Equilibrios
El encuentro con Sobisch empujó la versión de que se repartieron el partido y también el gobierno.
HéCTOR MAURIñO vasco@rionegro.com.ar
Al final, y al parecer sólo porque no le quedaba más remedio, Sapag terminó despidiendo a sus dos ministros díscolos. La decisión de tomar una medida simétrica –echó al de centroderecha pero también al de centroizquierda– es una de las típicas jugadas neutras del gobernador que terminan sumando cero y permite aventurar, contra algunos pronósticos, que el perfil de los reemplazantes no marcará ni un giro a la derecha ni uno a la izquierda sino en todo caso más equilibrismo. Cuando Pérez salió una y otra vez a ventilar temerariamente sus cuitas con Tobares por los medios de comunicación, Sapag lo llamó al orden en privado pero en público eligió, fiel a su estilo, mirar para otro lado. Y en realidad seguramente no habría hecho nada si no hubiera sido porque en la reunión de gabinete del lunes pasado sus dos colaboradores se dijeron de todo adelante del resto de los ministros y poco faltó para que se fueran a las manos. En ese clima, no faltaron los miembros del gabinete que expresaron su incomodidad por trabajar en tales condiciones. Así las cosas, el gobernador prefirió pedir la renuncia de todos, cuestión de restablecer el orden mostrando el látigo y, por ahora, sólo aceptó las dimisiones de los dos díscolos. A diferencia de otros políticos que se precian de ejercer su liderazgo con mano de hierro, Sapag prefiere surfear sobre la cresta de la ola y cuando interviene lo hace o bien porque no tiene más remedio o porque las contradicciones están tan maduras que hacen caer el conflicto por su propio peso. En realidad Tobares, un raro ejemplar de centroizquierda nacido y criado en el MPN, estaba desgastado y aislado en el seno de un gabinete que, con varios funcionarios prestados del sobischismo, tira más a la derecha que a la izquierda. Sapag recortó su poder cuando le sacó Educación y le entregó esa delicada tarea al ex funcionario de Sobisch Ernesto Seguel. Y si entonces no lo despidió –acaso no lo habría hecho nunca si la torpeza de Pérez no lo hubiera puesto en la disyuntiva– fue porque la permanencia de Tobares en el gabinete era un guiño para tener contentos a los gremios, que veían en el ex titular de Gobierno a un interlocutor potable. Pero, en cambio, el resto de los ministros veía a Tobares con recelo, como a un adversario ideológico que rifaba el presupuesto dando aumentos a troche y moche y como a un competidor político que crecía peligrosamente a sus espaldas. No en vano el funcionario eligió dotar su renuncia de un fuerte contenido político: tachó al gobernador de “contradictorio”, sostuvo que su permanencia en el gabinete le resultaba “extremadamente limitante” y sugirió que el equipo de Sapag sigue infestado de sobischismo al señalar que en su seno “todavía hay vestigios de una forma de hacer política que no está a la altura de las circunstancias”. La despedida de Tobares es como si hubiera dicho: ‘usted no me echa, soy yo el que me voy porque no estoy de acuerdo’. Un planteo fuerte, si se quiere, pero en todo caso tardío. De todas maneras, si Pérez no se hubiera ido de boca una y otra vez, lo más probable es que, por ahora y acaso por un buen rato, no habría pasado nada. Pero al llevar éste al extremo su torpeza, no le dejó a Sapag más remedio que la solución simétrica, porque si lo echaba sólo a él dejando indemne a Tobares se le desbalanceaba el gabinete. Como además del affaire de los ministros paralelamente tomó estado público que unos días antes Sapag se había vuelto a reunir con Sobisch, se tejió todo tipo de conjeturas sobre un presunto acuerdo entre ambos para repartirse no sólo el partido sino también el gobierno. Así, no faltaron las versiones acerca de que sobischistas contumaces, como Manuel Gschwind o Jorge Lara, podrían ir a Desarrollo Social y de que Hugo Acuña, el ex diputado y ex secretario de Seguridad del fallido candidato presidencial neuquino –que ahora hace de anfitrión en los encuentros a escondidas entre éste y Sapag– podría quedarse con Gobierno. Sin embargo, y aunque tales presunciones no se pueden descartar del todo –a pesar de sus ocasionales rezongos, Sapag no ha alzado la voz para denunciar los muchos descalabros cometidos por su antecesor–, lo más probable es que el gobernador elija sumar perfiles menos definidos y, desde ya, menos irritativos. Poner capataces sobischistas en áreas tan sensibles como las que han quedado vacantes equivaldría a provocar abiertamente la reacción de los gremios y las organizaciones sociales, algo que después de todo está bastante lejos del perfil moderado y componedor de Sapag. Justamente, otras versiones dan cuenta de que el gobernador elegiría colocar al actual subsecretario de Gobiernos Locales e Interior, Alfredo Rodríguez, un hombre de perfil político bajo, en la sensible cartera de Desarrollo Social. Respecto de Gobierno, está la especie que señala que haría bajar a José Russo, el actual presidente del bloque de diputados del MPN, un hombre considerado hábil para la negociación y no irritativo para los sindicatos. Una jugada como esta última, en fin, le permitiría a Sapag hacer algún otro cambio en los niveles intermedios. Es un secreto a voces que su socio, el gremialista Guillermo “Caballo” Pereyra, quiere mayor espacio en el gobierno, acaso la Secretaría de Trabajo. En la Legislatura, en tanto, la partida de Russo permitiría descomprimir las tensiones con el bloque petrolero. Pero, claro está, éstas no son más que conjeturas. Luego de su regreso de Chile, el gobernador ha guardado estricto silencio sobre los cambios en su gobierno. Lo que sí parece confirmado es que el encuentro blindado en lo de Acuña permitió acordar una salida consensuada para las próximas internas del partido. Se armará una lista de unidad para pilotear sin mayores sobresaltos la transición hasta las elecciones de gobernador del año próximo. Después de todo Sapag tiene que gobernar, Sobisch está demasiado débil y el tiempo sobra para agarrarse de los pelos.
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