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Como nunca antes, en estos días el intendente Alberto Icare desplegó juego propio en el terreno minado de la política provincial.
Al lanzamiento público de su propio partido -«Solidaridad y Unión por Río Negro»-, sumó un reproche severo y repetido al gobernador Miguel Saiz (foto) por impulsar la designación de Roberto Medvedev en la futura comisión fiscalizadora del cerro Catedral.
Aunque por esa vía haya buscado desarrollar perfil propio, en verdad el gesto diferenciador lo instaló como un jugador más en la siempre activa y burbujeante interna radical.
Icare sólo invocó un encono personal, pero muchos interpretaron su impugnación de Medvedev como un mandato bajado por el ex gobernador Pablo Verani en una reciclada disputa con el jefe de la bancada radical en la Legislatura, Bautista Mendióroz.
Es posible que con este episodio el intendente haya comprendido definitivamente en qué clase de trama quedó involucrado al pactar con el partido que ejerce poder hegemónico en la provincia.
Sorprendió que Icare abandone su mesura habitual para romper lanzas con un tema que aparece como banal y que lo puede dejar mal parado si -como fue anticipado- Saiz confirma el nombramiento del ex referente del PPR.
Pero para la gente de Icare, no es todavía un asunto cerrado. El legislador Aníbal Hernández dijo el viernes que el gobernador ya está anoticiado del disgusto que les genera Medvedev. Y que si bien «tiene todo el derecho a elegir sus colaboradores», debe definir ahora «si le da bolilla a Icare y queda mal con Mendioroz, o al revés».
Está claro entonces que la fidelidad del intendente barilochense, por encima de todo, remite a Verani.
Con el resto de los radicales lo une un vínculo no exento de tensiones.
Más allá de las cartas mostradas en este intercambio, hay escasas chances de que Icare esté dispuesto alguna vez a desclasificar del todo los términos del acuerdo que tejió con Verani en los meses previos a la última elección. Acuerdo que le garantizó el derecho de designar desde Bariloche el candidato a primer candidato a diputado nacional para el año próximo y que algunos radicales no verticalistas consideran un reconocimiento excesivo.
El intendente sabe que pisa terreno resbaladizo. Su percepción de «lo que quiere la gente» le dicta seguramente que el juego que eligió tiene sus peligros, derivados del rechazo social que genera tanta componenda.
Desde su origen vecinalista, Icare construyó buena parte de su imagen desde la independencia de los partidos tradicionales. Sus nuevos movimientos parecen apuntar a reciclar esos méritos para no dejarse fagocitar por la maquinaria radical.
La declaración de principios del partido SUR señala justamente que sus fundadores comparten -entre otras coincidencias- «una visión crítica de la forma de hacer política que muchos dirigentes han demostrado históricamente». Es fácil imaginar que sus socios radicales están entre los aludidos en ese deslinde.
Icare, en definitiva, percibe que llegó a una encrucijada en la que debe optar entre seguir haciendo política a la sombra de la UCR o construir poder propio desde un espacio más independiente. Por eso, sin arriesgar ruptura alguna, comenzó a poner condiciones. «Con el radicalismo estamos juntos pero no amontonados», advirtió hace pocos días.
La creación del curioso partido, que será inscripto como municipal pero lleva nombre rionegrino, es una jugada nueva de destino poco visible todavía.
Si Icare sigue empeñado en demostrar que no es un político «como los otros» es probable que tarde o temprano se vea forzado a definir si sigue con la UCR o salta de vereda. Mientras no sea así, tal vez recuerde cada tanto lo sucedido con la concesión de Catedral y se repita (hasta memorizarlo bien) que el poder no tiene amigos eternos y que para mantenerse en esa carpa deberá callarse muchas cosas.
Daniel Marzal
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