy a leer y les hablo”, les dijo y los pibes dejaron el Centro Editor de América Latina con el ánimo a nivel de zócalo.
Días después, Boris Spivacov los llamó.
“¡Lo publico ya, este libro es premonitorio!”, le dijo a los pibes y los pibes se fueron contentos.
“Pero hubo que pasarla”, recuerda hoy Raimondo y acota: “Me acuerdo cuando en el partido, en la universidad, me cruzaba con Francisco Delich, que era rector de la UBA. “Ahí viene el desencatado”, me decía. Pero un día recibimos una carta nada menos que de Hirschmann. Le habíamos enviado el libro pensando que… bueno… no nos iba dar bola… capaz que para él también éramos los loquitos fuera de cuadro. Pero nos felicitó, argumentando muy bien esa postura, y hoy el “librito” es bibliografía obligatoria en la carrera de Ciencias Políticas… Para nosotros ya es historia.
- El libro que escribió con Echegaray cumplió 22 y, de hecho, es el único que en pleno auge de la transición, planteó que quizá la política no cumpliera con las ilusiones que generaba. ¿Cómo fue su génesis?
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