España, la otra cara

opinión

EZEQUIEL FERNÁNDEZ MOORES

Es la Liga del país campeón del mundo. Y en la que también juegan los mejores cracks del mundo. Pero la edición que comenzará este fin de semana tiene un lastre insoportable: la presencia del Hércules como si nada hubiese ocurrido. El Hércules, ascendido la temporada pasada, estará jugando contra el Barcelona de Lionel Messi y el Real Madrid de Cristiano Ronaldo como un equipo más. Hasta podría ganarles en un golpe de suerte, uno entre mil, es cierto, pero de esos que permiten que el fútbol todavía siga siendo la “dinámica de lo impensado”, como tituló uno de sus libros el fallecido periodista Dante Panzeri. Propensos al ombliguismo y a creer que “sólo en Argentina” pueden suceder ciertas cosas, acaso muchos todavía no sepan que la justicia española tiene en su poder pruebas contundentes que demuestran que el Hércules ascendió de categoría corrompiendo rivales. Son conversaciones telefónicas en las que el máximo accionista del club, Enrique Ortiz, cuenta de qué modo sobornó a un arquero rival y pacta con el capitán de su equipo para seguir corrompiendo a otros adversarios. Conversaciones en las que también se dice claramente que si otro equipo no acepta el soborno (ir para atrás) no es por una cuestión ética, sino porque otra escuadra implicada en el ascenso lo incentivó (ir para adelante) con una suma superior. Las comprometedoras escuchas telefónicas fueron obtenidas de modo legal, en el marco de una causa que no tenía nada que ver con el Hércules, sino con corrupción política en contratos de basura en Alicante. La basura apareció en el fútbol. Y el fútbol eligió esconderla debajo de la alfombra. El juez dijo que no podía entregar esas grabaciones porque, al tratarse de conversaciones ajenas a la causa que él investigaba, la difusión pública de las conversaciones podía afectar la privacidad de las personas. Y el fútbol se resignó mansamente. Ni siquiera citó a Ortiz. O a los jugadores implicados: corruptores y corrompidos. El problema fue que las cintas se filtraron a la prensa. Y todos se enteraron que, al menos el campeonato de Segunda en España, es una farsa. Que para ascender basta con tener dinero. Me cuentan colegas desde España que el temor principal del fútbol fue que, si se decidía tirar de una cuerda, comenzaran a salir otras y que la bola corría riesgo de dejar excesivamente manchado al fútbol campeón mundial. Cuatro años atrás, la Liga italiana, que también inicia este fin de semana un nuevo campeonato, atravesó una situación similar. Su selección fue campeona mundial y, paralelamente, la justicia deportiva –sí la justicia deportiva, no los tribunales ordinarios– decidían descender a Segunda división nada menos que a la poderosa Juventus, acusada de corromper árbitros. Fue la demostración de que, cuando hay decisión política, las cosas pueden hacerse. Italia, es cierto, salió humillada del último Mundial de Sudáfrica. Eliminada en primera rueda, tras perder el último partido contra Eslovaquia. Pero en su liga, aunque a muchos les cueste creerlo, se respirará este fin de semana mejor aire que en la de España.


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